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¡Qué ciego es el mundo!, madre,
¡qué ciegos los hombres son!
Piensan, madre, que no existe
más luz que la luz del sol.Madre, al cruzar los paseos
cuando por las calles voy,
oigo que hombres y mujeres
de mí tienen compasión;
que juntándose uno a otro
hablan bajando la voz,
y que dicen: «¡Pobre ciega!,
que no ve la luz del sol.»Mas yo no soy ciega, madre;
no soy ciega, madre, no.
Hay en mí una Luz divina
que brilla en mi corazón.
El Sol que a mí me ilumina
es de eterno resplandor;
mis ojos, madre, son ciegos...,
pero mi espíritu... no.Cristo es mi Luz, es el día
cuyo brillante arrebol
no se apaga de la noche
en el sombrío crespón.
Tal vez por eso no hiere
el mundo mi corazón
cuando dicen: «¡Pobre ciega!,
que no ve la luz del sol.»Hay muchos que ven el cielo
y el transparente color
de las nubes, de los mares
la perpetua agitación,
mas cuyos ojos no alcanzan
a descubrir al Señor,
que tiene a leyes eternas
sujeta la creación.No veo lo que ellos ven,
ni ellos lo que veo yo:
ellos ven la luz del mundo;
yo veo la luz de Dios.
Y siempre que ellos murmuran:
«¡Pobre ciega!», digo yo:
«¡Pobres ciegos!, que no ven
más luz que la luz del sol...»Este hermoso poema de autoría desconocida se titula «La niña ciega». Pero bien pudiera llevar por título «La niña vidente», pues nos abre los ojos a la dicha de la vista espiritual en contraste con la desdicha de la ceguera espiritual. Por lo general, los que no hemos perdido la vista pensamos únicamente en la función física de los ojos. Y sin embargo lo cierto es que es muy importante la vista espiritual.
Si bien la niña ciega identifica a Jesucristo como la Luz divina que brilla en su corazón, es porque Él mismo se identificó, cuando vivió entre nosotros, como la Luz del mundo. Cristo dijo: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.»1
Si queremos tener esa Luz de la vida, no tenemos siquiera que disfrutar de la vista física. Basta con que permitamos que Cristo nos ilumine, como el Sol al que se refiere la niña ciega, que nunca se oculta porque «es de eterno resplandor». Si le pedimos a Cristo que nos alumbre de este modo, y lo seguimos como Él nos invita a que lo hagamos, se cumplirá en nosotros su promesa de que no andaremos en tinieblas. Descubramos al Señor, como lo descubrió la niña ciega pero vidente. Así no nos importará si brillamos o no con luces propias, ya que tendremos la Luz más brillante del mundo, la Luz de la vida.
Carlos Rey
1 Jn 8:12
Un Mensaje a la Conciencia
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«Mis primeros recuerdos emergen de una sensación acariciante y melodiosa.... La voz entrañable de mi madre orientaba mis pensamientos....»1
Así comienza su autobiografía titulada Ulises criollo el eminente escritor y estadista mexicano José Vasconcelos. Junto a su padre, ya casi terminado el siglo diecinueve, la madre del pequeño José había habitado el inhóspito desierto de Sonora como pionera, entregando cuerpo, alma y espíritu por el bien de su familia.
