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  • Salvador García trabajaba de cargador para una compañía de transportes en Madrid, España. Su oficio consistía en descargar los camiones y almacenar la mercancía en grandes bodegas. Con eso tenía para el sustento de su familia.

    Esa mañana Salvador comenzó temprano su trabajo. Pero era un cargamento descomunal. Se trataba de cajas llenas de monedas. Lamentablemente, por un mal movimiento, se le vino encima una pila de éstas. El hombre maniobró para esquivarla, pero no con suficiente rapidez para librarlo del golpe. Por lo pequeño y flaco que era, Salvador no soportó el peso de tantas monedas encima, en total 410 kilos.

    El que a un hombre lo aplaste el peso del dinero no es nada fuera de lo común. Al contrario, es algo que sucede todos los días. Lo extraordinario del caso es que lo que aplastó al hombre fue el peso físico del dinero y no el peso mental. ¿Por qué será que hay tanta gente que muere bajo el peso de la obsesión con el dinero?

    «¡Dinero, dinero! —exclamó Eca de Queiroz, escritor portugués—. ¿Qué no hacen los hombres por el dinero? ¡De todo! Aun vender su alma inmortal.»

    El apóstol Pablo, en una carta a su discípulo Timoteo, le dice: «Los que quieren enriquecerse caen en la tentación y se vuelven esclavos de sus muchos deseos. Estos afanes insensatos y dañinos hunden a la gente en la ruina y en la destrucción. Porque el amor al dinero es la raíz de toda clase de males. Por codiciarlo, algunos se han desviado de la fe y se han causado muchísimos sinsabores» (1 Timoteo 6:10). Es interesante notar cómo el apóstol describe el peligro del dinero: el amarlo «es la raíz de toda clase de males».

    ¿Qué es el amor al dinero? Es la pasión obsesionante y enfermiza de querer más y más, de nunca tener lo suficiente. A algunos la obsesión los hace ahorrar y ahorrar sin saber ni para qué. A otros la obsesión los hace gastar y gastar, y de lo que obtienen nunca hay fin. El dinero que en forma desmedida obtenemos, y todo lo que conseguimos que va más allá de nuestras necesidades, nunca bastarán para satisfacer nuestra avaricia. Si sólo anhelamos lo material, viviremos ansiosos toda la vida.

    De los labios de Roger Bacon, monje inglés de la edad media, salieron las siguientes palabras, que son oro: «El dinero es como el estiércol. Amontonado, apesta, pero desparramado por el mundo, fertiliza.»

    Sólo cuando Jesucristo es nuestro Señor podemos ser libres de la pasión por el dinero y del peso mortal de la avaricia. Porque Cristo nos da el equilibrio necesario para saber usar el dinero, sin dejarnos dominar por él.

    Hermano Pablo
    Un Mensaje a la Conciencia
    www.conciencia.net

  • En este mensaje tratamos el siguiente caso de una mujer que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net, autorizándonos a que la citáramos:

    «Desde hace muchos años no amo a mi esposo.... Para él, yo sólo fui importante durante los primeros años de matrimonio. Pero a pesar de que sentía que él no me amaba, siempre hice lo posible por salvar mi matrimonio, por él y por mis hijos; pero ya no puedo más....

    »El compromiso de mi esposo era sólo el sustento alimenticio. Todo lo demás lo tenía que solucionar yo... todo el tiempo peleando....

    »Ahora él me ha pedido perdón y ha reconocido su error.... Ha tratado de cambiar, pero yo no siento nada de afecto conyugal por él. Lo quiero sólo como amigo y como el padre de mis hijos. He sufrido por muchos años esta situación que me mantiene triste y acongojada. ¿Qué me aconseja usted?»

    Este es el consejo que le dio mi esposa:

    «Estimada amiga:

    »... Usted ha hecho lo correcto al seguir sus instintos para tratar de salvar su matrimonio, y en definitiva eso es lo mejor para sus hijos. Nosotros creemos que hay que considerar a los hijos como lo más importante cuando se afrontan dificultades matrimoniales. Usted y su esposo decidieron darles a sus hijos la vida, y ahora no hay nada más importante que el bienestar de ellos.

