Avsnitt

  • A la victoria de Trump le siguieron un torrente de columnas y análisis del género forense. Actividad de esfuerzo extraño, que ni evita el daño ni resucita a al muerto. Sirve, bien hecho, y mucho, para quienes vendrán. En general no fue el caso. Se hizo en su modalidad quién es el culpable y, en concreto, en la submodalidad “ya lo decía yo”, que permite expresar una misma hipótesis que ya se traía de casa con la excusa de nuevos cuerpos a examinar.

    Por aquí, presentistas y localistas como somos, la cosa nos resonaba a un problema próximo. Todas las elecciones hablan de mí. Por eso nos ha gustado comentar qué dicen de nuestro contexto los análisis enfocados a un qué ha pasado amplio y un qué vendrá abierto. Es recomendable escuchar la charla de Keeanga-Yamahtta Taylor y Daniel Denvir en el podcast The Dig y traer a nuestro terreno algunas explicaciones:

    1. Ese pueblo del que usted me habla. El problema de desconexión y distancia de las élites ha invadido el mundo de lo sensible. Se ha acelerado, intensificado, y con ello todos los problemas que supone. No somos ingenuos: en la base del mecanismo de representación hay un proceso de extrañamiento implícito. Pero cuando la distancia se hace tal los equipos de las capas altas no pueden prever el efecto de sus gestos en la población ni anticipar sus reacciones porque no participan de ellas.

    ¿Cómo, si no, puede parecer buena idea ese macroconcierto en las escaleras del Museo de Philadelphia, acto central de la campaña de Harris, con todos los rockybalboas que te tienen que votar en otro sitio, enfrentando la mayor crisis de vivienda y salud pública de su historia? ¿Cómo se puede enmarcar la campaña en la última oportunidad de la democracia y regodearse en facilitar una transición modélica cuando esta se pierde? Es la ilusión, es la emoción, pero también es hacerse cargo. Si no te lo crees ni tú, ¿a quién estás convocando a creerselo?

    2. Cabalgar la interseccionalidad. Algunas interpretaciones eran repasos de las carpetas de fotos de los sospechosos habituales: Los blancos pobres se han pasado al trumpismo, las latinas han sido poco feministas, etc. Es lo propio de una política que debe segmentarse para movilizar al máximo. La cuestión es si se entiende la singularidad de cada uno de esos segmentos o, al hacer política con esas líneas de desigualdad, no producimos rechazo (o alienación) antes que movilización ¿Qué sentido tiene hablar de privilegio blanco respecto al primer grupo? ¿Que impele a mujeres de tradiciones políticas muy diversas a sentirse afectadas y defendidas por un perfil como el de Harris? Si la intención era una movilización de minorías sin hablar de racismo o de la última línea de defensa de las libertades mientras se sigue esa política interna y externa con la cuestión palestina, algo falla.

    3. Horizontes y el marco coalición. Sorprende de la conversación que citamos cómo se mantienen de la mano a) radicalidad y b) futuras coaliciones de carácter amplio. Existen muchas sospechas sobre la posibilidad de reorientar el Partido Demócrata y algunas más sobre la viabilidad de un tercer partido USA. Pero se ha producido un giro respecto a la percepción del momento como un estadio límite de las cosas y, por lo tanto, también respecto a que la forma lógica de tratar el presente es a través de amplias alianzas. En una paradoja que aproxima la discusión a nuestro contexto: la debilidad de los actores fomenta un ensanchamiento de las coaliciones.

    De estas cosas “lejanas” y de otras más mundanas, como la migración a Bluesky (sígannos en @polandpop.bsky.social) o la retirada de Nadal, ese hilo que ha unido generaciones en una forma de entender la subjetividad España, hemos estado hablando la hora larga que tenéis por aquí arriba. Pasarse.

  • Volveremos a las redes. La reconquista de la vida y la política digital

    Hemos creado el mundo digital tres veces. Hicimos funcionar internet en la última parte del siglo XX. Lo llenamos de mundos otros y espacios colaborativos en el cambio de siglo. Y lo dispusimos como una máquina política formidable en las primeras décadas del XXI: conectamos, creamos, transformamos.

    La nostalgia puede ser añoranza del futuro que pudo ser. Ni la venganza en diferido de quien auguraba que toda innovación era inútil, ni la medalla de quien tuiteó delante de los grises, desgastada ya en sus efectos. Hablamos con Marta G. Franco, autora de Las redes son nuestras. Una historia popular de internet (y un mapa para volver a habitarla), ed. Consonni, 2024, sobre esas tres creaciones y esas tres derrotas de internet: de las redes colaborativas al monopolio de las infraestructuras, del multiverso digital a las big tech, de la autocomunicación de masas libre de escala a la hegemonía de la internacional del odio. Pero, como dice Francco, esa historia es una fuente de conocimiento y de amor para las nuevas rupturas: “Repasar esta historia de victorias ‒porque si nos robaron y perdimos tres veces es porque un rato antes, tres veces, íbamos ganando‒ no es un ejercicio de nostalgia impotente, es una herramienta para recordar que se puede ganar. Que internet puede ser un territorio donde aprender, colaborar y avanzar hacia algo que se parezca mucho más al mundo en el que nos gustaría vivir” (p. 13).

    Para ello existe un doble obstáculo que la obra busca superar. Un problema, primero, de memoria. En tanto se ha perdido ese hilo de nuestra historia instituyente en lo digital (diversa en los cuerpos y culturas que la han protagonizado), parecemos poca cosa, y una cosa pasiva en todo caso, frente a los chicos listos de Silicon Valley. Así, como gente a la que internet le ha pasado en lugar de la gente que lo ha hecho, nada sustancioso podemos conocer y mucho menos decidir sobre su funcionamiento.

    A este obstáculo cognitivo se le suma el político. No se valora de forma suficiente lo que se ha perdido o lo que nos jugamos. La esfera digital no es un añadido a la realidad donde matar la espera y los trayectos en bus. Es un espacio político y de politización predominante. Es el medio de transmisión del bulo de las represas y un espacio conversacional que ya no tiene sustituto. La forja de las subjetividades que postceden al neoliberalismo. Es decir, un asunto basal de la democracia que no se agota en la toxicidad de tal o cual red social y del que no hay una desconexión productiva posible.

    Es cierto que, frente a esos obstáculos, Marta G. Franco expone un programa de reformas profundo y levanta acta del malestar digital: un clima de desafección, deterioro de la atención, depreciación de sus mecanismos de captura, deserciones y colapso de la esfera social digital aquí y allá que coincide con una aceleración en la inauguración y recreación de mundos que podría ser la cuarta victoria en internet. Los medios para ésta son desiguales, pero la partida continúa y hay sitio para que entréis.

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  • De la lectura de “El Estado feroz”(Verso, 2024) y de la conversación Pablo Elorduy, no se desprenden los conceptos más trendy de la politología patria ni de la internacional tertulianista -¿Ha dicho uted “inquiocupa? ¿inqué?-. Se sigue, más bien, una fascinación por la reciente ubicuidad de algunos conceptos -¿de verdad está el señor ministro hablando de lawfare en la Ser? ¿a partir de qué número de podcast de éxito las cloacas pasan a ser vertederos a cielo abierto?- junto con el temor a que se despoliticen por completo en el mercado de las ideas. Donde hay más mercado que ideas y cotizaciones sobre todo a la baja.

    Jugar a la antropología del Estado es bajarlo del pedestal de héroes y santos para ponerlo en tierra. A pie de lobby, de cultura profesional y de familia extensa -Enhorabuena, después de dos abogadas de Estado, por fin han tenido ustedes el técnico de comercio que tanto buscaban-. Implica tomar el Estado no como lo que debería ser, sino como lo que es. Y el Estado es primero una organización estable, y, ya luego si eso, democrática. El “ya si eso” es el artista anteriormente conocido como política, donde nos jugamos ciclo a ciclo, si gana a) la tendencia democratizadora que subordina el estado a la soberania popular y nutre el circuito virtuoso de derechos, garantías y ampliaciones de la vida o b) el sentido patrimonialista y censitario de quienes ponen orden cuando la cosa se desmadra.

    Estado feliz y Estado feroz, dice Elorduy. En España ha habido mucho del segundo y menos del primero. Sin licenciarse nunca, el Estado feroz sale a pasear sobre todo cuando la tensión entre esas dos tendencias se desborda y la democracia amenaza la continuidad en la dirección política del Estado y el poder de los dueños de las cosas. Que seamos sinceras/os: se asustan con cualquier cosa. Con cositas muy pequeñas. Con cualquier cosa que se considere una amenza o una posibilidad, quién lo hubiera dicho, de que la dirección se aleje de la influencia exclusiva de los viejos grupos titulares de la administración (ya sea del estado o de las empresas) y ese poder se derrame de forma más distribuida.

    Por eso los tiempos de crisis son tiempos de Estado feroz. Y crisis no nos faltan. Si usted lleva algunas décadas con los pies en algún territorio del Sur, incluso del Sur de Europa, no le resultarán extrañas las últimas actualizaciones del sistema operativo del Estado, especialmente diseñadas para poder implementar una decisión política dura “venida de arriba a la derecha”, es decir, indeseada. Para estas funcionalidades de excepción, de traducción y regular administración de un dolor cíclico, el ingrediente democracia debe limitarse.