«Gira el rollo deteriorado de las células de mi memoria —continúa Vasconcelos—; pasan zonas ya invisibles y, de pronto, una visión imborrable. Mi madre retiene sobre las rodillas el tomo de Historia Sagrada. Comenta la lectura y cómo el Señor hizo el mundo de la nada, creando primero la luz, en seguida la tierra con los peces, las aves y el hombre. Un solo Dios... y la primera pareja en el Paraíso. Después, la caída, el largo destierro y la salvación por obra de Jesucristo; reconocer al Cristo, alabarlo; he allí el propósito del hombre sobre la tierra. Dar a conocer su doctrina entre los gentiles, los salvajes; tal es la suprema misión.»2
«Si vienen los apaches y te llevan consigo, tú nada temas —le decía ella—: vive con ellos y sírveles; aprende su lengua y háblales de Nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros y por ellos, por todos los hombres. Lo importante es que no olvides: hay un Dios todopoderoso, y Jesucristo es su único hijo. Lo demás se irá arreglando solo. Cuando crezcas un poco más y aprendas a reconocer los caminos, toma hacia el sur, llega hasta México, pregunta allí por tu abuelo... Esteban Calderón de Oaxaca; en México lo conocen; te presentas, le dará gusto verte; le cuentas cómo escapaste cuando nos mataron a nosotros... Ahora bien, si no puedes escapar o pasan los años y prefieres quedarte con los indios, puedes hacerlo; únicamente no olvides que hay un solo Dios padre y Jesucristo su único hijo; eso mismo dirás entre los indios...»3
Llega el día en que se invierten los papeles, y las lágrimas con que se cortó el discurso de la madre aquel día ya no las derrama la madre sino el hijo, que acaba de recibir un telegrama: «Avisen Carmita grave, no hay esperanzas.» Y antes de poder siquiera responder, le comunican otro mensaje: «Resígnate.... Te acompañamos en tu pena.»4
«“No ames lo que se ha de morir —había dicho ella tantas veces—; sólo al Dios eterno has de amar.” ... En ese momento, sin embargo, por primera vez —confiesa Vasconcelos—, vaciló mi fe y no sabía si creer o no creer en el más allá de las almas.... Y martillaba mi mente la evidencia brutal de que jamás volvería a contemplar el rostro amado.»
A pesar de reflexiones como éstas que lo desgarran, Vasconcelos resuelve sus dudas respecto al más allá, en el que halla consuelo, pues concluye: «Mi madre había cumplido su tarea y se iba al cielo.»5
Carlos Rey
1 José Vasconcelos, Textos: Una antología general (México: SEP/UNAM, 1982), p. 9. 2 Ibíd., p. 11. 3 Ibíd., pp. 11,12. 4 Ibíd., p. 34. 5 Ibíd., pp. 35,36.
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En este mensaje tratamos el caso de un hombre que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net y nos autorizó a que lo citáramos, como sigue:
«Llevo viviendo un buen tiempo con mi novia, y tenemos varios hijos en común. Hemos decidido casarnos, pero ella es católica y yo protestante. Ella sugiere que nos casemos dos veces para no tener conflictos, pero yo no estoy muy seguro. ¿Qué me recomiendan hacer?»
Este es el consejo que le dio mi esposa:
«Estimado amigo:
»... En primer lugar, ¡lo felicitamos por decidir casarse! ... Cuando los cónyuges se dicen mutuamente los votos matrimoniales, se están comprometiendo a establecer un fundamento para todo el porvenir. Cada cónyuge le está asegurando al otro, como también a los hijos, de ese compromiso a la relación matrimonial....
»Si no tuvieran hijos, les recomendaríamos que decidan a qué clase de iglesia piensan asistir con ellos. Pero como ya los tienen y no los están llevando a ninguna iglesia, parece que tampoco han tomado una decisión acerca de eso.
»Tal vez les sorprenda el hecho de que nosotros tenemos cuatro hijos casados y que ninguno de ellos se casó en una iglesia. En vez de optar por celebrar la boda en un edificio construido por manos humanas, cada uno prefirió que el clérigo los casara al aire libre, con el fondo de la naturaleza creada por Dios.
»Si bien los líderes de algunas iglesias insisten en que hay que casarse en el edificio de ellos para que sea válido el matrimonio, la Biblia no dice nada respecto a dónde deben celebrarse las bodas. Nosotros hemos asistido a bodas en hogares, hoteles, parques y hasta frente al mar. El factor importante no es el lugar donde se dicen los votos sino más bien si se los están diciendo tanto a Dios como al cónyuge.
»Así como el asistir a una iglesia no santifica a una persona, tampoco el casarse en un edificio bendice ni santifica ningún matrimonio. Dios no se fija en el local de la iglesia a la que asistimos ni en dónde nos casamos; Él se fija en nuestro corazón. ¿Le ha entregado usted su corazón a Dios? ¿Le ha pedido que perdone sus pecados y lo ayude a vivir conforme Él quiere que viva?
»Le recomendamos que haga una búsqueda por Internet acerca de las diferencias entre las creencias católicas y las protestantes. (No le vamos a sugerir ningún sitio particular en la red porque creemos que no es prudente que avalemos la validez o confiabilidad de un sitio por encima de otro en este asunto.) A usted y a su novia les conviene estudiar cada doctrina y conversar acerca de las diferencias entre ellas. Es muy posible que uno de los dos o ambos nunca hayan examinado a fondo la fe que profesan. Esa conversación bien pudiera ayudarles a tomar ciertas decisiones sobre quién oficiará en la ceremonia de bodas y a qué iglesia pudieran comenzar a asistir junto con sus hijos.»
