Avsnitt

  • «Que el Dios de esperanza los llene de todo gozo y paz en su creencia [a través de la experiencia de su fe], para que por el poder del Espíritu Santo abunden y rebosen (desborden) en esperanza»
    (Romanos 15:13)

    Sabes, así es como quiero estar… ¡rebosante de esperanza! Quiero atreverme a entregar mi vida completa y todo lo que tengo para construir un sueño que provenga del corazón de Dios. Quiero alcanzar tan lejos que, sin la ayuda de Dios, no pueda regresar.

    Sin embargo, mucha gente no piensa de ese modo porque temen fracasar. El temor al fracaso es peligroso. Si te dejas dominar por éste, te obligará a llevar a cabo aquello que inevitablemente garantizará tu fracaso—eso es no intentarlo en absoluto.

    ¿Cómo puedes contrarrestar el temor al fracaso?

    Aumenta tu esperanza. Siéntate a solas con Dios y escúchalo. Medita en las promesas bíblicas hasta que la imagen sea tan clara en tu interior que nada pueda sacudirla.

    Si te encuentras postrado en una cama y el médico te ha dicho que nunca más podrás caminar, en vez de sumirte en ese mal diagnóstico, comienza a soñar. Empieza a construir un sueño de escalar montañas, testificándole a la gente en esas regiones apartadas. Ve a la Palabra, la cual promete que los que esperan en Jehová correrán y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán. Contémplalo hasta que sea lo único que puedas ver. Imagínate caminando por kilómetros y corriendo de un lugar a otro, compartiendo con todos que Jesús te ha levantado y te ha sanado por completo.

    De eso se trata la esperanza. Es un sueño divino. Es una imagen interna que es más grande que tú, porque está construida sobre las promesas de Dios.

    Si eres cristiano, deberías ser un soñador. Toma la Palabra de Dios y empieza a construir sueños hoy.

    Lectura bíblica: Salmos 33:18-22

    © 1997 – 2019 Eagle Mountain International Church Inc., también conocida como Ministerios Kenneth Copeland / Kenneth Copeland Ministries. Todos los derechos reservados.

  • «Jesús dijo también: «El reino de Dios es como cuando un hombre arroja semilla sobre la tierra»
    (Marcos 4:26)

    Jesús comparó el reino de Dios con la siembra y la cosecha. Es un concepto sencillo de asimilar, uno que todos podemos entender. Entonces, ¿por qué no estamos todos recogiendo una cosecha abundante cada temporada? Porque nos la pasamos esperando que Dios haga todo el trabajo.

    Él no actúa de esa manera. Él colabora contigo, pero no lo hace todo. Hay algunas cosas que necesitas hacer por fe si quieres recoger una buena cosecha en el tiempo de la siega.

    Primero, debes sembrar por fe la semilla de la Palabra con la esperanza de que crezca. Debes encontrar las preciosas promesas de Dios en Su Palabra y sembrarlas en tu corazón y en tu vida.

    Luego, debes regar la semilla. Riégalas todos los días con alabanza y con el agua espiritual de la Palabra. Esa Palabra contiene vida y esas semillas de promesas no podrán crecer sin ella.

    Y por último, tienes que ¡arrancar la maleza! Cuando la mala hierba del rencor, la duda, el temor, el desaliento (y toda la basura que el diablo trata de sembrar en tu cosecha) quieran entrar, arráncalas. Éstas ahogarán la Palabra.

    Eso requerirá que seas diligente. Nadie más lo hará por ti. Es necesario que arranques la maleza de tu propia cosecha. Tendrás que mantenerte firme al respecto. Cuando la mala hierba empiece a brotar, ¡mátala! No le des lugar en tu terreno ni por unos instantes. Arráncala de raíz y fumiga ese lugar con la Palabra. No te conformes con una flor silvestre cuando puedes tener lo mejor—¡lo mejor de Dios!