    El golpe de realismo al leer este manual de instrucciones sobre el Estado Feroz tiene, como muchas discusiones sobre lo real, un efecto ambivalente: ilumina pero asusta, esclarece pero puede paralizar. La amenaza de un shock impolítico por exceso de verdad. Si esto es así, no debe extrañar que la digestión masiva de todo esto se haga más en los programas del corazón y en el true crime que en las tertulias políticas, pero si lo primero le sabe a poco aquí dejamos que nos apriete la manita cuando vengan los sustos.

  • Estamos de vuelta. 6ª temporada. De las cosas que empezaron durante la pandemia porque, recordarán, confinamiento, pocas subsisten. El podcasting ha devenido mainstream y nosotros hemos visto pasar ese tren como lo hace una vaca o un olivo. A lo suyo. Este verano, el particular lo suyo en el que interseccionan la cultura pop y lo político ha sido la conversación pública: el despliegue plaza en internet ahora reconquistada por lo tóxico y lo privado. Así que, a este lo suyo, le vamos a dedicar algún tiempo.

    Primera parada, un texto canónico de la lectura contemporánea sobre las nuevas derechas y su impacto sobre las viejas. El conocido ¿La rebeldía se volvió de derechas? De Pablo Stefanoni, editado por Siglo XXI y Clave Intelectual. Texto útil porque incorpora la perspectiva latinoamericana del asunto, siempre demasiado norteña. Y texto premonitorio, que en 2021 ya se preguntaba si esos tertulianos paleolibertarios, como Milei, minoría en la política de masas, pero buenos animadores del share, no serían algo más algo pronto.

    La premisa del libro es de una aceptación extendida: existe una debilidad en la familia conservadora tradicional (old right, tories del mundo, democristianos, conservadores en lo social y neoliberales en lo económico, en definitiva) que da oportunidad a y se aviva por la acción de derechas periféricas pero agitadas que mueven el tablero e incluso acaban por llevarse las piezas a casa.

    Desde ahí, hemos querido jugar con el motor del libro, que opera a partir de una paradoja fundamental en el funcionamiento de esta constelación. Esta es, una enorme variedad de familias, con planteamientos y fobias fundantes contradictorias que, sin embargo, produce efectos con una unidad y consistencia de sentido intensas. Si una leyenda-¿cuñadez? urbana dice que los inuit usan 40 palabras para designar 40 tipos de nieve, nos vemos en la necesidad de adaptarnos al entorno y manejar un reguero de nombres para identificar -y explotar- las diferencias de estos grupos. Etnonacionalistas del gran reemplazo contra el islam. Derecha populista de las élites globales me quitan el bocadillo, siendo las élites personas que se mueven para trabajar y siendo lo global una sucesión infinita de fronteras. Neofascistas que se pasaron al posfascismo porque el primer disco se vendió fatal. Paleolibertarios que combinan sin atragantarse un control natalista del cuerpo con el estímulo de los mercados de órganos. Anti-progres de todo tipo, masculinismos rancios y nazis del misterio que hacen match en la crisis occidental de la mediana edad. Es decir, un paseo de impacto por las estanterías del mercado de las ideas.

    Estando así la cosa y siendo la cosa nuestra continuidad más o menos alegre en el plantea, surgen muchos comentarios. Empezaremos la temporada con uno: ¿cómo es posible que estas alianzas contra natura conserven una cierta unidad estratégica que modifica el campo incluso de sus adversarios y enemigos? ¿Cómo contrasta con esto nuestra metáfora estructurante de la pureza ideológica y su rebaje pragmático? Bien, pasen, disfruten y discutan, que viene fuerte la temporada.

  • Lleva unos meses rondándonos la teoría de los tres estados. Como cuando se cuenta en el cole la Edad Media, la teoría explica que hay tres sociedades superpuestas: gente que maneja lana para comprar a mucha otra gente y aún le sobra; gente que es comprada y con esfuerzo puede comprar a alguna otra de vez en cuando; y gente que es comprada y solo le queda apretar los dientes pa tirar palante. Esta imagen contiene muchas incógnitas. En el programa con Emmanuel Rodríguez a propósito de su libro sobre la clase media (https://www.ivoox.com/3x17-en-este-pais-todo-mundo-es-audios-mp3_rf_87316776_1.html) nos preguntábamos ¿ cómo es posible que ese segundo estado identifique al 60% de la población y a casi a la totalidad de la esfera política? Cuando Anna Pacheco retoma el problema de la clase en el trabajo contemporáneo en “Estuve aquí y me acordé de vosotros” (Anagrama, 2024), libro al que dedicamos este último programa de la temporada, se pregunta cómo esas personas -casi clase media, media media, media baja, media bajita, casi pobres- que dispensan sus servicios en la hotelería de lujo no desarrollan, al servicio de la clase alta global, las formas más depuradas de rencor. La imagen de los tres estados devuelve también la incógnita de las alianzas ¿con qué clase es más probable el acuerdo estratégico? ¿con aquella a la que hay más posibilidad de volver o caer o con aquella a la que se aspira a llegar?

    En el contexto español el turismo -en otros lugares una actividad excepcional y residual en el ámbito productivo, aquí eje vertebrador del modelo de país- resulta ser bien explicativa del estado de las cosas. En ella se refleja con precisión la teoría de los tres estados: el 33,1% que no puede irse de vacaciones al menos una semana (ECV 2023), el 60% que trabaja aspirando a la vida-vacaciones y el 7% que se forra con todo esto. El problema de esta imagen, icono del clasemedismo español, es cómo se mueve. El turismo ha vivido la transición desde un sector servicios-industrial que coquetea con las grandes constructoras y financieras a un sector devorado, al igual que el conjunto de la producción social, por estas últimas. De hecho, la conflictividad social creciente, como hemos visto en las últimas manifestaciones contra la turistificación de nuestras ciudades y territorios, uno de los movimientos populares más vivos hoy, no estalla solo por la captura territorial y laboral del sector clásico ho(s)telero, sino por el giro rentista que incorpora la vivienda turística y agota todas las formas de vida urbana e insular.

    Si situamos el turismo en esta esfera productiva y sistémica, más que en una esfera de gustos, consumos y estilos de vida, el marco de críticas y de alternativas se desplaza también ¿es lo mismo un sector turístico que el otro?, al igual que cabe preguntarse ¿es lo mismo la explotación laboral que la expropiación rentista?. ¿Cabe alguna forma de nuevo pacto social por el turismo, que incluya su desmercantilización, decrecimiento y profesionalización? ¿Será posible otro turismo mientras sea imposible otro trabajo? Nos vemos en septiembre y, mientras tanto, en las piscinas. Un abrazo.

  • En la escala europea, el resultado de las elecciones ha señalado una tendencia de agitación y sustitución en las derechas y un argumento más para la desorientación entre las izquierdas. Es el momento de renovar tesis y conocer el campo.
    Tesis 1. Alcanzado el momento álgido de dispersión en el campo progresista, se ha iniciado un proceso de integración, que no nos está dado decidir si sucederá o no, sino cómo sucederá. Será de manera orgánica y pluralista, es decir, frenteamplista, para organizar, integrar y dar agenda a esta pluralidad que somos, o será en la forma contraria. En el segundo caso, la autonomía respecto al PSOE y la viabilidad del espacio son muy complicadas.
    Tesis 2. La capacidad de interpretación e intervención de las dirigencias de los partidos es secundaria ahora. Tienen enormes incentivos para realizar esa tarea en el marco de una nueva batalla por un espacio político decreciente. Así, solo se problematiza aquello que les sitúa en mejor posición ahora. En cambio, el debate por abajo, dentro y fuera de esos espacios políticos, tiene mayor vocación de verdad y capacidad para construir un nuevo sentido común o cultura política compartida en el orden pluralista. De este modo, cuando lleguen las discusiones sobre la materialidad institucional y partidista, discusiones importantes pero ulteriores, ese enfoque se impondrá a los de arriba; y no al revés, como sucede en este todos contra todos digital que nos rodea.
    Tesis 3. Si es una discusión centrada en la cultura política, en cómo convivimos y nos reproducimos en un plano político, los matices en los temas sustantivos deben ceder en favor de ese principio de amistad. Y ese principio debe encontrar la forma de defender la pluralidad del espacio frente a la tentación de reducirlo.
    Tesis 4. Es el mejor momento, quizá el único, para hacer esto.

    Ahora bien, el método no es suficiente. Conviene conocer el campo. Para ello hemos invitado a les amigues de Proyecto UNA, referentes en la comunicación digital y popular. Nuestra intuición era que la percepción del campo politíco-digital está más condicionada por experiencias y aversiones generacionales que por un conocimiento decente del entorno digital. Eso provoca bastantes malentendidos, como que la derecha no para de crecer entre la juventud o que es el nuevo punk o que la comunicación digital es un mercado abierto o un campo plano regido por el mérito, cuando lo que sabemos es que existen montañas de dinero en la liberación de influencers y tertulianos inviables de otro modo, tsunamis de hate para las amplias minorías que se exponen y enormes costes de vida por todos lados, que no se pueden rentabilizar sino en un régimen hiperjerarquizado por el que solo puede quedar uno, y no hay garantía de que conserve la cordura.
    Ahora bien, dentro de este régimen hay otra circulación de ideas posible, siempre que se entienda que no cabe espejar directamente la derechista que produce tanta fascinación ahora. Aunque cualquiera que asuma las consecuencias de esa exposición y extreme sus performances puede hacerse con atención y un nicho, no son esas las comunidades que más nos interesan, ni podremos repetirles en cuotas de poder, a esos/as líderes mediáticos/as, el coste de su expedición. Penúltimo programa de la temporada.