Con eso termina lo que recomienda Linda, mi esposa. El consejo completo se puede leer si se ingresa en el sitio www.conciencia.net y se pulsa la pestaña que dice: «Casos», y luego se busca el Caso 721.
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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Ismael Cerna era sobrino del Mariscal Vicente Cerna, quien había sido depuesto como presidente de Guatemala. Ismael empleaba sus dotes de poeta para combatir, mediante la prensa y otras actividades, al entonces presidente, el general Justo Rufino Barrios. Lo cierto es que no comulgaba en absoluto con el régimen de Barrios. Tanto insistió en atacarlo el joven Cerna, que el presidente Barrios resolvió mandarlo a la cárcel por actividades subversivas.
En la cárcel el joven poeta, inspirado por quién sabe qué, le envió un nuevo poema al presidente en el que lo calificaba de tirano. Y como si eso fuera poco, retó a Barrios a que le quitara la vida. El presidente, después de leer el poema detenidamente, mandó llamar al poeta para que se lo leyera en voz alta. Cerna no se acobardó, sino que lo hizo con la voz vibrándole de emoción. Barrios quedó admirado de la actuación del poeta y le dijo:
—Estos versos no son malos, joven.
Cerna replicó:
—Si son buenos o malos no lo sé, puesto que sólo los he sentido.
Barrios le preguntó entonces:
—¿Le gustaría estar libre?
Pero Cerna le contestó:
—A usted no le pido nada.
—Está bien —concluyó Barrios—, está libre. ¡Váyase! La historia me hará justicia aunque usted no lo haga.
Cerna salió de la cárcel y también del país en exilio voluntario, y no volvió sino hasta después de la muerte de Barrios. Pero no se quedó callado. En un aniversario de la muerte del exmandatario, aprovechó la ocasión para subir a la tribuna y recitar los siguientes versos:
Yo que de tu implacable tiranía una víctima fui,
yo que en mi encono quisiera maldecirte todavía,
no olvido que en un instante en tu abandono
quisiste engrandecer la patria mía,
y en nombre de esa patria te perdono.1Tal vez haya influido en Ismael Cerna el siguiente consejo que San Pablo les dio a los efesios: «Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia. Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo.»2 Todos necesitamos el perdón, tanto el darlo como el recibirlo. Los que no somos perdonadores somos perdedores. Y los que no recibimos el perdón de Dios perdemos la vida eterna que Él nos dio al morir en la cruz. Para recibir ese perdón divino y la vida eterna que lo acompaña, basta con que oremos el padrenuestro así como Cristo nos enseñó que hiciéramos: «Padre, ... perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden.»3
Carlos Rey
1 Óscar Hugo Álvarez Gómez, Anécdotas del General de División Don Justo Rufino Barrios, 2a ed. (Guatemala: Editorial del Ejército, 1984), pp. 65-66. 2 Ef 4:31‑32 3 Lc 11:4
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«El administrador [de la hacienda, don José Antonio,] invitó al Jefe [del Resguardo] y al periodista [secretario de la Municipalidad] a pasar la noche en su casa.
»Doña Rosita, que aguardaba ansiosa el regreso de su marido, atendió a las visitas con solemne cortesía.... Aprovechando la presencia del representante del periódico... hábilmente sacó a relucir todos sus conocimientos, no olvidó las disimuladas alusiones al colegio en que se había educado y a la posición social de su familia y, ya refiriéndose a los acontecimientos del día, criticó las depravadas costumbres de la gente de la hacienda....
»—Eso mismo ocurre en todos los rincones del país —afirmó... doña Rosita, generalizando—. ¡Ah, señores, desconsuela el grado de corrupción al que se ha llegado en nuestros días! ¿Hacia dónde vamos? Al precipicio, señores, al caos... ¡Ah, qué ejemplar, qué apacible y sosegada vida la que hacían nuestros abuelos! ¿Y por qué hoy tanta miseria? ¿Por qué tanta impiedad y perversión? Por la ignorancia.... ¡Luz y más luz es lo que se necesita!... Pero instrucción cristiana, se entiende. ¡Moral cristiana, señores! Si se quiere evitar mayores males, hay que combatir la criminal indiferencia religiosa del pueblo....