      »Sin embargo, nos imaginamos que esté pensando: “¿Y qué de mí? ¿Qué de lo que estoy sintiendo yo? ¿Y qué del trato que he recibido durante tantos años?” Usted dice que ya no puede más, y está esperando que le demos la razón.

    »Le aconsejamos que consulte con su profesional de la salud acerca de los deseos que tiene de darse por vencida. Sólo una persona entendida en la materia puede examinar su salud física y emocional para saber si hay algo que ha causado que quiera rendirse. Esos años de descuido pudieron haber causado cambios en su cerebro que necesitan tratamiento.

    »Esta no es una cuestión de todo o nada. No estamos pidiéndole que se sobreponga al sufrimiento en tres breves pasos. Dígale más bien a su esposo que agradece que le haya pedido perdón, pero que va a pasar algún tiempo antes de que esté lista para perdonarlo. Se necesitaron años para llegar a esta situación, y quizás se necesiten años para salir de ella. ¡Pero vale la pena!

    »Mientras tanto, consienta en que vivan juntos como amigos, cuidando a los hijos, pero durmiendo aparte hasta que usted vuelva a sentir el afecto conyugal por él. Si el deseo que él tiene de cambiar es sincero, entonces usted lo constatará mediante las acciones y no sólo por las palabras que él diga.

    »Por último, hay dos razones por las que tarde o temprano necesitará perdonar a su esposo: Dios no nos perdonará nuestros pecados si nosotros no perdonamos a otros, y el negarnos a perdonar nos roba el gozo cada día y siembra peligrosas semillas en nuestro corazón.»

    Con eso termina lo que recomienda Linda, mi esposa. El consejo completo se puede leer si se ingresa en el sitio www.conciencia.net y se pulsa la pestaña que dice: «Casos», y luego se busca el Caso 817.

    Carlos Rey
    Un Mensaje a la Conciencia
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  • (Día de la Revolución Mexicana)

    «Dejamos el cuartel general en Acapulco, y nos adentramos más a donde estaba la nidada de los zapatistas. Como los soldados tuvieron que combatir entre Agua del Perro y Tierra Colorada, nos mandaron adelante a las mujeres. Cuatro mujeres casadas iban conmigo. Nos vieron los zapatistas caminando y nos salieron al encuentro:

    »—¿Qué tanta gente viene por allí?

    »—Pues muy poca...

    »—Entonces vénganse para que no les toque a ustedes la balacera.

    »—Bueno, pues vámonos.

    »Nos fuimos con ellos y nos entregaron con el general Zapata.... Y entonces dice:

    »—Bueno, pues aquí van a andar con nosotros mientras llegue el destacamento de su gente de ustedes.

    »—Pues bueno.

    »Nos quedamos con él de avanzada como quince días en su campamento que estaba re bien escondido.

    »... Cuando el general Zapata supo que toda la corporación estaba ya en Chilpancingo, nos dijo:

    »—Vénganse conmigo para irlas a entregar una por una.

        Se quitó la ropa de general, se puso unos calzones blancos de indio, un gabán y un sombrero, y allá vamos. Iba desarmado.

    »... Se paró en la esquina del cuartel, y entonces me dice:

    —Aquí me esperan.

    »Llegó hasta la puerta del cuartel, y le pegaron el: «¿Quién vive?», y él contestó:

    »—México.

    »Luego les dijo:

    »—Vengo a buscar al señor Felipe Palancares.

    »No preguntó por los maridos de las mujeres. Sólo por mi papá para que no fueran a pensar mal. Salió mi papá y le dice el general:

    »—... Usted tiene una hija que se llama así...

    »—Sí.

    »—Pues aquí se la vengo a entregar. A usted le remito una hija, y le remito a estas mujeres que fueron avanzadas entre Agua del Perro y Tierra Colorada.