  • Un género es una estrategia o, dirán sus destractores/as, una artimaña. Consiste en parametrizar la ficción conforme a un determinado código, manejar un conjunto de referencias, arquetipos y conflictos por los que usted ha pasado muchas veces, tantas, de hecho, que puede dejarse llevar y disfrutar. Es entonces -zas- cuando le meten de rondón la reflexión profunda sobre ese mundo inexistente que viene muy al caso del suyo, pero que para ratos se leía usted un ladrillo sobre los límites de la técnica, la socialidad o los problemas del poder de otro modo. Y menos uno de 500 páginas… en tres volúmenes y precuela. Por eso, no pasamos temporada sin nuestro especial de sci-fi o ficción especulativa favorita.

    Floridas todas estas ventajas, pero ¿qué ocurre cuando el código del género es código del otro? ¿cuando las estanterías se llenan de soft power anglonorteño? De eso va este episodio, de charlar con Juan Francisco Soto Hoyos de los problemas de la sci-fi ajena y de las regularidades de un género dentro del género, es decir, de una eventual ciencia ficción latinoamericana.
    Lo primero que se viene en la charla son los abigarramientos entre códigos. La definición de ciencia ficción se escapa hacia el terror o hacia lo fantástico o hacia, vaya, ya apareció, lo mágico. Si un topos de la ciencia ficción son los excesos de la racionalidad técnica, un empacho del árbol de la ciencia del bien y del mal, sea como advertencia de colapso o como límite reaccionario a alguna fiesta, ¿qué forma puede tener esto en los contextos donde el desarrollo es tan excepcional que se les pone su nombre a las escasas épocas en que prevalece? Hay que pensar, entonces, en una sci-fi de cola, de reimplante y donde el hackeo no es la acción individual del héroe, sino la creación de la comunidad, como en los kentukis modificados, liberados o revendidos (Schweblin, 2018).

    Después viene la historia. En el sur los adelantos técnicos no empiezan la trama de cero, no son productos de la natural evolución humana, sino artificios y dispositivos políticos de ciertas derrotas de clase, como pasa en Sin fin (Caparrós, 2020) o, por conjugar otras latitudes, en El Gurja (Hossain, 2023). Y con la historia viene el espejo. Ese espejo del mismo desarrollo capitalista donde las utopías de un lado son las distopías del otro, donde es la derecha global la principal productora de utopías y fantasías escapistas. Por eso, se puede leer Mugre rosa (Trías, 2021) sin distinguir muy bien qué parte del colapso es catástrofe epocal y qué parte el plan A de la gestión institucionalizada del desastre en la periferia capitalista.

    Por eso, también, aparece la magia, porque donde no se ha atribuido la capacidad de la técnica se han asignado cualidades para la magia. Y porque, en determinadas ocasiones, el realismo debe maridarse con magia para poder escribirse y debe etiquetarse desde cánones asimilables para poder distribuirse legalmente en el norte. De hecho, no otra cosa hacemos aquí, meter en la salchichita del entretenimiento de género la pastilla de una honda preocupación por el presente. ¡A ver si cuela!

    Nota explicativa:
    • Caparrós, Martín(2020). Sinfín. Random House Mondadori
    • Hossain, Saad Z. (2023). El Gurja y el Señor de los martes (R. Cardeñoso, Trad.). Duermevela;
    • Schweblin, Samanta (2018). Kentukis. Random House
    • Trías, Fernanda (2021). Mugre rosa. Random House.

    Juan Francisco Soto Hoyos es profesor de filosofía del derecho en la Universidad del Rosario, de Colombia. Parte del contenido de este post y del programa proviene del seminario anual que realiza con sus estudiantes y que este año se ha ocupado de obras de ciencia ficción escritas desde América Latina.

    Escuchamos este enfoque por primera vez en el congreso “Ciencia jurídica y ciencia ficción”, organizado en Málaga en abril de este año, que pronto se publicará en un libro colectivo. Otras reflexiones proceden del grupo de lectura regular sobre ciencia ficción que se celebra en la librería La Montonera, de Zaragoza, que este curso ha tratado también estas ficciones.

  • Europa es difícil, tecnocrática y cruel. O, según se mire, el peluche al que abrazarnos para no quedarnos por completo solos con nosotros mismos -es decir, en la urba España- cuando se apagan las luces.

    Aquí Europa nos interesa como un indicador de nuestra imaginación política. Básicamente por aquí abajo Europa significa sobre todo modernidad, y la modernidad ser europeos. O sea, un país homologado a nuestros vecinos del piso de arriba y no, por ejemplo, a los del piso de abajo. Sí, una metáfora preñada de racismo, pero perfectamente operativa en los últimos 60 años de nuestra historia. Algo que explica que en España funcione un europeísmo mucho más ferviente de lo que casi nadie está dispuesto/a a confesar y al mismo tiempo no se sepa mucho de cómo funciona la cosa Parlamento-Consejo-Comisión. No se sienta culpable. Tampoco es que en los demás países la gente lo entienda muy bien o lo entienda. Se diseñó así. Con un puntito de misterio. El misterio en los libros, las series y los/as amantes es guay y seductor. En las instituciones de gobierno inquieta un poco.

    A esta Europa a veces se le mira arriba como a un dios, al que se le reza o se le maldice cada cinco años, pero sin saber muy bien cómo esa pieza de fe funciona luego en los trílogos por venir. En el ciclo anterior se disputaba Europa -y a eso se adaptó- mientras que en este se mira como un afuera relevante, como una excusa para practicar lo infame, como un campo de proyección de las cuitas vecinales o como al juez no necesariamente imparcial en el que resolver el empate doméstico. El robot de cocina de las instituciones, vamos. Por nuestra parte, hemos invitado a Pablo Elorduy, coordinador de política de El Salto, para acompañarnos en este camino de ida y vuelta que son la arena estatal y la europea.

    En la arena europea se juegan muchas cosas, pero la mayoría ya las hemos inventado en el sur, como la homologación de la extrema derecha con una posición fiable -liberal en lo de la mantequilla, atlantista en lo de los cañones- y la gobernabilidad de las dos derechas Estado-de-Derecho approved. Así que quizá tengamos tiempo de profundizar en un debate que es estratégico sobre la alternativa a la UE y las alternativas en la UE que considere los problemas coloniales y ecológicos del aparato, pero también los ambages de una renacionalización de la política.

    Dicho esto, aquí se quiere practicar el no contarse cuentos y se sabe que, en momentos de baja potencia, Europa se votará en local. En la arena local la cosa está en empate. Pero no en un empate de 3 a 3 y cómo lo estamos pasando, sino en uno de esos 0 a 0 donde no hay presupuestos, leyes ya veremos si pasa alguna que no venga con el embudo del decreto-ley y todo queda al partido de vuelta. Eso son las siguientes elecciones. Mientras tanto, como Sánchez poco puede hacer con los asuntos mundanos se ha pasado a los transcendentales, que es la forma de animar un 0-0, como la lucha por el amor o por la democracia, una manera de poner ojitos a todo socialdemócrata para que se venga a la casa-Estado de la “izquierda” cuando haya que convocar elecciones.

    Esta agitación afectiva en la izquierda del tablero proviene de un impasse que la derecha cerró en las últimas locales y autonómicas de hace un año: la existencia de cuatro papeletas colindantes que, como trío, compusieron un bloque de gobernabilidad estable en el 2020-2023, pero que, como cuarteto, se quitan el aire de una habitación en la que nadie piensa abrir las ventanas. En realidad, puede que el espacio menos movilizado sea el que más se juegue. También, que mucha gente vote en estas europeas como a unas primarias de ese espacio que ahora tiene una composición imposible para alcanzar la estabilidad de 1) la hibernación de Podemos, 2) un empate con Sumar que obligue a una suerte de fusión fría, al modo de las generales, o 3) la acumulación en un gran partido laborista -o macronista, según el día-, adaptado a la flexibilidad y polivalencia que exigen estos tiempos. Queda menos para saberlo.

