Avsnitt
-
Al ver a María, la llena de gracia, se eleva nuestra autoestima. Quizá, si no tuviéramos la Revelación, diríamos con los literatos pesimistas que más nos valdría no haber nacido. En esencia, nosotros tenemos lo mismo que María: la participación en la vida de Dios. ¿La valoro? O estoy acostumbrado a ella que incluso la pongo en peligro. Hay otra vida que me vive, que me sostiene
-
En Pentecostés, el Espíritu Santo se comunica en forma de lenguas de fuego. Imagen muy expresiva, pues el fuego es resplandeciente y, por eso, el primer fruto del Espíritu de Dios es precisamente, un fuego de Amor. “Hazlo todo por Amor”, porque entonces serás movido por el Espíritu Santo. No como emoción pasajera, sino como fuego de permanencia, quemando lo más profundo de nuestro ser. Los antiguos pensaban que el fuego era una cosa divina y, si lo entendemos como el Espíritu Santo, es, efectivamente, divino.
-
Saknas det avsnitt?
-
Lo absolutamente específico de nuestra fe católica es la Persona de Jesucristo. Da a la revelación de Dios un realismo inaudito. Y, apuntando al centro de la Persona, tenemos el Corazón de Jesús. Estamos invitados a vivir este mes en la intimidad del Sagrado Corazón, descubriendo ahí la mina de incontables tesoros.
-
La Ascensión no es simplemente un eslabón entre Pascua y Pentecostés. Es un misterio en sí, que afecta a la Trinidad y a nosotros. La Trinidad acoge la Santísima Humanidad de Cristo y Él, al introducir carne y espíritu humanos en la Trinidad, nos revela nuestro destino. Tomemos en serio la Ascensión: es un acontecimiento muy relacionado con nuestro destino eterno, al poner de manifiesto la importancia de la parte corpórea del ser humano.
-
San Francisco de Sales tuvo la intuición de fundar una Orden contemplativa que pudiera salir de la clausura para, con el espíritu de María, visitar a los necesitados. Se trata de una intuición hermosa: ir, con el alma llena de Jesús, a aliviar el sufrimiento. Bastó un solo saludo de María para llenar de gozo a Isabel y a Juan. Busquemos vivir la caridad desde el amor de Dios que tenemos en el corazón.
-
Como las vidrieras de una catedral, los santos son aquellos que permiten que a través de ellos pase la luz y el calor del Espíritu Santo. Lo que santifica no es nuestro esfuerzo o nuestra capacidad, sino la acción del Dador de Vida divina. Lo tenemos como Huésped desde nuestro bautismo y corremos el riesgo de que pase inadvertido. Agradecerle su presencia, disponiéndonos a secundarlo mejor.
-
Si la Resurrección es la fiesta de la fe y la Pentecostés la del amor, la Ascensión es la fiesta de la esperanza. Nos ancla en nuestro futuro. Estaremos en el seno de la Trinidad también corporalmente, y esa ilusión nos invita a vivir ya desde ahora contemplativamente. “En la línea del horizonte parece que se juntan el cielo y la tierra, pero donde de verdad se juntan es en vuestros corazones”, escribió san Josemaría (Conversaciones, 116).
-
San Pablo nos habla constantemente de la presencia de Jesús en nuestra vida. Pero no como presencia meramente extrínseca, sino que “nuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. Y es que si estamos escondidos con Cristo es porque estamos unidos a Él, que vino a traernos su vida en abundancia. La unión con Cristo supera toda unidad que alcancemos a representar con cualquier símbolo. Cristo es más yo que yo mismo.
-
Lo importante es lograr el conocimiento del Señor Jesucristo. Y las personas se conocen personalmente, observando sus gestos y palabras. De Jesús aprendemos la coherencia: no pide nada que Él no viva, a diferencia de los escribas y fariseos. Dice que seamos humildes y da ejemplo de esa virtud. Pide vigilar y orar, y Él se levanta de madrugada. En el conocimiento de Jesús se nos abren panoramas cuando unimos, a sus palabras, sus acciones.
-
“¿Por qué el ser y no la nada?” se preguntan los filósofos existencialistas. En algún momento también nosotros podemos sentirnos desconcertados: ¿por qué todo? ¿Qué sentido tiene que estemos aquí? Y volvemos la vista a Dios que nos dice: fíjense en mi esencia. Los hice para la unión amorosa Conmigo. Tú vive amando, no pierdas el tiempo haciendo otra cosa. Personaliza, llega al corazón y vive ejercitándote en el arte de amar.