»Hay que saber educar para no tener que castigar; éste es un principio muy cristiano. El hombre, o se endereza de niño o no se endereza nunca. Hay que ir directamente a la Escuela. Hay que entronizar allí [a Jesucristo], para que ilumine y guíe con su infinita sabiduría los pasos del maestro... para que inculque en los infantiles corazones el santo temor a Dios, para que los enseñe a... pensar un poco más en el espíritu, a despegarse de la tierra para acercarse a Dios.»1
¡Con razón que a doña Rosita, que es el personaje femenino más cuidadosamente caracterizado en la novela Gentes y gentecillas, su autor costarricense Carlos Luis Fallas la calificara de «perversa, chismosa, ridículamente vanidosa y afectada»! También tiene razón el profesor Víctor Manuel Arroyo en el prólogo al decir de doña Rosita: «Es una rara mezcla de hipocresía y de perversidad. Está en el grupo de la “gente” y tiene el peor concepto de la “gentecilla”.» Sin embargo, tal vez porque con frecuencia Dios se vale de ciertas personas malpensadas y menos pensadas para enseñarnos grandes lecciones morales y espirituales, doña Rosita misma tiene razón al decir que necesitamos «luz y más luz», instrucción y moral cristiana, para evitar que mayores males trastornen a nuestra sociedad.
Más paradójico aun es que Fallas haya puesto en boca de doña Rosita palabras afines a las de uno de los hombres más sabios de la historia universal. Se trata del rey Salomón, quien afirma en sus proverbios: «Instruye al niño en el camino correcto, y aun en su vejez no lo abandonará.... El temor del Señor es el principio del conocimiento... [y] de la sabiduría.... Prolonga la vida... [y] evita el mal.... Es un baluarte seguro que sirve de refugio a los hijos».2
Carlos Rey
1 Carlos Luis Fallas, Gentes y gentecillas (San José: Editorial Costa Rica, 1994), pp. 256-58. 2 Pr 1:7; 9:10; 10:27; 16:6; 14:26; 15:33; 19:23; 22:6
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En este mensaje tratamos el caso de un hombre que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net y nos autorizó a que lo citáramos, como sigue:
«Después de diez años de casados, mi esposa se sintió muy atraída por un muchacho atractivo y mucho más joven, que llegaba a la casa para vendernos pan. Pasaban a veces hasta cuarenta minutos platicando en frente de nuestra casa. Yo le decía a mi esposa que no era correcto lo que hacía, pero ella me respondía que era sólo una amistad inofensiva. Se lo advertí muchas veces, hasta que llegaron al punto de que se veían afuera y, según me comentó, se besaban.... No sé qué hacer.»
Este es el consejo que le dio mi esposa:
«Estimado amigo:
»... Es importante reconocer que su esposa sí optó por contarle a usted acerca del beso. Ella pudo haber guardado el secreto y haber seguido la relación amistosa con el joven, pero decidió más bien contárselo a usted. Como ella se lo confesó, vamos a suponer que está arrepentida y que quiere reparar la relación entre ustedes dos.
»Es posible que usted esté enojado con ella debido a que no acató su advertencia en cuanto a lo inapropiadas que eran las largas conversaciones que tenía con el joven. ¿Acaso estaba ella tratando de desquitarse por algo que usted hizo, tal como una relación que usted tuvo o está sosteniendo con otra mujer? ¿O estaba procurando que usted se pusiera celoso porque ella siente que usted no le está prestando suficiente atención? Ella bien pudiera sentirse insegura por estar envejeciendo o por su apariencia física, y la atención que le estaba prestando el joven la hizo sentirse más segura de sí misma.
»No hay duda alguna de que lo que hizo su esposa no fue lo correcto y que esa brecha en la confianza pudiera destruir su matrimonio, si usted lo permite. Pero como nos está pidiendo un consejo, creemos que quiere salvarlo.
»¿Puede usted perdonar a su esposa de una vez y para siempre y no volver nunca a echárselo en cara? Recuerde que Jesucristo dijo que si usted no perdona los pecados de los demás, el Padre celestial no perdonará los pecados suyos.1 Él estaba enseñando que para que cualquiera de nosotros sea perdonado por nuestros pecados, tenemos que estar dispuestos a perdonar a los demás.