  • Hay utopías o distopías, según el rincón en el que te tocara, que han sido. ¿Recuerdan la globalización? Un mundo sin fronteras (ejem), con una integración de sus economías tendente al infinito que iba a convertir la violencia en comercio (nótese que esto era un adelanto). Un mundo sin política y sin historia. Dicho así parece un cuento, pero algunos de sus mandatos principales han resistido décadas, así que era un buen cuento; o se contó con una mano muy firme, tanto da. Uno de esos mandatos que se volvió ley en nuestro contexto de hegemonía neoliberal fue que el Estado no tenía mayor interés en y por lo tanto no debía organizar ningún sector productivo o alcanzar algún objetivo social. Es verdad que se trataba de un planteamiento discursivo, es decir, de otro cuento, pero esta interdicción de la intervención pública (¿han oído lo de los efectos perversos del control de precios, por ejemplo, de la vivienda?), unida al vigor de sus alternativas de mercado (¿recuerdan la eses que iba haciendo Laffer por las páginas salmón?), formaban parte del canon de la política de masas.Hemos dedicado este Pol&Pop a hablar con Paolo Gerbaudo (“Controlar y proteger. El retorno del Estado”, ed. Verso) sobre qué sustituye o se disputa con el neoliberalismo el liderazgo de los signos, ahora que estamos de acuerdo en que el neoliberalismo está en crisis y en que, vaya, no tenemos mucha idea sobre lo que está pasando en el hueco de esta crisis. Gerbaudo mantiene que, pasada la década populista que postcedió al crack de 2008, se ha consolidado un neoestatismo. Es decir, se ha renovado cierto consenso sobre la necesidad de incrementar la intervención estatal en asuntos, sobre todo económicos y de seguridad, respecto a los que, al menos discursivamente, aquella se había proscrito.Esta interpretación, que rivaliza y también se encabalga con otras a las que hemos estado dando vueltas estas temporadas, tiene al menos dos aspectos muy significativos. En primer lugar, esa hegemonía neoestatista no implica que todos los sectores políticos la declinen y la implementen del mismo modo. Poca sorpresa si volvemos aquí sobre la condensación de fuerzas sociales ambivalente que es lo estatal. Enfoques reaccionarios y socialistas agrupan un conjunto de problemas y soluciones antgaónicas respecto a este paso al frente del Estado: Proteger ¿el planeta o las fronteras? ¿la vida o el territorio? ¿la libertad real o el linaje?. Controlar ¿a los de las plantas altas o a quienes limpian los cristales? ¿a los vigilados o a los vigilantes? Por eso, este neoestatismo no viene acompañado de optimismo ni de pesimismo, sino de la constatación de un cambio en el terreno de juego.En segundo lugar ¿qué terreno? El discursivo. Pensar en este terreno no deja de ser resbaladizo. Que los gobiernos socialdemócratas digan que algo les resulta prioritario ¿significa que se va a hacer algo en ese terreno? Qué les vamos a contar. Pero que se consuma de forma masiva la idea de que “no hay mejor política industrial que la que no existe” ¿es, de verdad, lo mismo que exteriorizar como proyecto de país la transición verde? Se trata de una ambivalencia que no solo atañe a la distancia entre lo que se dice y lo que se hace, sino también a los espacios del decir y del hacer que permanecen intangibles (como la estructura de los grandes beneficios y los ingresos del Estado) y los que se encuentran en el prime time de la comunicación política (las políticas sociales o territoriales). Además, tanto el decir como el hacer son poca cosa sin las bases suficientes sobre las que sostener esas posturas, lo que nos lleva, en los finales de este post y del capítulo, a la cuestión de los bloques y las alianzas. Anímense a este paseo con nosotros.

  • La descripción detallada de los pormenores de esa investigación son, al final del día, un baño con burbujas. Las referencias a las costumbres de aquella secta amenizan las cenas de amigos. Sin militar aquí precisamente en la cultura de la literalidad, no son éstas las pasiones más sencillas de explicar y por eso hemos convocado a Mar García Puig a que nos ayude.

    Nuestro interés por el true crime es ambivalente: viejo y nuevo, vergonzante y transformador. Por una parte, toda época de frenesí político o esplendor cultural ha guardado agazapado un predominio del interés por los sucesos. Las propias investigaciones policiales ganan legitimidad al calor de las narraciones sobres los crímenes. Existe una tematización popular de los excesos de la criminalidad que es coetánea a la categoría misma de delincuencia: No piense en un ladrón ni en un contrabandista, en esa gente que no son sino su yo menos disciplinado; estremézcase mejor ante el asesino en serie.

    La persistencia de las novelas policíacas y las secciones de sucesos no eclipsa la gravedad que ha ganado el género. Desprestigiado pero en continuo multiformato, cualquiera puede presentar hoy sus proyectos de showrunner mientras ve las noticias: esta historia contiene un buen podcast, dos miniseries y el documental crítico con la inflación mediática del asunto.

    Ahora bien, lo particular de este reinado contemporáneo del true crime es que se funda además en el consumo y en la creciente producción femenina. Y hay quien discute si feminista. La ambivalencia no solo reside en que la mayor parte de las víctimas sean también mujeres, sino en que, como bien mostró Nerea Barjola en la Microfísica sexista del poder, la exposición de estos crímenes ha funcionado como dispositivo disciplinario del cuerpo femenino y más allá. Si, para cada generación, se ha dispuesto un crimen de Alcasser, de Marta del Castillo, de Diana Quer que ha pretendido aterrorizar a distintas minorías con las consecuencias de su autonomía, ¿de dónde proviene este enganche? ¿puede convertirse el sufrimiento de las demás, como evocaba Mar, en fuente de entretenimiento o de crítica?

    Por nuestra parte, tenemos algunas hipótesis, muchas inconsistencias y, lo que es peor, bastantes recomendaciones, así que bienvenides.

  • Usted no es “de aquí”. Vive aquí, coge el bus aquí, una cantidad creciente de las personas a las que quiere o los asuntos en los que piensa, puede que incluso la totalidad de ellos, están aquí pero usted no es de aquí. Entre el aquí y usted media un viejo dispositivo jurídico de funcionamiento asimétrico que permite que le abarquen todas las obligaciones del aquí pero no todos los derechos. Lo que le pasa es que usted carece de la ciudadanía del aquí en el que vive.

    En torno a la serie de puertas que separan lo nacional de lo extranjero se estructuran millones de vidas y, sin embargo, este asunto, que alguien pueda ser, pero sin ser ciudadana apenas ocupa atención. Hemos querido mitigar esta carencia al invitar a Irene Ortiz Gala para hablar de su libro “El mito de la ciudadanía” (Herder). Su referencia al mito, no se confundan, alude al especial arraigo y permanencia de algunos relatos sobre el origen de nuestras ideas de la ciudadanía, que han persistido hasta nuestra forma “naturalísima” de entender la distribución política del mundo. No alude, es importante aclararlo porque si no, usted, que “no es de aquí” va a empezar a torcer el gesto con razón; no alude a que la ciudadanía sea una cosa frágil y ornamental que el Estado pasea en las fiestas de guardar. Al contrario, ni siquiera una vida social crecientemente plural en lo nacional y en lo cultural provoca que se allane ese dispositivo jurídico que estructura la forma de ser en nuestra vida política.

    El libro de Ortiz plantea que hemos llegado aquí por una limitación de la vida (que merece garantía) política respecto al conjunto de la vida y que esa exclusión opera conforme a dos características que ya regían en nuestros antecedentes clásicos. La idea ateniense de que solo los propietarios iguales en sangre y tierra, nacidos y muertos en la polis, podían formar parte de la comunidad política con plenos derechos y la idea romana imperial de que distintos grados de ciudadanía podían extenderse a nuevas poblaciones, a condición de subordinarlas a los ciudadanos pata negra y ponerlos a servir a su interés.

    Si usted sí “es de aquí” y esto le parece muy alejado, piense en las coordenadas de cualquier Estado moderno: en su dimensión mecánica, fría y administrativa en pos del aumento y conducción de las fuerzas productivas, pero también en la dimensión orgánica, caliente e identitaria del proyecto nacional, con sus héroes y sus villanos. O piense, mucho más cerca, en la semana política. Piense en lo que cuesta juntar 700.000 firmas (de ciudadanía en su cenit) para que en el Congreso tengan a bien discutir que medio millón de vecinas tengan algún derecho de residencia y de trabajo, aunque sea temporal. Manéjese con los buenos argumentos en términos de impuestos, pensiones, universalidad de los derechos sociales e incluso de pura justicia que encontrará, pero también piense en el alto grado de identidad, de origen, de clase, de piel, que se sigue exigiendo para formar parte de las comunidades políticas. Traemos de ponerle un pensamiento al asunto porque por ahí aflora un componente de la ciudadanía, de una naturaleza excluyente tal que resulta inagotable por mucho que se pretenda extender su alcance. De algo de todo esto hemos querido hablar. Que aproveche.

  • Vuelve el estampado militar, el tiro bajo y los bolsillos por todos lados. Vuelven los 2000s

    Bonus track: homenaje a La Isla de las Tentaciones y análisis de Dune II.

    Leyes de suelo mejor engrasadas, vuelta al macroproyecto como horizonte de realización regional, mordidas, comisiones y otras innovaciones político-empresariales de la boyante economía española. Otra vez polarización para comer y consenso para cenar sobre las cosas importantes. Otra vez bipartidismo del y tú más. Quizá es optimista llamar a esto restauración, por lo que presupone acerca de la solidez de lo restaurado y de la estabilidad del presente. Revival es, en cambio, un uso extemporáneo y con conciencia de un elemento de otro tiempo, que se hace jugar de forma coyuntural en una composición abigarrada junto a otros elementos.

    La actualidad nos manda señales de que esto ya se llevó y acabamos hartos. Hasta que las izquierdas del PSOE no reconcilien sus dos almas y con la excepción de algunas posiciones inexpugnables de Vox, el bipartidismo lo abarca todo. Tiene sus perfiles polarizadores en los flancos y sus perfiles centristas en la cúspide porque puede permitirse el todo incluido y porque, en esta fase del bipartidismo, la polarización es la superficie conocida del consenso básico en que no puede pasar otra cosa.