    No te quedes con los brazos cruzados esperando que Dios sea quien produzca tu cosecha. Comienza sembrándola. Empieza a vigilar tu tierra (tu corazón y tu mente) para mantenerla húmeda con el agua de la Palabra y libre de toda maleza.

    Comprométete a cumplir tu parte y confía en que Dios hará la Suya. ¡Experimentarás una cosecha sobreabundante esta misma temporada!

    Lectura bíblica: Efesios 4:22-32

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  • «Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, bendigan a los que los maldicen, hagan bien a los que los odian, y oren por quienes los persiguen, para que sean ustedes hijos de su Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos»
    (Mateo 5:44-45)

    Ama a tus enemigos…, pon la otra mejilla… A la mayoría de las personas eso les parece una forma muy débil de tratar con alguien que les ocasiona problemas. Pero, a decir verdad, es la manera más poderosa de actuar que existe. Es la forma en que Jesús lo hizo, y sus métodos nunca fallan.

    ¿Recuerdas cuando Jesús regresó a Nazaret y la gente religiosa estaba enojada con Él, tanto que querían arrojarlo desde un despeñadero? ¿Qué sucedió? Él pasó en medio de ellos, y nadie pudo ponerle la mano encima. En otra ocasión, querían apedrearlo, pero Él no tomó represalias; sólo se fue, y nadie pudo tocarlo. Cuando Jesús pasó en medio de esa muchedumbre, no tuvo temor. Él sabía que ellos no podían hacerle daño porque andaba en el amor de Dios.

    Cuando Jesús dijo que pusiéramos la otra mejilla, no quiso decir que nos quedáramos quietos para que nos dieran una golpiza. Su significado es que debemos vivir en amor y en fe, confiados en que el poder de Dios que acompaña ese amor nos protegerá. Por ejemplo, alguien puede lanzarnos un golpe ¡y será imposible alcanzarnos!

    La historia de Nicky Cruz, descrita por David Wilkerson en su libro: “La cruz y el puñal”, es un ejemplo concreto de ese principio. Nicky tenía la reputación de ser el líder pandillero más despiadado de su época. No obstante, cuando David Wilkerson estuvo frente a él, hablándole de Jesús, Nicky no pudo hacerle ningún daño. Él intentó apuñalarlo varias veces con su puñal; sin embargo, cada vez que lo hizo, David sólo dijo: «Nicky, me puedes cortar en mil pedazos y cada uno de esos pedacitos aún diría: te amo y Dios te ama». A causa del amor, Nicky no pudo acercarle su puñal lo suficiente como para herirlo. Cada vez que lo hacía, una fuerza sobrenatural lo detenía.

    “¡Pero yo no poseo esa clase de amor!”.

    Sí, tú la tienes. En Romanos 5:5 leemos que el amor de Dios ha sido derramado en tu corazón por el Espíritu Santo. Sólo debes tomar la determinación de actuar basado en ese amor, no por tus sentimientos.

    Mi amigo, ¡el amor nunca falla! No le temas al fracaso. De hecho, no debes temerle a nada. Si estás caminando en el amor de Dios, estás viviendo la clase de vida más poderosa que pueda existir.

    Lectura bíblica: Mateo 5:38-48

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  • «…Los deudores son esclavos de los prestamistas»
    (Proverbios 22:7)

    Si estás lleno de deudas, te tengo buenas noticias. Dios no sólo quiere librarte de ellas, sino que también tiene el poder para hacerlo.

    Lo sé, porque Él lo hizo por mí.

    Jamás lo olvidaré. Mis deudas ascendían a la suma de $22.000 dólares en ese entonces. Me había comprometido con Dios a pagarlas y a nunca más pedir prestado, pero me parecía como que nunca podría lograrlo.

    No veíamos cómo, pero confiábamos en que “Dios podía”. Día tras día pusimos nuestra mirada en Dios para que nos librara de esa deuda. No le pedíamos, sino que le agradecíamos porque creíamos que recibíamos cuando orábamos. Once meses más tarde ya habíamos salido de deudas. Al recordar esa experiencia, vemos que nada espectacular sucedió, excepto que Dios intervino constantemente en nuestras finanzas. Nos propusimos ser fieles, y Él fue fiel con nosotros.