»Nosotros creemos que es fundamental que usted y su esposa asistan por lo menos a unas cuantas sesiones de terapia matrimonial a fin de que un consejero pueda ayudarles a los dos a fijarse límites con relación al futuro. Sin un mediador, creemos que les resultará muy difícil salir airosos de esta situación tan complicada.
»Aún más importante, le recomendamos que los dos vuelvan a comprometerse mutuamente y que le pidan a Dios que los una de nuevo. Pídanle que les ayude a encontrar recursos para fortalecer su matrimonio. Muchas iglesias grandes u organizaciones comunitarias ofrecen talleres para matrimonios o incluso grupos de terapia matrimonial que pudieran ser de gran ayuda para ustedes.»
Con eso termina lo que recomienda Linda, mi esposa. El consejo completo puede leerse con sólo ingresar en el sitio www.conciencia.net y pulsar la pestaña que dice: «Casos», y luego buscar el Caso 840.
Carlos Rey
1 Mt 6:15
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En este mensaje tratamos el caso de una mujer que «descargó su conciencia» en nuestro sitio www.conciencia.net. Lo hizo de manera anónima, como pedimos que se haga; así que, a pesar de que nunca se lo había contado a nadie, nos autorizó a que la citáramos, como sigue:
«Hace cinco años anduve con un hombre casado y tuvimos un hijo. Cuatro años después conocí al que ahora es mi esposo, y al que amo con todo mi corazón. Él quiere tomar a mi hijo como suyo.... Me dice que quiere que seamos una familia, y sólo él quiere ser su papá, ya que el verdadero papá de mi hijo no lo busca mucho....
»No sé qué hacer. Por un lado está mi hijo que tiene derecho de ver a su papá, y por otro mi esposo, y no quiero hacerlo a un lado.»
Este es el consejo que le dimos:
«Estimada amiga:
»¡Ha acertado usted al buscar este consejo de nuestra parte! Es que en nuestra propia familia tenemos experiencia con tres hijos adoptivos y dos padres biológicos.
»En primer lugar, permítanos resaltar algo que usted dijo, y en lo que está equivocada. Usted dijo que el padre verdadero es el padre biológico. Eso no es cierto. El padre verdadero es el que arropa bien en la cama al niño cuando se acuesta de noche. El padre verdadero enjuga las lágrimas del niño y le limpia el rostro sucio. El padre verdadero se esfuerza en su trabajo a fin de proveerles un hogar seguro al niño y a la madre del niño. Y el padre verdadero abraza al niño y le dice: “Te amo.”
»En el caso suyo, es obvio que su esposo es el verdadero padre del niño. El padre biológico es el que contribuyó en su ADN, pero eso no lo convierte en el padre verdadero. Pregúntese: “¿Cuál de estos hombres le ha mostrado amor a mi hijo? ¿Cuál de ellos quiere tener un futuro con mi hijo? ¿Y cuál de ellos quiere proveerle un hogar y darle amor a mi hijo?” El padre verdadero es ese hombre.
»Usted está preocupada de que su hijo necesita conocer a su padre biológico. Tal vez algún día, cuando sea adulto, pueda ser así. Pero por ahora basta con su padre verdadero. Podemos decirle por experiencia propia que un hijo adoptivo puede crecer sano y feliz sin jamás haber conocido a sus padres biológicos. Y a muchos hijos adoptivos no les interesa, ni siquiera después de ser adultos, buscar y conocer a sus padres biológicos debido a que tienen la sabiduría necesaria para saber que tuvieron padres verdaderos desde el principio.
»Le aconsejamos que le dé todo su apoyo a su esposo en el deseo que él tiene de adoptar legalmente a su hijo. Pídale al padre biológico que ceda formalmente los derechos de paternidad. Es probable que él acceda a su petición; pero si no lo hace, entonces él debe comenzar a sostener al niño económicamente cada vez que recibe su sueldo, y debe sacar tiempo para estar con su hijo puntualmente cada semana. Si él no está dispuesto a hacer esas dos cosas, usted debe consultar con un abogado en cuanto a solicitar que un juzgado haga que cesen los derechos de paternidad que él ha tenido.
»Dios la ha bendecido a usted con un esposo amoroso que quiere ser un verdadero papá para su hijo.
»¡Le deseamos que su familia sea feliz!
»Linda y Carlos Rey.»
Este caso y este consejo pueden leerse e imprimirse si se pulsa el enlace en www.conciencia.net que dice: «Casos», y luego el enlace que dice: «Caso 122».
Carlos Rey
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