    Signo de revival es la economía del macroproyecto, icono del clímax de nuestro ciclo inmobiliario donde se pelean los puntos del maillot de la montaña por resucitar terrenos condenados e itinerarios turísticos de antiguas temporadas bajas. El macroproyecto es, como el shock de una pandemia, la época dorada en la que se forjan las historias de esos paladines del yo te lo arreglo que serán, en las ruedas de prensa del futuro, esa personas de la que usted me habla. El macroproyecto es hoy un motivo para convocar elecciones, por ejemplo en Cataluña.

    Los episodios de poderes del Estado pegándose de leches con internet para mayor gloria de la propiedad (intelectual), derecho must de las democracias liberales, no están tampoco tan lejos de las escaramuzas de la ley Sinde. Sin embargo, y contra todos los chistes que se pueden hacer sobre el episodio Telegram y la reactivación de las comunidades de aprendizaje sobre proxies, las autoridades conocen mucho mejor el terreno que pisan. Que, además, el grueso de esta guerra se esté librando en el frente del fútbol, espacio de politización atípica de masas, las debe hacer mucho más responsables de no alimentar marcos como el de censura y otras nostalgias del ya no se puede hacer nada.

    Y signo definitivo del revival es ver asomar la patita a la austeridad en cuanto se viene las primeras curvas. El semestre de presidencia española de la UE se cerró con un “compromiso fiscal” que se hará carne en 2025 pero que empieza a cerrar el grifo del neoliberalismo progresista abierto en 2018 y ampliado en la pandemia. La ausencia de mayor duelo por los presupuestos de 2024 es coherente también con esa condición.

    Sin embargo, si hay algo distintivo del momento, que hace inviable cerrar el ciclo en los términos plácidos de la restauración, es la ruptura de la “paz” comercial globalista y su sustitución por una competencia de bloques explícitamente bélica. En las últimas semanas, las principales cabeceras progresistas han buscado divulgar entre la opinión pública española, esa planta de interior, la naturalidad de la guerra y de la reindustrialización armamentística europea. La combinación de ese esfuerzo de guerra con el horizonte de austeridad puede producir monstruos, como recordaba Manel Pérez, adjunto a la dirección de La Vanguardia, hace 15 días, cuando señalaba el ejemplo de la socialdemócrata Mette Frederksen, prime danesa, que recorta en bienestar y estira impuestos para honrar la factura militar (https://www.lavanguardia.com/economia/20240310/9548225/tambores-guerra-austeridad.html). Esto también sería un revival de algo, mucho menos presentable aún.

  • En nuestro sentido común de la historia, un sentido lineal compuesto de hitos, días señalados y capítulos, las revoluciones son el acontecimiento que crea el nuevo mundo, el big ban de una era que concentra toda la energía como un puerto especial revienta la carrera al final de una etapa del Tour y dota de sentido a todos los kilómetros anteriores. En la contemporaneidad, la revolución se ha convertido en un elemento esencial de nuestra gramática política, de modo que nuestra manera de pensarla arrastra a nuestra forma de leer el presente. Al menos, eso late tras el libro de Pablo Batalla Cueto, “La ira azul. El sueño milenario de la Revolución”, ed. Trea, con quien hablamos en este episodio en términos como los que siguen.

    Primera premisa: la revolución no es un acontecimiento, sino una época. Por lo tanto, no hay que pensarla como una intervención puntual, desde arriba, desde abajo o en comunión fugaz, sino como un proceso de corrupción general e inadaptación institucional, cultural y económica del viejo orden que despierta propuestas de solución entre los grupos que lo sufren.

    Segunda premisa: hay muchas revoluciones dentro de la revolución. Es decir, esas propuestas y esos grupos serán distintos y mantendrán conflictos, pero podrán formar parte del mismo proceso. Al menos un tiempo. Hasta que se traicionen e impulsen procesos imposibles de componer ya, como la clásica disputa entre el bando de la revolución-ha-sido-completada y el bando de esto-no-ha-hecho-más-que-empezar. Pero también la contrarrevolución está habitada por muchas revoluciones. Los elementos más díscolos del régimen se ven a menudo alineados con éste cuando la revolución amenaza con un orden peor, sea la amortización de las tierras comunales, la industrialización o la integración en la competencia europea y global.

    Tercera premisa: si la revolución es un proceso largo, animado por fuerzas móviles y plurales, todos sus elementos de época se encuentran ahí, sobre la mesa del presente, para quien sea capaz de componerlos en una estrategia. Miremos a nuestra época ¿qué distancia hay entre la percepción de agotamiento de las fuerzas, interpersonales y planetarias, que fundamenta el ecosocialismo y la percepción de mundo desbocado que fundamenta la nostalgia fascista de las jerarquías? Quizá la capacidad de articularlos con un sentido o con su contrario, hacia una revolución o hacia otra antitética.

    Una hipótesis. Si todo esto es así, propone Batalla que la nuestra es una época revolucionaria (“No estamos en un final. Estamos en un principio”). Y esta época nos pilla, contranatura, del lado de la conservación de régimen: “Nos hemos vuelto conservadores al tiempo que la derecha se ha hecho revolucionaria y tal vez no haya que avergonzarse de ello, sino abrazarlo con desahogo y, contraintuitivo como pueda ser, devolver el golpe volcándose a extraer lecciones (tácticas, no ideológicas), no —no solo— de la literatura revolucionaria, sino de la contrarrevolucionaria, y no de la progresista, sino de la conservadora. Leer desprejuiciadamente a los reaccionarios y conservadores lúcidos de las últimas dos centurias y aprender de sus intuiciones sobre cómo se hace frente a una revolución” (p. 164).

    Y una duda. Entonces, si nos resignamos al lado frío de la política de seguridad, racional y prudente ¿no queda todo el descontento propio de una época revolucionaria a la mano de la revolución de derechas, con la atracción de su épica y su vehemencia? ¿No se sitúa en esta región parte del cortocircuito entre ese conjunto de intereses que vemos como compartidos en su mayoría y esa imposibilidad de componerse cultural y políticamente con los sujetos que los encarnan? ¿no ha acabado confundida, de tanto estudiar solo el temario recomendado, la política con unas oposiciones?

  • Productivismo más allá de toda producción. Ayuno intermitente. Ayuno de dopamina. Ayuno de redes. Snacks de movimiento. Píldoras de conductismo testadas en las mejores celdas para opositores. Nostalgia de autoridad. Si hace unos cuantos programas vinimos al mundo bro por las risas (https://www.elsaltodiario.com/pol-pop-podcast/filosofia-criptobros-marco-aurelio-te-echa-bronca-no-ir-al-gimnasio) hoy nos quedamos por su alocado catálogo de prácticas sobre el sujeto.

    Y, para ello, nos sumergimos de lleno en uno de sus sectores más pujante: los coachers de productividad. Al mismo tiempo boyante subsector de la autoayuda para chicos y laboratorio puntero de las nuevas maculinidades reaccionarias. Cómo da miedo ir sólito y con amigos es mejor hemos convocado a Mozo Yefimovich, una de las personas que mejor ha profundizado en sus vericuetos en su canal de youtube (https://www.youtube.com/@MozoYefimovich)

    Hablemos claro. Ser yo es complicado. No ser este yo concreto podcaster. Que también. Sino ser cualquier yo sometido a las presiones y miserias de la vida contemporánea. Es tan complicado que hay siglos de saberes y prácticas humanas dedicados al asunto. Lo más significativo de este fenómeno del mundobro que nos fascina es, precisamente, que son señores muy señores -mucho muchísimo- los más enganchados a estas cosas de ocuparse de uno mismo.

    Porque aceptémoslo: los chicos no hemos querido ocuparnos demasiado de esto. La masculinidad oldschooler implica un activo rechazo a estas cositas de las que se sospecha pueden producir que tu pito se desprenda de tu cuerpo. Pero el mundo bro si participa de esa preocupación por uno mismo y nos ofrece sus propuestas. Lo que pasa es que el mundo bro también está enredado en el revival nostálgico de la masculinidad oldschooler, así que la cosa se pone complicada y barroca como película de Nolan.

    Porque todo esto -toda esta ansiedad, toda esta complejidad de llegar a ser uno mismo en la sociedad despersonalizante y competitiva hasta la extenuación del capitalismo tardío- podría ser pensado desde la interdependencia, por ejemplo. O los cuidados. Cosas sobre las que parece cernirse el conocido pánico atávico al desprendimiento de pito. Así que, vedadas todas esas otras opciones que abrirían mundos distintos, bajo pena de emasculación, lo que queda es pensarlo desde el individualismo, la competición darwinista y el asco por la feminización del mundo contemporáneo. Lo cual aderezado con unas citas bien instrumentalizadas de estoicismo romano aquí y allá, unas notas de conductismo para dummies, productivismo golden age y little big magufismos, componen este aroma inconfundible: the new brummel. La propuesta para una nueva masculinidad reaccionaria que nos ofrecen estos señores como respuesta a la ansiedad que a todos nos ocupa.

