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En este mensaje tratamos el siguiente caso de una mujer que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net, autorizándonos a que la citáramos:
«Tengo treinta y tres años, soy soltera y vivo con mis papás y una hermana menor.... [Como] soy la única que tiene un ingreso estable... [ayudo con casi todos los gastos de la casa]. El ingreso que reciben mis padres sólo alcanza básicamente para pagar el alquiler.
»Hace años solicité un préstamo para solventar una necesidad de la familia, el cual sigo pagando. Les he dado a mis padres ciertos consejos sobre lo que creo que debemos hacer para mejorar nuestra situación, pero ellos no lo creen necesario. ¿Soy mala persona porque en ocasiones no doy más dinero a la casa debido a que quiero salir con mis amigos? ... Si hay una necesidad de veras grande, sí lo doy.... Es que siento que mis padres podrían hacer algo para buscar más ingresos.»
Este es el consejo que le dio mi esposa:
«Estimada amiga:
»La felicitamos por la manera en que está honrando a sus padres al ayudar con casi todos los gastos de la casa. Usted no dice cuántos años tienen ni por qué carecen de un ingreso estable, pero sí dice que siente que ellos podrían hacer algo para buscar más ingresos.
»Lamentablemente en su caso, el mandamiento bíblico de honrar a sus padres no vino con información específica sobre si debiera vivir con ellos, ni cuánto dinero debe aportar para ayudarles.... Eso depende completamente de cada situación en particular.
»Al parecer, usted sospecha que está permitiendo que sus padres sean imprudentes e irresponsables en cuanto al trabajo que hacen. Como no conocemos a sus padres, no hay manera de que sepamos si eso es cierto, ya sea del todo o siquiera en parte. Pero, de cualquier manera, no creemos que debiera esperarse que ningún hijo adulto provea recursos económicos para ayudar a padres que bien pueden proveer para sí mismos.
»Como usted ya sabe que tiene la responsabilidad de ayudar con parte de los gastos debido a que vive en la casa de ellos, sugerimos que calcule cuánto le costaría vivir de manera independiente, y que esa cifra represente la mínima cantidad de dinero que debe aportar. Luego añada un poco más en señal de honra a sus padres, y el dinero que sobre después de sus otros gastos puede ser el dinero que le queda para diversión y actividades sociales.
»Creemos que es importante que usted tenga amistades y disfrute de una vida social, y sabemos que cuesta dinero comer fuera de casa y asistir a actividades sociales. Sin embargo, como ha sido responsable con su trabajo y ha logrado tener un ingreso estable, puede dedicar una parte razonable de su sueldo para cubrir gastos de diversión.
»Ojalá que no sean sus padres quienes han hecho que se sienta culpable en cuanto a su vida social. Si bien usted es la hija de ellos, no es una niña.... Para honrar a sus padres debe tratarlos con respeto, pero no tiene la obligación de obedecerles.»
Con eso termina lo que recomienda Linda, mi esposa. El consejo completo se puede leer si se ingresa en el sitio www.conciencia.net y se pulsa la pestaña que dice: «Casos», y luego se busca el Caso 703.
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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(Antevíspera del Aniversario de la Muerte de Pelé)
No había cumplido aún los dieciséis años cuando debutó en el club Santos del Brasil y marcó su primer gol como profesional. A diferencia de otros jugadores de renombre a escala mundial, permaneció en el mismo club casi toda su carrera, con el que ganó dos Copas Libertadores de América y dos Copas Intercontinentales.
Pero sus triunfos más satisfactorios los obtuvo Pelé con su Selección Nacional, con la que conquistó tres títulos mundiales jugando al lado de los gigantes del fútbol brasileño de su época, entre ellos Mario Zagallo, Garrincha, Didí, Vavá y Zito. En sus primeros dos mundiales, Suecia 1958 y Chile 1962, Pelé tuvo la distinción de ser el jugador más joven en llegar a ser campeón y bicampeón del mundo. A lo largo de su carrera fue un prodigioso goleador, marcando 1282 goles en 1366 partidos jugados, 77 de éstos representando a su país: más que ningún otro en la historia de la Seleção brasileira.