    »—Y entonces le dice mi papá:

    »—¿Quién es usted?

    »—Yo soy el general Zapata.

    —¿Usted es Emiliano Zapata?

    »—Yo soy.

    »—... Pues se me hace raro que usted sea el general porque viene usted solo.

    »—Sí. Vengo solo escoltando a las mujeres que voy a entregarle. Sus mujeres fueron avanzadas, pero no se les ha tocado para nada. Se las entregamos tal y como fueron avanzadas. Usted se hace cargo de las cuatro casadas, porque me dijeron que venían cuidando a su hija. Ahora, como a usted se las entrego, usted hágase cargo de que no vayan a sufrir con sus maridos.

    »Entonces dice mi papá:

    »—Sí, está bien.

    »... Y entonces el general se dio la media vuelta y se fue.»1

    ¡Qué interesante y revelador vistazo del general Emiliano Zapata el que aquí nos presenta Josefina Bórquez, alias Jesusa Palancares, protagonista principal de la obra Hasta no verte, Jesús mío! En esta galardonada novela histórica, la autora mexicana Elena Poniatowska, la portavoz voluntaria de aquella soldadera de la revolución, hábilmente adapta al diálogo la transcripción de su entrevista personal con ella, a fin de que no se pierda nada importante ni se le añada algo innecesario a lo que realmente sucedió.2

    Lo que no debemos perder de vista en este relato es que, con relación al trato que merece la mujer, el general Zapata, sin duda consciente de la verdad que encierra el refrán que dice: «La vergüenza y la honra, la mujer que la pierde nunca la cobra», llevó a la práctica la regla de oro y nos dejó ejemplo de eso como parte de su legado. Esa regla revolucionaria, que nos legó a todos en principio nuestro Señor Jesucristo en el Sermón del Monte, dice: «Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes.»3

    Carlos Rey
    Un Mensaje a la Conciencia
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    1 Elena Poniatowska, Hasta no verte, Jesús mío (Barcelona: Plaza & Janés Editores), pp. 97-100. 2 Esto lo constata Elena Poniatowska en Las soldaderas (México, D.F.: Ediciones Era, 1999), pp. 12–13. 3 Mt 7:12
  • (Víspera de la Revolución Mexicana)

    «Los zapatistas eran muy buenos para pelear, pues ¿cómo no habían de ser buenos si se subían a los árboles, se cubrían de ramas, y todos tapados andaban como bosque andando? ... Al avanzar... estaban escondidos dentro de los árboles, envueltos en hojas, en ramazones, no se les veía la ropa, y de pronto los balazos caían de quién sabe dónde, como granizada.... [Eran] además, conocedores del rumbo, porque todos eran de por allá de Guerrero, así es de que a fuerza tenían que perder los carrancistas porque estos bandidos tenían sus mañas para pelear. Se cubrían de yerba. Nomás se dejaban los ojos para estar mirando por dónde venían los carrancistas, por dónde venían los villistas, y agarraban buenas posiciones. Como si fuera poco, ponían zanjones tapados con ramas para que se cayera la soldada. ¡Y allí iba uno con todo y caballo! Claro que tenían que acabar con la gente de nosotros. ¡Tenían que ganar! ... pues eran vivos, valientes, sí, eran valientes, aunque fueran unos indios patarrajada, sin un petate en que caerse muertos. Los zapatistas eran gente pobre de por allí, del rumbo, campesinos enlodados....