    La cuestión es que crear y esculpir un yo supone también proponer un mundo. En este caso el mundo bro, que es un mundo que traduce a un lenguaje popular y a un set de prácticas accesibles el vínculo contemporáneo entre una racionalidad neoliberal y una jerarquía social neocon. Esto, que fue motivo de hasta dos programas, sobre Wendy Brown (https://www.ivoox.com/pol-amp-pop-4x01-en-ruinas-del-neoliberalismo-audios-mp3_rf_92222423_1.html) y Melinda Cooper (https://www.elsaltodiario.com/pol-pop-podcast/valores-familia), y de una larga cantinela la temporada pasada, vuelve ahora en formato 5 consejos para tener el cuerpo que siempre has querido, invertir desde 0 o concentrarte para estudiar de una puta vez. Hay que trabajarse como un yo disciplinado, productivo y alfa porque ese yo se instala en una naturalización de la jerarquía social, el darwinismo y la guerra de todos contra todos. De hecho, es el mundo resultante de su sujeto (invisibilizado en esta creación de contenido) el que da prueba del delirio del conjunto. Pero eso es materia de otros programas.

    En todo caso, a este cuadro le queda por explicar la creciente afición juvenil por adentrarse en esta cueva. Podría ser que nuestras composiciones de mundo carecieran de propuestas para ese sujeto que se agobia y lo que tiene más a mano es el tubo de individualismo de internet. Es decir, no tenemos una propuesta de sujeto que acompañe a nuestra propuesta de transformación política, cuando es obvio que se la necesita si quiere activar cualquier impugnación realista del mundo.

  • La prensa salmón no miente. Mucho peor, te dice la verdad

    Es 2010. Es 2011. Tienes un trabajo a tiempo parcial que no le impide, you know, extenderse durante todo el día. Parte de esa parte del trabajo la dedicas a buscar otros trabajos porque el proyecto del que dependes tiende, como todo en la vida, ay, a extinguirse. Los días no tienen demasiada consistencia. Son días improvisados. Pero sí existe un pulso que los hilvana. Es un numerito que, hasta hace unos meses, no habías oído y que ahora marca las constante vitales del país. Lo que permanece o, por mejor decir, baila hacia arriba día a día es la prima de riesgo. Al país le pasan otras cosas, claro. Y esas otras cosas se cuentan, salen a la calle, la lían pero no tienen la consistencia y el empaste con la realidad que tiene la prima de riesgo. Esas otras cosas van y vienen sin que la realidad se altere. Pero ojo si sube la prima de riesgo. Nuestra realidad depende y es ese indicador. Podría ser tal recorte, tal desahucio, las masas de retornades o emigrades, pero ninguna de esas variables, que son la vida, afectan tanto a tu vida como esa otra que en realidad es un número. Un indicador económico que mide lo cerca que estás del barranco pero de una forma lo bastante abstracta y farragosa como para que no puedas identificar bien quién te está empujando. Al mismo tiempo es una coartada para cualquier cosa. No deja de ser curioso que, cuando elegimos coartadas para hacernos daño, estas provengan de la jerga económica o jurídica, no de cosas respecto a las que está bien distribuida una experiencia sensible.

    Hemos querido hablar con Yago Álbarez Barba, de El Salmón Contracorriente, en El Salto, y autor de “Pescar el salmón. Bulos, narrativas y poder en la prensa económica”, en Capitán Swing, porque en un programa sobre política y cultura popular, nada concilia mejor esos dos mundo que los discursos económicos. Una política pública a un cuento pegada.

    Como todo cuento, el de la prensa económica tiene personajes que se ven, los viejos medios en papel y los nuevos digitales (¿qué tiene la prensa económica que todo el mundo quiere su web salmón? Y tiene sus detalles aburridos a los que nadie le presta atención, como ¿de qué vive esta gente? ¿cuál es su modelo de negocio? Asunto no menor entre un grupo de voces, casi todas con el mismo tono, que configuran lo de las cosas del comer en sus palabras en inglés, cifras sin contexto y metáforas de lo más granado, desde las meteorológicas a las familiares: un niño que nazca ahora en España leerá, a lo largo de su vida, más de 300 titulares sobre el trozo de deuda pública que debe ya un niño que nazca ahora en España.

    En la prensa económica hay bulos, por supuesto, pero sobre todo hay verdades o, mejor, hay regímenes de verdad acerca de cómo funciona la economía, de cómo debemos comportarnos y de qué es posible y qué es un delirio en términos políticos. El discurso económico es un muro alto y brillante, para que se sepa que dentro hay algo importante, pero también para que los bárbaros no lo escalen. Los bárbaros somos nosotros, por si el muro no te lo había dejado claro. Nadie en su sano juicio se metería a escalar esa pared de marcos, predicciones, infoxticación y desayunos informativos, pero cada época tiene sus ficciones y a nosotros nos gusta disfrutarlas. Adelante.

  • Los pocos contra los muchos. ¿Con quién vamos? No es difícil elegir bando. Elegir bando es de hecho imposible. El bando es, más bien, una banda que te ponen cuando naces. De la cuna a la tumba, salvadas sean algunas experiencias welfaristas. Los locos años 70 del punk y de la movilidad social.

    Lo de elegir bando, en concreto. Con la plebe contra el patriciado. Con les cualquieres frente a la gente de buen nombre. Con los jornaleros contra los señoritos. Con las camareras de piso frente a los magnates hoteleros. En principio la cosa está clara. Por eso decidimos acudir a Nadia Urbinati, autora de Pocos Contra Muchos. El Conflicto Político en El Siglo XXI, publicado este año pasado por la editorial Katz.

    Sospechamos no obstante que Nadia torcería el gesto si viera esta introducción: estos muchachos no han entendido nada. Para esta politóloga italiana, la conveniente forma republicana de gobierno no funciona mal en esa contraposición entre los pocos y los muchos. En virtud de la que los pocos gobiernan y los muchos se preocupan de sus cosas, de estar tranquilos. Esos muchos que siempre han estado ahí, y unos pocos se los elige entre los más poderosos y los mejores de los muchos. Con todo, aunque los pocos son obviamente pocos, la ficción funcional de la representación de los muchos y la cosa política funciona razonablemente mientras existan: a) una cierta fluidez en la circulación del poder y b) caminos estructurados entre ese conflicto social basal y su conversión última en los cambios sociales, normas o políticas que dan una salida pragmática a ese conflicto. “¿Ha dicho usted huelga, deserción, contracultura? Llévese lo que quiera”.

    Y, si la cosa más o menos funciona, ¿cuál es el problema? El principal es un viejo conocido de este espacio: el egoísmo de los ricos y su renovadointerés en librarse de todos nosotros. ¿La secesión de los ricos otra vez en Pol&Pop? Sí, la secesión de los ricos otra vez.

    Va a ser que el aumento de la desigualdad, el desprecio a las condiciones de vida de los muchos y de la acumulación de los pocos ha ido rompiendo, laminan o, en plata, haciendo mierda esa comunidad elitista de intereses comunes que añora Urbinati. “Señora ministra de trabajo, suélteme el brazo, que mi reino no es de este mundo. Que, cuanto quiera, me desterritorializo al mejor postor y, si te he visto haciendo fortuna en los años de trabajo esclavo y monopolios franquistas, no me acuerdo”.

    Pero hay más. Rota esa comunidad política republicana, comunidad segregada y vertical, pero comunidad al fin y al cabo (llámese nación para que no se le vean mucho las costuras al invento), ¿qué cauce tienen las demandas y malestares de los muchos, por otra parte, crecientes? Pues reliarse un chaleco amarillo, plantar la tienda en la plaza más grande a la vista y abjurar de toda representación y vías de estructuración de esas demandas en medidas normativas o políticas concretas.

    La virtud principal de este libro es tomar en serio estos y otros problemas contemporáneos. La elitización y captura de los pocos que salen de los muchos a través mitologías como el gobierno de los mejores, por ejemplo. La inestabilidad de los liderazgos políticos en la democracia de audiencias, por poner otro. Se evita así este gesto que salvaría todos los defectos de nuestros sistemas políticos, proponiendo reconfiguraciones democráticas, igualitaristas o populistas que hacen abstracción de esta cesura material que divide de forma cada vez más evidente nuestras sociedades en patricios y plebeyos… El problema está, así, bien delimitado.

    Al mismo tiempo, la lectura de la historia y de las disrupciones políticas en curso de una politóloga asentada en la Universidad de Columbia incorporan los sesgos nostálgicos y funcionalistas propios de la cátedra. Si algo así como el Estado de Bienestar corporativo y tripartito, con esa capacidad de negociación colectiva en tiempo real existía, ocurrió, lo hizo sobre un sustrato de movilización y alternativas, nada enmoquetado y sobre todo nada ceñido a los pocos más presentables elegidos de entre los muchos. Del mismo modo, las movilizaciones actuales contienen esa ambivalencia que señala Urbinati, pero esta es mayor en el jardín europeo que en otras partes del mundo. Es fácil leer en otros movimientos, desde el 15M a la revuelta chilena, un programa de reformas que, con las tiranteces internas, mutaciones y capturas, se declina en fórmulas apartidistas pero también en el articulado completo de una nueva constitución. Es decir, que ni la república iba tan liviana ni los muchos el pirómano de este incendio.