    Dios puede hacer lo mismo por ti si te atreves a creer en Su Palabra y a comprometerte delante de Él a salir de deudas y a obedecerle en cada paso del proceso.

    Al considerar tu situación actual, quizás no veas cómo salir de deudas, y mucho menos como seguir libre de ellas. Al comienzo yo también me sentía así. No veía cómo podría hacer algo sin tener que pedir dinero prestado. Pero el Señor me mostró cómo… y Él hará lo mismo por ti.

    No hay deuda tan grande ni asunto tan complicado que Dios no pueda solucionar. Confíale tu situación y Él te sacará adelante… y nunca más tendrás que ser esclavo de las deudas.

    Lectura bíblica: Salmos 37:21-40

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  • «Así es la lengua. Aunque es un miembro muy pequeño, se jacta de grandes cosas. ¡Vean qué bosque tan grande puede incendiarse con un fuego tan pequeño! Y la lengua es fuego; es un mundo de maldad. La lengua ocupa un lugar entre nuestros miembros, pero es capaz de contaminar todo el cuerpo; si el infierno la prende, puede inflamar nuestra existencia entera»
    (Santiago 3:5-6)

    Palabras. Si se usan bien, pueden mover montañas. En cambio, si se usan mal, pueden hacer que tu vida entera se desvanezca como el humo.

    Quizás digas: “Hermano Copeland, me es difícil creer que las grandes catástrofes puedan ser ocasionadas por unas simples palabras. No veo la correlación”.

    Mira nuevamente la frase que Santiago utilizó: «…Vean qué bosque tan grande puede incendiarse con un fuego tan pequeño!…». ¿Alguna vez has encendido un puñado de astillas de madera y las has puesto debajo de un montón de leña?

    ¿Qué sucedió?

    Probablemente las llamas empezaron a esparcirse de un leño a otro, hasta que todo se convirtió en un gran fuego. Después de consumido, si escarbas entre las cenizas, no encontrarás rastros de las astillas que lo comenzaron, ¿cierto? Las astillas se quemaron y no quedó rastro alguno de ellas.

    La lengua es así. Primero contamina el cuerpo, luego inflama la rueda de la creación con un incendio tan grande que no queda rastro alguno de dónde se originó todo. Las palabras que comenzaron ese fuego se desvanecieron como el humo, sepultadas en las cenizas, como si nunca hubieran existido.

    Por lo tanto, jamás subestimes el poder de tus palabras. Puedo asegurarte que Satanás no lo hace. Él trabaja constantemente para hacer que las uses de una manera negativa. Te disparará dardos de dolor, de enfermedad y de desaliento para hacerte declarar palabras negativas que harán que tu vida se desvanezca como el humo.

    No dejes que triunfe. Apaga el fuego siguiendo las instrucciones de Efesios 6:16. Sigue las instrucciones del apóstol Pablo: «Además de todo esto, protéjanse con el escudo de la fe, para que puedan apagar todas las flechas incendiarias del maligno».

    ¡Habla palabras de fe y detén el fuego antes de que empiece, hoy!

    Lectura bíblica: Santiago 3:1-10

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  • «Las armas con las que luchamos no son las de este mundo, sino las poderosas armas de Dios, capaces de destruir fortalezas y de desbaratar argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y de llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo»
    (2 Corintios 10:4-5)

    Si piensas como el mundo lo hace, con el tiempo actuarás de la misma manera que ellos. Los pensamientos desenfrenados producen acciones desenfrenadas. Así que, controla tus pensamientos llevándolos cautivos a la obediencia de las Escrituras.

    Renueva tu mente con la Palabra de Dios. La Palabra es espíritu y vida. Si saturas tu mente de la Palabra de Dios, tu voluntad se fortalecerá y podrás dominar todo mal pensamiento y hábito dañino.