    »Cuando conocí al general Zapata, [él] era delgado, de ojos negros, encarbonados, con su bigote retorcido y su sombrero charro negro, con bordados de plata. Tendría como dos metros, así lo veía yo, ojón, muy ojón, y joven. No era grueso. Era muy bueno, palabra. Por la forma en que nos trató, no era hombre malo.... Zapata no tiraba a ser presidente, como todos los demás. Él lo que quería era que fuéramos libres; pero nunca seremos libres, eso lo alego yo, porque estaremos esclavizados toda la vida. ¿Más claro lo quiere ver? Todo el que viene nos muerde, nos deja mancos, chimuelos, cojos, y con nuestros pedazos hace su casa. Y yo no voy de acuerdo con eso, sobre todo ahora que estamos más arruinados que nunca.»1

    Así se expresa Jesusa Palancares, sin vueltas ni rodeos, en la novela Hasta no verte, Jesús mío, ganadora del Premio Mazatlán de Literatura, escrita por la intelectual mexicana Elena Poniatowska. Pero Jesusa, la heroína de la obra, no es simplemente una genial invención de su autora. Poniatowska llegó a conocer a fondo a este formidable personaje en una larga entrevista que tuvo con ella.2 De ahí que, en pasajes como el que acabamos de citar, Josefina Bórquez, alias Jesusa Palancares,3 tuviera la oportunidad de ofrecernos una cándida perspectiva personal del general Emiliano Zapata, de los hombres que tuvo bajo su mando, y de la Revolución Mexicana por la que ellos y ella lucharon.

    ¡Qué triste que Josefina Bórquez pensara que nunca sería libre, sino que seguiría esclavizada toda la vida! Sin duda se refería a la libertad física, porque la libertad espiritual está al alcance de los más pobres del mundo. «¿No ha escogido Dios a los que son pobres según el mundo para que sean ricos en la fe y hereden el reino que prometió a quienes lo aman?»,4 dice el apóstol Santiago. Porque en la revolución del alma humana que ofrece Jesucristo, el Hijo de Dios, su misión siempre ha sido anunciar buenas nuevas a los pobres y libertad a los cautivos.5

    Carlos Rey
    Un Mensaje a la Conciencia
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    1 Elena Poniatowska, Hasta no verte, Jesús mío (Barcelona: Plaza & Janés Editores), pp. 101-2. 2 «Elena Poniatowska», ESCRITORAS.COM, 6 abril 2000 <http://www.escritoras.com/escritoras/escritora.php?i=929269436> En línea 10 junio 2006. 3 Así se refiere a ella Elena Poniatowska en Las soldaderas (México, D.F.: Ediciones Era, 1999), p. 13. 4 Stg 2:5 5 Lc 4:18
  • En este mensaje tratamos el siguiente caso de una mujer que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net, autorizándonos a que la citáramos:

    «Mis padres se divorciaron pocos meses antes de que yo naciera. Él se fue a vivir a otra ciudad. Yo ahora tengo veintidós años, y a él lo he visto en contadas ocasiones.... Mi mamá nunca nos habló mal de él, pero sí nos ha dicho que ella espera que nunca lo busquemos, porque él fue el que nos abandonó....

    »Pero han pasado muchas cosas. El año pasado falleció mi único tío, y pensé que mi papá se podía morir y que nunca más hablaría con él. Por eso hice las paces con él, y ahora estamos en contacto por correo electrónico, y me siento bien. Por otro lado está mi mamá (que no sabe). Por ella me siento muy mal. Siento que la estoy traicionando, que no valoro todo lo que nos ha dado. No sé qué hacer.»

    Este es el consejo que le dimos:

    «Estimada amiga:

    »Lamentamos que usted haya tenido que criarse sin su papá. Es trágico que los problemas entre su mamá y su papá dieran como resultado que él perdiera contacto con usted, a pesar de lo mucho que usted deseaba y necesitaba tenerlo a él en su vida. Esperamos que otros hombres le presten atención a este caso y decidan hacer lo necesario para formar parte de la vida de sus hijos.

    »A los padres divorciados les resulta muy difícil poner a un lado sus propios sentimientos y hacer lo que les conviene a sus hijos. Con frecuencia las madres que tienen la custodia legal se interponen entre sus hijos y el padre de ellos por razones emocionales, tales como el enojo o el resentimiento, o por desacuerdos en cuestiones económicas. Los papás se ausentan voluntariamente porque piensan que no tienen lo suficiente para sostener económicamente a sus hijos, o porque es demasiado difícil comunicarse con la mamá. Cualesquiera que sean las razones, y quienquiera que tenga la culpa, son los hijos quienes más sufren....

