Spelade

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    En este audio relato erótico, los recién casados ​​Carla y César prueban su nuevo juguete sexual por control remoto mientras disfrutan de las hermosas instalaciones en el Museo de Arte Contemporáneo. Mientras otros visitantes a su alrededor contemplan la estética de cada pieza de arte, Carla intenta mantener la compostura mientras César controla de manera experta y dominante el huevo vibrador que está dentro de ella. ¿Podrá Carla mantener la compostura hasta que César le diga que puede escabullirse por el baño para acabar? Descúbrelo en este apasionante relato sobre masturbación con juguetes sexuales.

    Me suelo decantar por el ala de esculturas del segundo piso del Museo de Arte Contemporáneo. Ahí es donde tienen todas las estatuas griegas y romanas antiguas. Pero hoy me siento... aventurera. Hoy me encuentro atraída por las exuberantes y complejas pinturas de los maestros holandeses del siglo XVI. Hay algo muy sensual en estos bodegones ultrarrealistas de jamones asados, decantadores de vino y montones de frutas de colores. Los detalles de cada obra de arte son increíbles; casi todo está minuciosamente realizado a mano. Un poco a nuestra derecha, los únicos otros visitantes de la sala observan en silencio cada cuadro antes de pasar al siguiente. En silencio, impaciente, espero que se vayan, con la esperanza de que César y yo seamos pronto los únicos visitantes que queden en esta galería. Normalmente, no me importa que el museo esté lleno de gente. Pero hoy... Hoy es diferente. Hoy, a petición -no- por insistencia de mi marido, llevo un pequeño huevo vibrador dentro de mí mientras paseamos por el museo. El huevo encaja tan ajustado y perfecto en mi coño. Se presiona ligeramente contra mi clítoris y se mantiene dentro de mí gracias a mis bragas y a mis ajustados jeans negros. Aunque recibir placer durante nuestra visita al museo es un juego en sí mismo, lo más excitante del huevo es... que no tengo ningún control sobre él. Cada vez que César pulsa el botón en el centro del mando que lleva en el bolsillo, el huevo empieza a vibrar. Es lo suficientemente silencioso como para que nadie cercano pueda oírlo. Pero es lo suficientemente potente como para obligarme a retorcerme y sacudirme hasta alcanzar un orgasmo muy público. No es la primera vez que César y yo jugamos juntos a este tipo de placeres sexuales, pero sí es la primera vez que llevamos nuestra diversión a un entorno más público. Tengo que admitir que me excita mucho la idea de que me lleven al borde y me nieguen el orgasmo una y otra vez. El factor adicional de que esto suceda en público fue idea de César. Estoy aquí delante de este precioso cuadro de casi 500 años de antigüedad y no puedo pensar en nada más que en cuándo César decidirá que es el momento de empezar a jugar. Está actuando como si todo fuera normal, como si estuviéramos dando un paseo casual por el museo, pero la anticipación que siento es todo menos casual. Todo mi cuerpo vibra de deseo mientras intento adivinar cuándo encenderá el huevo. Miro por encima de mi hombro y me doy cuenta de que César y yo somos ahora los únicos en la galería. De repente, el huevo vibrador cobra vida dentro de mí.