Spelade
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El Vasa, el buque insignia de la armada sueca… el más grande, el más bonito y el más chulo… el Titanic del siglo XVII, se fue a pique el día de su botadura después de haber navegado durante apenas 1.500 metros. Después de 333 años hundido en el puerto de Estocolmo, el Vasa volvió a la superficie en 1961 y se convirtió, ahora sí, en el buque insignia de la arqueología subacuática gracias a las técnicas empleadas en su salvamento y conservación.
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Las vírgenes se aparecían siempre a niños, siempre a pastorcillos y siempre analfabetos. Si se necesitaba reforzar el dogma de la Inmaculada, aparecía una en Lourdes; si Portugal declaraba la separación Iglesia-Estado, aparecía otra en Fátima; si España proclamaba la República, aparecían a cascoporro…
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La Ley Sálica, esa que prohibía reinar a las chicas si había un hermano, un tío o un primo con un par, fue derogada por Fernando VII. No es que este mastuerzo fuera feminista, es que a falta de un hijo macho que llevarse al trono quiso dejar encajada a su niña Isabelita. Y la encajó. Y maremía la que se lio.
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El 9 de agosto es el Día Internacional de los Pueblos Indígenas. Viajamos por la historia para ver qué trato han recibido los indígenas a lo largo de los siglos
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¿Un boletus edulis mató a Claudio? ¿O fue un níscalo? ¿Fundó Rómulo Roma? ¿O Roma la fundó Remo? ¿Quién mató a quién? ¿Por qué había tortas por dirigir el imperio romano si los asesinatos, las puñaladas traperas y los envenenamientos estaban a la orden del día? ¿Para qué sirve el latín? ¿Por qué raptaron a las sabinas? ¿Todavía hay gladiadores en Tarraco? ¿Por qué Nerón era tan pelmazo?
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La Semana Santa de 1932, la primera que se celebró tras proclamarse la República, escoció a toda la jerarquía eclesiástica, especialmente a la sevillana, que boicoteó sus procesiones en protesta por una Constitución que declaraba la libertad de culto.
La cofradía de la Estrella se declaró leal al nuevo régimen político y su virgen, fue la única que hizo su estación de penitencia el Jueves Santo en Sevilla
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En el último tercio del siglo XIX, España anduvo desquiciada a la caza de un rey; los parlamentarios, a la greña por colocar a sus candidatos; los españoles, alucinados ante el bochornoso espectáculo político, y, mientras, la reina Isabel II en su exilio de París entregada a sus cocidos y el rey Francisco entretenido con su novio.
Amadeo I de Saboya aceptó reinar en un país de locos con súbditos, como él dijo, “ingobernables”, pero menos de tres años después hizo las maletas y dimitió al grito de “quién me mandaría meterme en semejante berenjenal”. Lo más notable de su reinado, sin embargo, lo puso su esposa, la reina María Victoria: la más capaz, trabajadora, culta y preparada que había tenido España. Y también la más humillada y despreciada por la aristocracia y la Iglesia españolas.
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Cruces, clavos, coronas de espinas, pañales meaditos, plumas de arcángeles, huevos del Espíritu Santo, prepucios, pajitas de la cuna, algún que otro cinturón que se dejó la virgen en la Tierra antes de su Asunción… El tráfico de reliquias se convirtió en uno de los negocios más boyantes y estrafalarios de la Edad Media y en una estafa de proporciones bíblicas que solo se aprovechaba de la ignorancia de las gentes.
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Hace 2.000 años que la corrupción campa por sus respetos desde que España fuera Hispania. Jueces, políticos, comerciantes, empresarios… y reinas. En España tenemos tanta experiencia en corruptelas que hemos llegado al siglo XXI con una gran especialización. María Cristina de Borbón, viuda de Fernando VII, fue la perfecta corrupta, una maestra a la hora de enriquecerse a costa del erario público.
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Que si el santo grial estaba en Montserrat, que si el origen de la inexistente raza aria podría encontrarse en el Tíbet, que si la lanza de Longinos les daría el control del mundo… Cada idiotez se veía superada por la siguiente, pero estos descerebrados, que basaban parte de su doctrina ideológica en paparruchadas ocultistas, provocaron una guerra mundial y dejaron en el camino millones de muertos.
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Un recorrido por las otras momias, las secundarias: chachapoyas, chinchorro, paracas o las de los monjes japoneses automomificados, que encima no daban trabajo a nadie porque ellos se lo apañaban todo a su aire y a su ritmo.