    »Dios se aseguró de que fuera biológicamente necesaria la participación tanto de un hombre como de una mujer para procrear hijos. El plan de Dios para la familia es que haya un padre y una madre, ya que eso es lo que más les conviene a los hijos. Muchos expertos creen que cuando, por cualquier razón, deja de estar presente uno de los dos padres, resultan graves consecuencias emocionales para los hijos.

    »No tiene nada de malo ni de raro que usted tenga el deseo de cultivar una relación personal con su papá, a pesar de lo que siente su mamá. Ella no puede comprender el que usted tenga una necesidad emocional de una relación con él....

    »[Sin embargo,] no debe usted mentirle a su mamá acerca de la relación que cultive con su papá. Aunque estaría ocultando la verdad a fin de proteger los sentimientos de ella, las mentiras no hacen más que complicar las cosas. Si ella se lo pregunta, esté preparada para responderle que con eso usted está llenando un vacío dentro de sí. De modo que no se trata de darle a su papá lo que él merece, sino de recibir lo que usted merece.

    »Le deseamos lo mejor,

    »Linda y Carlos Rey.»

    El consejo completo, que por falta de espacio no pudimos incluir en esta edición, se puede leer si se pulsa el enlace que dice: «Caso 111» dentro del enlace en www.conciencia.net que dice: «Casos».

    Carlos Rey
    Un Mensaje a la Conciencia
    www.conciencia.net

  • En este mensaje tratamos el siguiente caso de una adolescente que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net, autorizándonos a que la citáramos:

    «Tengo catorce años, y siempre me ha cuidado mi abuela.... Siempre he ido a la iglesia porque ella me obliga, y ahora quieren bautizarme, pero yo no deseo hacerlo. Quiero hacerlo cuando yo me sienta segura de querer dar ese paso importante en mi vida, pero ella no entiende eso, y me está obligando a hacerlo. ¡Estoy desesperada!

    »Yo no ando en buenos pasos por el momento, y siento que, si me bautizo, es como jugar con Dios. Agradecería su consejo.»

    Este es el consejo que le dio mi esposa:

    «Estimada amiga:

    »Nos alegra tu sinceridad. Hay que tener valor para reconocer que uno no está viviendo como sabe que debe vivir. También nos alegra que comprendas que Dios sabe lo que de veras sientes y que a Él no lo engañaría un bautismo de tu parte que no fuera más que una formalidad. Así que te felicitamos por tu deseo de ser sincera con Dios y con los demás....

    »Al igual que en muchos otros casos, hay dos principios bíblicos que parece que fuera imposible acatar al mismo tiempo. ¿Cómo es posible que honres y obedezcas a tu abuela sin tener que mentirle a la iglesia en cuanto a tus verdaderos sentimientos y creencias?

    »Algunas religiones enseñan que para ir al cielo hay que obedecer todos sus ritos y todas sus tradiciones. Es posible que a tu abuela se le haya enseñado que es más importante practicar esos ritos religiosos que creer en Dios y adorarlo de corazón.

    »Nosotros creemos, al igual que tú, que ni el bautismo ni ningún otro rito nos facultará para entrar en el cielo. Para ir al cielo es necesario más bien asegurarnos de que nuestros pecados hayan sido perdonados. Jesucristo, el Hijo de Dios, murió en una cruz para pagar el castigo por nuestros pecados a fin de que podamos ser perdonados y comenzar de nuevo. La Biblia dice que “si confesamos a Dios nuestros pecados, Él, que es fiel y justo, nos perdonará y nos limpiará de toda maldad”.1 Así que, según la Santa Palabra de Dios, logramos entrar al cielo no observando ritos ni aun el sacramento del bautismo, sino más bien confesando a Dios nuestros pecados, recibiendo su perdón, y cultivando una relación con Él....