    No dejes que Satanás te engañe para que sacrifiques la gloria de Dios en tu vida por unos momentos de pecado y placer. Domina tus pensamientos. Medita en la Palabra en vez de hacerlo en pensamientos egoístas y carnales. Pon tu mirada en Jesús, el Autor y Consumador de tu fe.

    Lectura bíblica: Salmos 119:11-18

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  • «…¿su falta de fe anulará la fidelidad de Dios? ¡De ninguna manera!…»
    (Romanos 3:3-4)

    Palabras llenas de fe. Éstas son las que cambian las cosas. Mueven los montes al mar. Convierten la enfermedad en salud. Transforman pecadores en santos.

    También pueden tomar a una nación cargada de pecado y transformarla en el pueblo de Dios. ¡Así es! Y si nosotros, los creyentes, respaldáramos nuestras oraciones por nuestra naciones con palabras de fe en lugar de duda y desaliento, pronto empezaríamos a ver una resurrección espiritual en cada una de ellas.

    Dios prometió que si nosotros, Su pueblo, nos humilláramos, oráramos, buscáramos Su rostro y nos volviéramos de nuestros malos caminos, Él sanaría nuestra Tierra. Hay guerreros de oración por todo los Estados Unidos y en otras naciones (espero que seas uno de ellos) que están haciendo lo que esa promesa demanda.

    Pero, incluso así, no se oye a la gente decir: “¡Esto es grandioso! Dios está sanando la Tierra”. No se oye a la gente declarando por fe la promesa de Dios. En cambio, sí se oye decir: “¡Uyy! ¿Ya oíste lo que están haciendo esos terroristas?”, o alguna otra cosa igualmente destructiva que aparece en la televisión.

    Presta atención: es hora de empezar a divulgar lo que Dios está haciendo, y dejar de predicar lo que los terroristas están haciendo. Dios dijo que Él está sanando nuestra Tierra.

    Debemos comenzar a hablar con fe acerca de nuestras naciones, en lugar de divulgar malas noticias todo el tiempo. Por supuesto, a muchos les parecerá extraño; otros quizás piensen que nos volvimos locos. Eso no es ninguna novedad.

    Déjame decirte algo: un grupo de creyentes que obedece las buenas nuevas de Dios, que confía en ellas y que las proclama, será más poderoso que todos los demonios sobre la Tierra. Un grupo de creyentes es más poderoso que todo un ejército de agoreros. ¡La incredulidad de estos últimos no podrá anular la fidelidad de Dios!

    En los últimos 40 años, Gloria y yo hemos aprendido a no prestar atención a las malas noticias, sino a alabar y agradecer a Dios por Su liberación. Toda palabra de alabanza que pronunciamos libera la fe en nuestros corazones.

    Decídete ahora mismo con nosotros a estar firme en el hecho de que la situación en nuestras naciones está cambiando. Decídelo en oración y afírmalo en tu corazón. Proclama: ¡Dios está sanando nuestra Tierra!

    Lectura bíblica: Nehemías 6:1-16

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  • «Porque el Señor disciplina al que ama, y azota a todo el que recibe como hijo.» Si ustedes soportan la disciplina, Dios los trata como a hijos. ¿Acaso hay algún hijo a quien su padre no discipline?»
    (Hebreos 12:6-7)

    Hoy en día existe un terrible malentendido entre los creyentes acerca del método de Dios para disciplinar a Sus hijos. Algunos dicen que Dios envía tornados, accidentes automovilísticos o cualquier clase de desastre para enseñarnos algo.

    Pero no es así. Un Dios amoroso no envía muerte y destrucción a Sus hijos para enseñarles. Él no desata Su perro asesino para que nos muerda la pierna y así aprendamos a usar nuestras botas.

    ¿Cómo disciplina Dios a los suyos? Lo hace con Su Palabra.

    En 2 Timoteo 3:16-17 leemos: «Toda la Escritura es un soplo de Dios (inspirada por Él), y útil para enseñar, para redargüir, para corregir de los errores, para convencer de pecado y disciplinar en obediencia, [y] para entrenar en la justicia (para una vida santa, conforme a la voluntad de Dios en pensamiento, propósito y acción) para que el hombre de Dios pueda ser perfecto y bien equipado para toda buena obra» (La Biblia Amplificada).