Con razón a Edson Arantes do Nascimento, «O Rei» Pelé, se le ha considerado indiscutiblemente, durante casi toda su vida profesional, como el mejor jugador de fútbol de la historia.
Pelé se despidió del fútbol internacional en el mítico Estadio Azteca en la final de México 1970. Cerrando su participación con broche de oro, tuvo una actuación incomparable contra Italia. En el minuto 18 marcó de cabeza uno de los goles más memorables de todos los mundiales, rematando, raso y potente, un pase letal de Rivelino, que venía con efecto. A la postre, los hábiles cariocas, que de paso se robaron el corazón de los mexicanos, golearon 4 a 1 a la cuasi-infranqueable defensa italiana, y se convirtieron en el primer seleccionado en coronarse campeón en tres copas del mundo.
Pelé y sus compañeros del scratch du oro se dieron el lujo de pasear la Copa Jules Rimet por el césped del Azteca, sin imaginarse jamás que lo que no logró ese día la escuadra azzurri, lo conseguiría otro enemigo, años más tarde, en su propia casa. Un contrario desconocido habría de arrebatarle la copa al equipo campeón, robando el codiciado trofeo de la sede de la Confederación Brasileña de Fútbol en Río de Janeiro, de modo que desaparecería por completo.
Gracias a Dios, en el campo de juego espiritual, los que somos seguidores de Cristo, cuales trofeos que Él ganó como resultado del juego decisivo en que venció a su archienemigo Satanás, no tenemos que temer que ni el diablo ni ningún otro contrario desconocido algún día pudieran arrebatarnos de nuestro dueño. Porque esa victoria que Cristo obtuvo mediante su muerte y resurrección lo acredita como nuestro pastor, y a los que somos de su rebaño, Él nos asegura que nunca pereceremos, y que, a diferencia de lo que pasó con la Copa en manos de la Confederación Brasileña de Fútbol, nadie jamás podrá arrebatarnos de su mano.1
Carlos Rey
1 Jn 10:10‑14,25‑29; 16:33; Heb 2:14‑17
Un Mensaje a la Conciencia
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En este mensaje tratamos el caso de un hombre que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net y nos autorizó a que lo citáramos, como sigue:
«Siempre había esperado que mi futura esposa amara a mis papás, y así fue cuando me comprometí con mi esposa. Pero desde el día de los preparativos de nuestra boda, las cosas se fueron a la deriva. Mis papás tuvieron desacuerdos con mis suegros, por lo que mi esposa comenzó a sentir rencor hacia mis padres... y las cosas fueron de mal en peor el día de la boda....
»Las veces que peleo con mi esposa es por razón de mis padres. Me gustaría honrarlos y apoyarlos de alguna manera, pero mi esposa ha cerrado su corazón para ellos, al punto de que no deja que abracen a mis hijos ni se acerquen a ellos.»
Este es el consejo que le dio mi esposa:
«Estimado amigo:
»... Muchas mujeres crecen idealizando su futura boda con el hombre de sus sueños. Pero con frecuencia los padres del novio (especialmente la mamá) tienen sus propios sueños para la vida del hijo. No nos sorprende que los desacuerdos en su familia hayan comenzado el día de los preparativos de la boda porque ese fue el momento en que los sueños de su novia chocaron de frente con los de la mamá (y tal vez también con los del padre) de usted. Seguramente discutieron sobre algunos detalles. Y, como era de esperarse, sus suegros defendieron a la hija.