  • Nuestro programa especial de Año Nuevo, donde repasamos las sensaciones que nos deja el 2023 y nuestras peliculas, series, libros y podcast favoritos.

    Recordarán las elecciones. Julio. Calor. Memes de perro sanxe. Un gobierno con mayoria absoluta full-fachaleco PP-VOX avanzando como una bala a velocidad supersónica en dirección a nuestra cabeza.

    Esquivamos la bala. Ha hecho falta una contorsión digna de Neo en Matrix y los mejores efectos especiales. Pero esquivamos la bala. Incredulidad. Épica. Remontada. Nuevo gobierno de coalición.

    Lo distinguirá usted en su entorno, entre sus amigas/os, antiguas compañeras de militancia, tertulianos y otras relaciones parasociales. Incluso en usted mismo/a. Es una sensación que oscila entre el entusiasmo, la impostura y la resignación cínica. Divierte pero envejece. Si reconoce los síntomas, efectivamente usted ha sido psoizado.

    Este término, molesto a primera vista, es también un síntoma de época. Otro término también molesto a primera vista. Indica la normalización definitiva de la lógica de coalición a escala gobierno nacional en Españá -hasta el momento la mutación/innovación política más profunda de nuestra generación- y la consolidación de un bloque de gobierno progresista. Lo que significa también un bloque más allá del propio gobierno. Para ello Sanchez ha dado pasos, movidos básicamente por el pragmatismo -que nadie se flipe tampoco demasiado- impensables en los rígidos límites del Régimen del 78.

    Indica que esto -dar pasos pragmáticos, consolidar bloques progresistas- resulta que inspira una épica y algo sexy en esa parte del pueblo español que no trabaja el fachaleco con entusiasmo. O que lleva fachaleco pero es del PNV o vota en Sant Gervasi. Esas derechas Km0 que la estupidez integrista del nacionalismo español es incapaz de integrar. En todo caso más épica y sexyness al menos que, por ejemplo, dar vergüenza ajena en cada ocasión que se te presenta.

    También coloca al PSOE -o mejor dicho, a Sánchez- como la única dirección estratégica del bloque, con sus oportunidades y, sobre todo fragilidades. Especialmente en lo que implica, a la izquierda, la dependencia estratégica y comunicativa.

    Tanto es así, que la construcción de aquello que es ajeno al ámbito institucional, que en este año también hemos visto proliferar este 2023, opera subrayando cada vez más su disposición antagónica -no-ser-institución/no-ser-inserte-aquí-su-crítica- favorita-. Lo cual, paradójicamente supone operar en una lógica de subalternidad tanto igual dependiente de ese diapasón Sánchez-Prisa, Algo muy lejos de la autonomía en cuanto a creación de nuevos mundos políticos.

    Sobre los problemas de la vergüenza ajena tendremos ocasión de hablar en el futuro. En ese sentido si les gusto 2023 les encantará 2024.

    Otra novedad que nos deja 2023, esta vez por la otra vertiente, es la creciente alienación de la derecha del tradicional marco del R78. Lanzamos esta intuición: la lógica destituyente en la que opera de manera cada vez más radical y convencida la derecha no puede dejar de tener efectos corrosivos sobre el R78, profundizando de forma inédita y cada vez mayor la crisis de régimen.

    Este fenómeno se manifiesta claramente en la consolidación del ayusismo madrileño. Las recientes manifestaciones en Ferraz y los señalamientos hacia figuras como el monarca o la policía, acusados de traicionar la constitución material de España, son tanto más indicativos del fenómeno.

    En definitiva, 2023 nos ha dejado el contexto de un nuevo punto de equilibrio inestable. Un año un poco meh, como las bolitas de coco. Con una derecha crecientemente separada del impulso a la gran restauración que le caracterizaba y con un PSOE-Sánchez como último hilo que conecta el presente con los últimos 40 años se abren muchas incógnitas que no se van a resolver en la escala interna, sino , con toda probabilidad, en las tendencias electorales y políticas más allá de la provincia España. El año que viene más 70 países, aka el 50% de la población mundial tiene elecciones. Asi que a) la turra de promete épica y 2) veremos consolidarse las tendencias de manera quizás más clara.

    En todo caso, si 2023 ha sido un año un poco meh también nos ha dejado un montón de series, películas, libros y podcast que hemos disfrutado y que compartimos con vosotros y vosotras este episodio. Como con amigas es mejor siempre, hemos invitado a las compañeras de Sororitrap podcast antysistem a compartir con nosotros las sensaciones que les deja 2023, sus momentos trash favoritos del año y todas sus recomendaciones culturales.

  • Terminábamos el episodio anterior un poco mohínos (https://www.elsaltodiario.com/pol-pop-podcast/filosofia-criptobros-marco-aurelio-te-echa-bronca-no-ir-al-gimnasio). Si la hipótesis que elaboramos es cierta —que el renovado éxito en estos días de los estoicos romanos, y su propuesta de huida hacia el interior de nuestro yo, es el resultado de que entre ellos, chusma imperial, y nosotres, chusma contemporánea, compartimos una impotencia política que hace rimar nuestras experiencias— la cosa no está, ciertamente, para tirar cohetes. Pero la política tiene mucho de ambiente. No ciertamente de ese tipo de ambiente externo e inamovible, sino más bien como corrientes de aire que pueden hacerse circular de otros modos. Si se sabe cómo, claro. Por cierto, que aquí no se sabe.

    Pero, inasequibles al desaliento, hemos querido pensar de la mano de alguien, Jacques Rancière, que a sus 83 años está en condiciones de ofrecernos una visión de la política de largo alcance. Del ciclo largo que une y separa la segunda mitad del siglo XX y este tercio del siglo XXI, con sus altas y sus bajas, sus momentos de efervescencia, sus mayos del 68, sus 15M, y sus momentos de bajón. Un autor que a lo largo de su vida y su obra ha pensado, como decíamos, en la política de largo alcance (El odio a la democracia), en las relaciones humanas desde la igualdad (El maestro ignorante) y en la desnaturalización de los ciclos de explotación de la vida (La noche de los proletarios). Así que hemos aprovechado la traducción de este compendio de artículos de Jacques Rancière, “Los Treinta Ingloriosos. Escenas políticas 1991-2021”, de Katakrak, para aprender algo sobre nuestro futuro a partir del pasado más plano que recordamos en esas décadas de consenso, clausura de la historia y paranoia securitaria. Aprovechamos esta pausa (respira) para recordarte que puedes escuchar nuestro capítulo en la cajita de enlace justo encima de este artículo. Fin de la publicidad.

    Si un concepto se encuentra tergiversado en nuestro mundo es la igualdad. Noción abstracta, casi rutinaria. Casi como un objetivo al que, con todo cinismo, se hace ver como que nos dirigimos porque se sabe que apenas se da un paso por cada dos que se desandan. En Rancière, por el contrario, la igualdad no es el punto de llegada, sino la premisa de la relación —política, educativa, etc.— que puede provocar otra distribución de lo sensible. Es decir, una realidad donde cualquiera pueda participar en su composición efectiva. Dicho así, puede parecer bonito, pero se entiende mucho peor que si se invierte la fórmula y se mira a unas sociedades que condicionan ese formar parte de la ciudadanía al mérito. Que llevan al fondo de la habitación —si no a la cola que se forma fuera de la puerta— la palabra o la presencia de quienes no han pasado las pruebas del “merecer” nacional, educativo o estético. En estas sociedades, cada vez más, las condiciones de una vida decente se garantizan a los grupos de ciudadanos, cada vez menos, que “lo merecen” y se cierran a todas las demás.

    No es difícil ver aquí ya cómo tal jerarquización de la vida social va de la mano de una elitización de la democracia. Se consolida así una política en la que la masa de los y las cualesquiera es un peligro para la propia democracia, que se reduce a gestionar desde arriba los asuntos públicos y a representar a un pueblo estrecho y prefijado. Rancière opone a esto una política de la imaginación, pero no como el carnaval constante y callejero, sino como la producción de acontecimientos que interrumpen esa naturalización de la jerarquía y la exclusión que es el pasar de los días y del business as usual.

    Como aporte personal conclusivo, algo que no deja de sorprendernos es cómo el sentido común político va oscilando década a década entre los extremos de la política institucional a la movimentista y de vuelta a la primera. Como si el único menú de las opciones posibles fueran la alternativa entre el empacho y el ayuno. En este bamboleo del que no somos capaces de escapar, Rancière se sitúa del lado de la afirmación expresiva de la autonomía política que, a nosotros, nos deja con la pregunta de cómo, como masa de los cualquiera que somos, somos capaces también de hacer saltar de escala los procesos políticos más potentes. En todo caso, el problema y la pregunta, parece muchas, muchas y muches nos hacemos en la izquierda estos días. ¡Comenzamos! Puedes escuchar el programa completo aquí

  • Levantarse pronto (más pronto), tirar burpees, vigilar lo que comes, vigilar lo que tocas, no masturbarte, alejarte del tabaco, del alcohol y de las grasas saturadas, pensar en el Imperio Romano, tener éxito. Apretar los dientes. Reiniciar el ciclo.

