Spelade

  • Los libros de historia suelen hablar de los hombres como únicos agentes de cambio del proceso histórico. De Manuela Sáenz se dice que fue la amante de Simón Bolívar. Pero ésa es una mirada muy chiquita y muy injusta sobre su vida. Ella organizó tertulias, reclutó tropas, procuró ropa y material para el ejército. Fue una figura clave para la historia independentista de América del Sur.

    En 1816, en uno de sus viajes a Panamá con su padre, Manuela fue presentada a James Thorne, un médico y comerciante inglés que la doblaba en edad. El matrimonio fue arreglado y Manuela aceptó el trato de su padre con resignación.

    Algunos años más tarde, una noche de junio de 1822, Manuela conoció a Simón Bolívar en una fiesta en su honor, luego de su entrada triunfante con el Ejército Patriota en Quito. Se enamoraron. Se convirtieron en amantes, en compañeros y en confidentes.

    En una decisión inédita para la época, Manuela se separó de Thorne para iniciar una relación con Bolívar y vivir sola en una casa. Pero el médico no se resignaba. En varias ocasiones le pidió que volviera a su lado. Pero eso era imposible. Ella amaba a Bolívar y describía a Thorne como un “langostino desabrido”.

    Después de una de sus insistencias, Manuela le dijo nuevamente que no con esta contundente carta. Lee -y es un honor contar con ella- la actriz, directora y docente Cristina Banegas.

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    ¡No, no, no más hombre! ¡Por Dios! ¿Por qué me hace usted escribirle, faltando a mi resolución? Vamos, ¿qué adelanta usted sino hacerme pasar por el dolor de decirle mil veces no?

    Señor: usted es excelente, es inimitable; jamás diré otra cosa sino lo que es usted. Pero, mi amigo, dejar a usted por el general Bolívar es algo; dejar a otro marido sin las cualidades de usted, sería nada.

    ¿Y usted cree que yo, después de ser la predilecta de este general por siete años, y con la seguridad de poseer su corazón, preferiría ser la mujer de otro, ni del Padre, ni del Hijo, ni del Espíritu Santo, o de la Santísima Trinidad?

    Si algo siento es que no haya sido usted mejor para haberlo dejado. Yo sé muy bien que nada puede unirme a Bolívar bajo los auspicios de lo que usted llama honor. ¿Me cree usted menos honrada por ser él mi amante y no mi esposo? ¡Ah!, yo no vivo de las preocupaciones sociales, inventadas para atormentarse mutuamente.

    Déjeme usted en paz, mi querido inglés. Hagamos otra cosa. En el cielo nos volveremos a casar, pero en la tierra no. ¿Cree usted malo este convenio? Entonces diría yo que usted es muy descontentadizo.

    En la patria celestial pasaremos una vida angélica y toda espiritual (pues como hombre, usted es pesado); allá todo será a la inglesa, porque la vida monótona está reservada a su nación (en amores digo; pues en lo demás, ¿quienes más hábiles para el comercio y la marina?). El amor les acomoda sin placeres; la conversación, sin gracia, y el caminar, despacio; el saludar, con reverencia; el levantarse y sentarse, con cuidado; la chanza, sin risa.

    Todas estas son formalidades divinas; pero a mí, miserable mortal, que me río de mí misma, de usted y de todas las seriedades inglesas, ¡Qué mal me iría en el cielo! Tan malo como si me fuera a vivir en Inglaterra o Constantinopla, pues me deben estos lugares el concepto de tiranos con las mujeres, aunque no lo fuese usted conmigo, pero sí más celoso que un portugués. Eso no lo quiero. ¿No tengo buen gusto?

    Basta de chanzas. Formalmente y sin reírme, y con toda la seriedad, verdad y pureza de una inglesa, digo que no me juntaré jamás con usted. Usted anglicano y yo atea, es el más fuerte impedimento religioso; el que estoy amando a otro, es el mayor y más fuerte. ¿No ve usted con qué formalidad pienso?

    Su invariable amiga,

    Manuela.

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