-
Vae soli!, dice el libro del Eclesiastés: ¡Pobre del que va solo! Pero nosotros nunca vamos solos porque una Persona divina nos ha sido dada. Habita en nosotros el Espíritu Santo, moviéndonos con inspiraciones y sus dones. Dentro de estos, pensemos en el superior, el de Sabiduría, que nos hace gustar las cosas divinas. Podemos preguntarnos si ese gozo de lo divino ha sido creciente en nuestra vida.
-
El Corazón de Jesús se nos manifiesta abierto por la lanza del soldado. Entonces podemos “mirar al que traspasaron”, viéndolo colgado del madero. Así lo eligió el Señor para cumplir la voluntad de su Padre. Preguntémonos si solemos nosotros elegir la Cruz en la vida diaria. San Juan Pablo II nos ayuda a comprender el valor salvífico de la Cruz. Nos servirá meditar su carta Salvifici doloris. -
Hay un Corazón que late, que palpita en el Sagrario, un corazón solitario, el corazón de mi Dios. Una de tantas canciones eucarísticas que recuerdan la relación entre el Santísimo Sacramento y el Corazón que ahí se esconde. Es el Corazón amoroso de Jesús Sacramentado, máximamente sensible y deseoso de nuestra correspondencia.
-
El centurión romano de Cafarnaúm manifiesta fe en la divinidad de Jesús: no duda que curará a su siervo, aun a distancia. Y Jesús elogia esa fe. Busquemos también nosotros el abandono esperanzado, sabiendo que Dios guía la bicicleta de nuestra vida: dejémosle el control, y viviremos maravillosas aventuras.
-
En la batalla contra los amalecitas la oración de Moisés fue decisiva para el triunfo. Dios hace ver que cuenta con nuestras súplicas para el cumplimiento de sus planes. “Nos da la participación en la causalidad”, dice Pascal. En las seis apariciones de Fátima, le Virgen pide a los videntes que recen el Rosario. Aumentemos la eficacia de nuestra vida empleando esta “arma poderosa”.
-
Jesús nos ha revelado al Padre: a Dios nadie lo ha visto jamás, pero el Hijo nos lo ha dado a conocer. Nos revela a un Dios que se conmueve, un Dios que se enternece ante el hijo pródigo. Y yo, ¿me dirijo con cariño y confianza al Padre celestial? No solo cuando rezo el Padrenuestro sino también en mi contemplación. El Padre me ama a mí con su amor infinito, y la concusión de todas esas verdades será vivir en confiado abandono.
-
“Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida”. El vínculo de amor vivo entre el Padre y el Hijo es el Espíritu Santo. Dador de toda vida, aparece desde el inicio cuando “se cernía sobre la superficie de las aguas”. Desciende sobre María en la Encarnación y llena de vida divina el alma humana de Jesús. En Pentecostés, la plenitud. Creamos en Él y creamos en su acción vivificante.
-
Parábola de gran profundidad: la vid y los sarmientos. Jesús es vid: se ha hecho tierra, se ha encarnado para que nosotros podamos formar parte de Él, como los sarmientos con la vid. Viene así a descubrirnos la unión indisoluble entre Él y nosotros que se realiza particularmente al comulgar, pues ahí recibimos su Sangre, Sangre de la alianza entre Él y cada uno de los que comulga.
-
¿Qué suponen las revelaciones del Sagrado Corazón a santa Margarita María de Alacoque? Sin duda la reafirmación de que la religión cristiana es la religión del amor. En las grandes revelaciones que recibió la santa, el Señor se duele de la falta de respuesta de los hombres. A ella le pide una vida de desagravio, como nos la pide también a nosotros.
-
Jesús, en la primera gran relación a santa Margarita María de Alacoque, le pide su corazón. Lo sumerge en el suyo y el corazón de la santa se convierte en hoguera encendida. Para que le resulte un recordatorio, ella tendrá un permanente dolor en su costado. Lo extraordinario del hecho no debe hacernos olvidar que ese fenómeno místico debe reproducirse en cada uno, porque la identidad de corazones es el secreto del amor.
- Visa fler