    Bajo el epígrafe de recetas para el triunfo, hemos visto crecer en los últimos años una amalgama de discursos que exponen una comprensión/forma de habitar y crear el mundo para el joven hombre blanco que empieza a asomar su cabeza a la adultez, con más temor a que se la corten que ganas de disfrutarla.

    En el mundo posterior al Estado del bienestar de los años 1990s esa sucesión se percibiría como una condena. Un eslabón más de la larga cadena disciplinaria que iba de los ejércitos decimonónicos a la escuela, de la escuela a la fábrica, pasando por sus variaciones en la oficina o en la cárcel -tanto da- y de vuelta a la casa, donde ni la disciplina ni el simulacro cesan. De ahí huye, por ejemplo, Ewan McGregor al inicio de Trainspotting como de una maldición. Pero son los 90. En los 2020s la propuesta bro es abrazar esa disciplina y configurar la propia vida como un entrenamiento sacrificial para el éxito. O, mejor dicho, como un marcador del éxito.

    Es cierto también que salvo en los estratos más altos de las pirámides brocoachingueras, nadie percibe una relación muy fiable entre hacer abdominales y el éxito, ni siquiera en su reducción a dinero. ¿Cuál es, entonces, el porqué, el malestar o el deseo de esta gente?

    Vimos que Adriá Porta Caballé también andaba ocupado con la filosofía lladiana (https://catalunyaplural.cat/es/fuck-tienes-panza-llados-o-por-que-vivimos-en-una-epoca-estoica-imperial/) y hemos empezado junto a él una indagación sobre nuestro momento imperial, la pulsión por coleccionar medallas y ser hombre (vie)joven reactivo a esa cosa que te pasa por delante que es el feminismo, en esta tercera década de un siglo que está teniendo de to. Así le hemos dado forma a algunas hipótesis iniciales.

    1. Tiempos de guerra. Si el estoicismo u otras declinaciones de la filosofía clásica en tiempos imperiales tenía sentido era por su capacidad de ofrecer una salida a la incertidumbre de un pueblo que había perdido su capacidad de influir sobre el mundo. De antiguos ciudadanos convertidos en súdbitos. Un pueblo de esclavos, muchos de estricta titularidad de otros, todos, de las decisiones de una minoría que dirigía un mundo inabarcable. El estoicismo, como el escepticismo, el epicureísmo o el cinismo, son planteamientos que ajustan bien, y performan, la posición de esclavos y soldados que proliferan en tiempos donde todos somos esclavos y soldados. Donde grandes porciones de la vida pública han sido amputadas de la participación política ¿Te suenan de algo esos tiempos?

    2. Tokenización de la vida: el fin es la medalla. En un mundo en el que nada garantiza el éxito y nuestras posibilidades de controlar la propia vida se reducen, adoptar una rutina sacrificial sirve para encauzar ese excedente de energías en un ciclo improductivo, nihilista en cuanto a que su objetivo solo es la repetición y el propio sacrificio. En todo caso, si bien el ciclo no conduce al éxito por sí, sí puede conducir a medallas (relojes), marcadores (six-pack) y trofeos (coches, mujeres… así está la cosa) que nos eleven un tanto en la jerarquía interna de los esclavos y nos ofrezcan cierta certeza de que somos o seremos elegidos. Si algo está claro es que a esta vida no se viene por los loles.

    3. Lo personal es político, pero en versión refugio en los confines de la política. Lo personal es político modo bunker anti-zombies. Buscar cobijo en el trabajo de sí infinito, sin objetivo, sin producción, sin agenciamiento, como trayectoria alternativa al cansancio de la política, ese juego abierto de quienes pueden y no pueden a la vez. Retirada del mundo, hacia la soberanía del yo y del cuerpo como refugio ante la impotencia. Frente al juego infinito de la política, el juego infinito sobre sí mismo/a. Que al menos ofrece algún tipo de validación inmediata cuando te miras al espejo y tremendo biceps mi pana.

    4. La cosa es que este no es solo un problema bro, aunque el mundo bro haya presentado su candidatura para interpretarlo y ofrecer así un modo de vida adaptado. Nuestro reto no puede ser, por lo tanto, más pequeño que eso y, con ese fin, empezamos la conversación. Hoy en Pol&Pop, socialismo o criptomoneda.

  • No es pintoresco, no es exótico ni decorativo y, desde luego, no permite versiones de bisuteria como las que se pueden hacer con esa culebrilla alquímica tan mona que se muerde la cola hasta que se devora. No es un anillo, es el capitalismo, que también se devora a sí mismo. Y tú vas dentro.Este párrafo podría ser un buen resumen del libro que nos ocupa hoy: “Capitalismo caníbal. Cómo nuestro sistema está devorando la democracia y el cuidado y el planeta, y qué podemos hacer con eso” (Nancy Fraser, Siglo XXI editores, 2023). Pero si a ti, como a nosotros, te apasiona Nancy Fraser puedes seguir leyendo. Los libros de Fraser tienen la virtud de ser directos, hacer partir la teoría crítica del sentido común, del realismo que llevamos dentro, porque nadie necesita una ristra de demostraciones para desvelar la crisis y los efectos del capitalismo. Basta con experimentos simples, que cualquiera puede hacer en casa: querer respirar, querer comer, querer dormir en una cama calentita, querer tener tiempo. Otra de las grandes contribuciones de Fraser, que reaparece aquí y allá en este libro, es su visión integral de la justicia, ese asunto del que no se discute en la política de izquierdas porque la moral es una enorme fuente de pasiones políticas, pero hemos convenido en que sea un asunto extra-político. Por supuesto, el texto de Fraser no necesita meter estas pullitas, se basta con recordar que una idea de justicia sin la adecuada articulación de los valores de redistribución, reconocimiento y representación produce monstruos.Ahora bien, este escenario de crisis constante, estructural, policéntrica no es suficiente para afectar de forma sería la legitimidad sistémica. Como una decena de marksfisheres nos han recordado, casi nadie cree que el capitalismo sea la mejor idea. De hecho, existe un entero sector de negocios basado sobre la premisa de que los más ricos se van a cargar el mundo y la gente les va a perder el cariño, de modo que tienen años para dar con un cohete de escape, construir un búnker, diseñar la varita mágica para que su jefe de seguridad no les esclavice.Si la perspectiva de la crisis de Fraser es brillante es porque descansa en una concepción ampliada del capitalismo y de su crisis: no se trata de un sistema económico, sino de una institucionalización extensa de un determinado orden social. En su estricta versión económica, el capitalismo tampoco era la pera, sino más bien ese régimen irracional y poco cercano a la libertad y a la buena vida de quien debe trabajar bajo el mismo. Pero esta perspectiva ampliada sube al máximo la apuesta. Así, a lo largo de las últimas décadas, Fraser ha identificado e historiado distintas esferas de la realidad social que el capitalismo se ha empeñado en excluir, como un medio para que las cuentas económicas y políticas le cuadren. En este ámbito de los pilares ¿no-económicos? Fraser sitúa a todos los pueblos, personas, territorios y riquezas que las economías centrales extraen sin compensación o con una compensación menor, debido a que existe un entramado colonial y racista, hacia fuera y hacia dentro, que permite esta expropiación acumulada. Entre estos pilares ¿no-económicos?, esta, por ejemplo, la esfera de la reproducción social. Esa conocida actividad de dar cuerda al mundo y a sus vivientes que se paga, cuando se hace, en peores condiciones que otras producciones, porque para eso está la virtud femenina, el amor, el contrato matrimonial, los linajes y la posibilidad de encalomar el ajuste de nuestros horarios imposibles a otras mujeres más pobres y con menos opciones.Otro tanto ocurre con las relaciones que el capitalismo adopta con la naturaleza: grifo o vertedero. Pozo sin fondo de materias primas (que es como se dice en económico “te voy a pagar un mojón y ya te lo devolveré caro como coche o barato como residuo”). Un otro constitutivo del nosotros prometeico.Y, por supuesto, existe toda una institucionalidad pública y común que lo protege, sostiene y amplía con distintos servicios públicos, saberes jurídicos y prácticas comunales estas actividades. En este contexto, crisis política no significa otra cosa que el viejo “no se os puede dejar solos”. Es decir, una necesidad creciente de romper el pacto social del bienestar y erosionar las bases de la democracia para poder orientar esas instituciones hacia el beneficio cortoplacista.Una perspectiva ampliada del capitalismo implica la inclusión de todos estos elementos en su análisis. Asimismo, entender que esas distintas esferas cuya subordinación hace posible que la institucionalidad capitalista profundice esa crisis estructural se alimentan y se constituyen de forma inescindible, como bien saben las resistencias a esas formas de injusticia.Encontramos aquí, al final del programa, este otro gran aporte de Fraser: la mejor forma de comprender el funcionamiento sistémico la han alcanzado las resistencias, cuando defienden la naturaleza y con eso su modo de vida y continuidad en el mundo, o cuando explican de qué manera la regulación de la extranjería es un producto de la misoginia tan intenso como el patriarcado intra-hogares. De este modo, la manera que propone la autora de diseñar una estrategia socialista, desde esa misma ambición sistémica, debe contar también con una noción ampliada de las alternativas, no solo economicista, y que se haga cargo de todas estas esferas. Es decir, un reto del volumen de nuestros problemas. Nos escuchamos.Imagen: Imagen de Freepik