»Todos los desacuerdos de ahí en adelante han girado en torno a quién está tratando de proteger los intereses de quién. Los padres de usted quieren protegerlo de una esposa que ellos sin duda piensan que debiera tratarlo mejor. Pero cuando ellos tratan de protegerlo a usted, ofenden a su esposa. Entonces los padres de ella, viendo que ha sido ofendida, tratan de protegerla, y su esposa a su vez trata de proteger a sus hijos y a los padres de ella. Su esposa no necesita protegerlo a usted porque los padres suyos ya lo están protegiendo muy bien.
»La Biblia deja en claro que, desde el principio de la creación, Dios previno que esto sucedería. Él puso el instinto materno consciente de que era necesario que las madres protegieran ferozmente a sus hijos. Pero luego le puso un límite de tiempo al decir: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y los dos llegarán a ser uno solo.”1
»El dejar a padre y madre es una acción física, económica y emocional. Significa que el hombre forma una nueva familia junto con su esposa, y que su presencia y lealtad se traspasan de sus padres a su esposa. Él tiene la responsabilidad de honrar a sus padres, y al mismo tiempo dejarles en claro que, de ahí en adelante, su esposa debe tener la prioridad.
»Suponemos que usted se encuentra atrapado entre sus padres y su esposa debido a que ha tratado de complacerlos a ambos. No ha “dejado” a sus padres emocionalmente tal como enseña la Biblia. Una vez que lo haga y que haya pasado suficiente tiempo para que su esposa se sienta apoyada emocionalmente por usted, juntos pueden decidir en cuanto al contacto que han de tener con sus padres.»
Con eso termina lo que Linda, mi esposa, recomienda en este caso. El caso completo se puede leer si se pulsa la pestaña en www.conciencia.net que dice: «Casos», y luego se busca el Caso 822.
Carlos Rey
1 Gn 2:24 (NVI)
Un Mensaje a la Conciencia
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Cuentan que un hombre recibió de parte de su hermano un automóvil como regalo de Navidad. Cuando salió de su oficina esa Nochebuena, vio que un niño desamparado estaba caminando alrededor del brillante auto nuevo y que lo contemplaba con admiración.
—¿Este es su auto, señor? —preguntó el niño.
El hombre afirmó con la cabeza.
—Mi hermano me lo dio como regalo de Navidad.
El niño se quedó asombrado.
—¿Quiere decir que su hermano se lo regaló y a usted no le costó nada? A mí sí que me gustaría... —titubeó el niño.
El hombre se imaginó lo que iba a decir el niño: que le gustaría tener un hermano así. Pero lo que el muchacho realmente dijo estremeció al hombre de pies a cabeza:
—Me gustaría poder ser un hermano así.
El hombre miró al muchacho con asombro, y se le ocurrió preguntarle:
—¿Te gustaría dar una vuelta en el auto?
—¡Claro que sí! ¡Me encantaría!
Después de un corto paseo, el niño se volvió y, con los ojos chispeantes, le dijo al hombre:
—Señor, ¿sería mucho pedirle que pasáramos frente a mi casa?
El hombre sonrió. Creía saber lo que el muchacho quería. Seguramente deseaba mostrarles a sus vecinos que podía llegar a su casa en un gran automóvil. Pero, de nuevo, el hombre estaba equivocado.
—¿Se puede detener donde están esos dos escalones?
El niño subió corriendo, y al rato el hombre oyó que regresaba, pero no tan rápido como había salido. Era que traía a su hermanito lisiado. Tan pronto como lo acomodó en el primer escalón, le señaló el automóvil.
—¿Lo ves? Allí está, tal como te lo dije, allí arriba. Su hermano se lo dio como regalo de Navidad, y a él no le costó ni un centavo. Algún día yo te voy a regalar uno igualito... Entonces podrás ver tú mismo todas las cosas bonitas que hay en los escaparates de Navidad, de las que he estado tratando de contarte.