    »Te recomendamos que imprimas este consejo y se lo lleves con todo respeto a tu abuela. Explícale que no quieres desobedecerla, pero que tampoco quieres mentir al ser bautizada. Si tu abuela aún insiste que seas bautizada, entonces te recomendamos que le muestres este consejo al pastor o a quien sea el encargado del bautismo. Explícale que todavía no estás lista para ser bautizada, pero que no quieres desobedecer a tu abuela. Esperamos que el pastor o encargado te comprenda y valore tu sinceridad, al igual que nosotros. Pero si de todos modos tienes que someterte a ser bautizada, así les habrás explicado a todos que lo estás haciendo como un acto de obediencia a tu abuela y no como señal de lo que crees.»

    Con eso termina lo que Linda, mi esposa, recomienda en este caso. El caso completo puede leerse con sólo pulsar la pestaña en www.conciencia.net que dice: «Casos», y luego buscar el Caso 697.

    Carlos Rey
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    1 1Jn 1:9 (NBV)
  • (Día Mundial sin Alcohol)

    Era todo un monumento, pero un monumento vivo, hecho de seres humanos. No era un monumento de mármol, ni de piedra, ni de bronce ni de hierro; era de carne y hueso.

    El escultor, oriundo de México, conocido sólo como don Pedro, había colocado a diferentes artistas en poses representativas, formando así su monumento. No pretendía darles perpetuidad, al modo de una estatua de mármol, pero sí procuraba dar un mensaje elocuente con un significado profundo.

    Por lo general, un monumento presenta a personajes de gran renombre y heroísmo. Pero éste presentaba a varias personas en diferentes estados de embriaguez. Unas estaban caídas; otras, recostadas contra paredes; otras, abrazadas a un árbol; otras, tiradas en cunetas. De ahí que a su obra el artista le puso por título: «Caídos en cumplimiento del beber.»

    En realidad, «Caídos en cumplimiento del beber» es una parodia de otro monumento, serio y digno, titulado: «Caídos en cumplimiento del deber.» Una sola letra intercambiada marca la diferencia entre «beber» y «deber». Pero esa simple letra cambia totalmente el sentido.

    Muchos nobles servidores de la sociedad, en cumplimiento del deber, caen en el campo de batalla y derraman su sangre por defender a su patria. A éstos se les reconoce públicamente con medallas y honores, y reciben la admiración de los demás. En cambio, otros, en cumplimiento del beber, caen al suelo y derraman su vómito por ingerir demasiado licor, cerveza o vino. Éstos son una vergüenza pública y reciben el menosprecio de los demás.

    No obstante, hay muchas personas inteligentes y cultas que, por diversas razones, se dan a la bebida. Naufragan, con toda su inteligencia, en un lago de alcohol y sufren, a veces para siempre, la miseria del aturdimiento y del dolor moral. Hacen caso omiso de las advertencias que contiene el libro de los Proverbios. Una de ellas forma parte de «Los treinta dichos de los sabios». «No te fijes en lo rojo que es el vino, ni en cómo brilla en la copa, ni en la suavidad con que se desliza —nos advierte—; porque acaba mordiendo como serpiente y envenenando como víbora.»1

    Es rara la persona que no se da cuenta de su esclavitud al alcohol. Pero también es rara la persona que lo admite ante los demás. Todo el que quiere puede ser librado de esa serpiente venenosa. Porque Jesucristo, el Hijo de Dios, no sólo tiene el deseo de sacarnos de la prisión en la que nos encontramos, sino también el poder para librarnos. Si aceptamos la ayuda que Cristo nos ofrece, podremos cambiar el vicio por la vida, el fracaso por el triunfo, la perdición por la salvación y la ruina terrenal por la gloria eterna.

    Carlos Rey
    Un Mensaje a la Conciencia
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    1 Pr 23:31‑32