El hombre se bajó del auto y subió al hermanito enfermo al asiento delantero. El hermano mayor, con los ojos radiantes, subió detrás de él, y los tres comenzaron a dar un paseo navideño inolvidable.1
Esa Nochebuena, aquel hombre comprendió el verdadero significado de las palabras del apóstol Pablo, que a su vez recordaba las palabras de nuestro Señor Jesucristo: «Ahora los encomiendo a Dios y al mensaje de su gracia, mensaje que tiene poder para edificarlos y darles herencia entre todos los santificados. No he codiciado ni la plata ni el oro ni la ropa de nadie. Ustedes mismos saben bien que estas manos se han ocupado de mis propias necesidades y de las de mis compañeros. Con mi ejemplo les he mostrado que es preciso trabajar duro para ayudar a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús: “Hay más dicha en dar que en recibir.”»2
Carlos Rey
1 Dan Clark, Soul Food [Alimento para el alma], Vol. 2 (CFI: Springfield, Utah, 2007), pp. 7-8 <https://books.google.com/books?id=tMgLvMhiPHkC&printsec=frontcover#v=onepage&q&f=false> Online 26 October 2015. 2 Hch 20:32-35
Un Mensaje a la Conciencia
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La iglesia era muy antigua; su pastor, muy joven. Había sido una de las iglesias más bellas en su apariencia externa; ahora estaba en decadencia. Pero el pastor y su joven esposa creían que con pintura, con un martillo y con fe podrían restaurarla a su gloria pasada. Así que se pusieron a trabajar.
Para colmo de males, una tormenta azotó aquella región, y la iglesia no escapó a su furia. Un enorme pedazo de revoque mojado se desprendió de la pared interior detrás del altar. El pastor y su esposa barrieron el piso, pero no pudieron ocultar la antiestética irregularidad en la pared.
—¡Faltan sólo dos días para la Nochebuena! —exclamó la esposa del pastor.
Esa tarde la desanimada pareja asistió a una subasta en beneficio de un grupo de jóvenes. El subastador abrió una caja y sacó de allí un hermoso mantel de encaje de oro y de marfil, que tenía cinco metros de largo. Pocos hicieron ofertas por el mantel debido a lo poco práctico y anticuado que era. Pero de pronto el pastor tuvo una idea. Ofreció sólo seis dólares con cincuenta centavos e hizo suyo el magnífico mantel.
De vuelta a la iglesia, sujetó el mantel a la pared detrás del altar, logrando así tapar por completo el hueco antiestético.
Al mediodía de la Nochebuena, mientras abría la iglesia notó a una mujer pasando frío en el paradero de autobuses, así que alzó la voz y le dijo:
—El próximo autobús se demora otros cuarenta minutos, señora. ¿Por qué no entra a la iglesia un rato y aprovecha nuestro sistema de calefacción?
La mujer aceptó su atenta invitación y le contó que había viajado desde la ciudad esa mañana a ver si conseguía el puesto de niñera de una familia rica del pueblo, pero no la habían aceptado.
Cuando el pastor se levantó para arreglar el mantel en la pared, la mujer clavó los ojos en el fino encaje de oro y de marfil. Luego se acercó y lo frotó con los dedos.
—¡Es mío! —exclamó—. ¡Este es mi mantel para banquetes!
Y se lo comprobó al asombrado pastor mostrándole sus iniciales bordadas con monograma.
—Mi esposo me lo mandó a hacer en Bruselas. ¡No hay otro igual!
Dicho esto, la emocionada mujer le contó al pastor que ella era vienesa, que junto con su esposo se había opuesto a los nazis de Alemania y se les había aconsejado que abandonaran el país por separado. Fue así como su esposo la embarcó en un tren que iba para Suiza. Tan pronto como pudiera, él se reuniría con ella... pero jamás volvieron a verse. Posteriormente le informaron que él había muerto en un campo de concentración. El pastor procuró consolarla e insistió en que se llevara el mantel, pero ella rechazó la oferta y se fue.
Esa noche, después de la reunión, el relojero del pueblo se le acercó y le dijo extrañado que ese mantel era idéntico a uno que él le había mandado a hacer a su esposa en Viena. Cuando el pastor le contó lo sucedido al mediodía, el hombre exclamó:
—¡No lo puedo creer! ¡Mi esposa aún vive!
Con la ayuda de la familia rica que había entrevistado a la mujer, lograron ponerse en contacto con ella y salieron de inmediato a su encuentro. Esa noche realmente fue buena, pues fue testigo de un reencuentro extraordinario, tal como lo fue la primera Nochebuena, que presenció el trascendental reencuentro entre Dios y la humanidad perdida.
Carlos Rey
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Era la víspera de Navidad. «¿Cómo no pasar con alegría esa fiesta de la intimidad, esa fiesta del corazón, en unión de las personas queridas que iban a quedarse bien pronto abandonadas tal vez para no volverse a ver nunca?
»Después de la Navidad estaban la guerra, las montañas, las privaciones, la derrota, tal vez la muerte.... Era preciso celebrar el último banquete de la familia con entusiasmo....
»Clemencia dijo a [Enrique] Flores, a [Fernando] Valle y a sus compañeros:
»—La Navidad se celebrará aquí en casa, haremos un gran baile, tendremos una agradable cena, nos alegraremos por última vez con los nuestros, y después, que vengan los franceses y nos degüellen....
»La noche del 24... la casa de Clemencia... era un palacio de hadas. Se iluminaron el patio y los corredores, se pusieron por todas partes gigantescos ramilletes de flores y ramas de árboles cubiertas de heno y de escarcha. Se dio, en fin, a la casa el aspecto tradicional de las fiestas de Nochebuena....
»En el salón se había colocado... el árbol de Navidad, precioso capricho [alemán] no introducido todavía en México, y que es el objeto de la ansiedad de la infancia, de la alegría de la juventud y de la meditación de la vejez en esos países del Norte donde aún se mantiene vivo con el calor del hogar el amor de la familia.
»Había sido un capricho de Clemencia poner ese árbol, en cuyas frescas ramas había colocado algunas de sus más queridas alhajas, pañuelos, y pequeños juguetes que habían de repartirse entre sus afortunados amigos, con entero arreglo al estilo alemán: sólo que aquí en vez de niños eran valientes oficiales republicanos los que iban a obtener esos preciosos obsequios, como una muestra de eterno recuerdo.
»A la medianoche debía hacerse este reparto, como es [de] costumbre....
»... El reloj dio las doce de la noche, y todo el mundo vino a agruparse en derredor del árbol de Navidad.
»Comenzóse la rifa. Cada uno sacó su número, y Clemencia fue distribuyendo la alhaja o el juguete que correspondía a aquel número.
»Llegó su turno a Fernando. Sacó el número 13.... Clemencia bajó de una rama del árbol un lindo pañuelo de batista que tenía este número.
»—Valle —dijo la joven alargando el pañuelo a Fernando—, Isabel y yo hemos bordado juntas este pañuelo... por esto debe serle a usted doblemente querido.
»—Lo guardaré como una reliquia sagrada —respondió Fernando.
»—Y cuando reciba usted alguna herida, empápelo usted en sangre generosa; esa será la mejor manera de honrarlo.
»—Yo lo prometo —murmuró Fernando.1
Esa «sangre generosa» que a la postre derramó Fernando Valle en la clásica novela romántica Clemencia, escrita por el autor mexicano Ignacio Manuel Altamirano, nos recuerda la sangre que a la postre derramó el Niño Dios. Porque así como Fernando murió voluntariamente en lugar de su amigo Enrique, también Jesucristo, Dios hecho hombre, murió en nuestro lugar. Aquel cuyo cumpleaños celebramos cada Navidad murió por cada uno de nosotros. Y no hay sangre alguna en este mundo más generosa que esa.2
Carlos Rey
1 Ignacio Manuel Altamirano, Clemencia (Bogotá: Editorial Norma, 1990), pp. 119-22. 2 Jn 15:13
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