    Si miras en 2 Corintios 7 encontrarás un ejemplo de esta verdad. Allí el apóstol Pablo habla de una situación en la iglesia de Corinto que necesitaba ser corregida. La iglesia se había desviado del camino.

    ¿Cómo lo hizo Pablo? Él no le pidió a Dios que enviara un terremoto para sacudir a los creyentes; solamente les envió una carta en la que les reprochaba lo que habían hecho. Les dolió tanto que hubieran preferido ser golpeados con un palo. Dicha reprensión les llegó al corazón y los llevó al arrepentimiento.

    El Padre celestial te ama y por eso te disciplina, pero lo hará con instrumentos espirituales, no carnales. Dios usará el poder del Espíritu en Su Palabra para disciplinar la incredulidad y purificar tu espíritu de tal manera que no te sientas debilitado ni culpable, sino fortalecido.

    Así que deja de arrodillarte ante los desastres y comienza a someterte a la Palabra de Dios. Ríndete ante la Palabra y deja que sea ella la que te corrija, removiendo la carne y la lujuria que hacen que te desvíes. Recuerda: la espada del Espíritu es de doble filo: uno es para vencer a Satanás, y el otro para corregirte. Deja que Dios te use para mantenerte en el camino correcto.

    Lectura bíblica: 2 Corintios 7

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  • «En primer lugar, adquiere sabiduría; sobre todas las cosas, adquiere inteligencia. Hónrala, y ella te enaltecerá; abrázala, y ella te honrará. Adorno de gracia pondrá sobre tu cabeza; te coronará con una bella diadema»
    (Proverbios 4:7-9)

    Si en realidad quieres recibir sabiduría de Dios, tendrás que leer las Escrituras de una forma menos superficial. Será necesario que te alimentes de la Palabra día y noche. Deberás renovar tu mente con la Palabra de Dios para deshacerte de la basura con la que has estado alimentándola.

    Quizás digas: “Ah, hermano Copeland, ¡eso suena irrazonable!”.

    Sí, lo es. Pero considera lo siguiente: el estudiante de música en la universidad ensaya varias horas todos los días. Los atletas olímpicos se entrenan de seis a ocho horas diarias para perfeccionar su técnica. Lo hacen porque su dedicación para lograr sus objetivos es “irrazonable”.

    Lo mismo se aplica en tu vida. Si quieres lograr la clase de excelencia espiritual a la que estás aspirando, deberás dedicarte irrazonablemente a la Palabra de Dios.

    Eso quizás implique llevar una grabadora a todo lugar que visites. O tal vez signifique tener la afeitadora en una mano y la grabadora en la otra, o la grabadora en una mano y el tenedor en la otra.

    Haz lo que sea necesario para saturarte totalmente de la Palabra de Dios. Yo no te hablaría de forma diferente si fuera tu comandante en jefe y estuviera a punto de enviarte al frente de una batalla contra las mejores tropas de un acérrimo enemigo.

    Tú formas parte de las tropas de asalto de Dios. Tienes un enemigo que está empeñado en destruirte como sea. En este ataque crucial, y con todo lo que tiene, Satanás enviará el personal infernal mejor entrenado para derribarte. Y si quieres triunfar, deberás someterte al entrenamiento.

    Comprométete en forma irrazonable. Obtiene sabiduría.

    Lectura bíblica: Proverbios 1:7-33

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  • «¿Quién es el siervo fiel y prudente, al cual su señor deja encargado de los de su casa para que los alimente a su tiempo?»
    (Mateo 24:45)

    La Palabra nos dice que Dios muestra Su poder a favor de los que tienen un corazón “perfecto” para con Él (2 Crónicas 16:9). La palabra “perfecto” no significa que debemos hacer todo a la perfección y vivir sin cometer errores. Gracias a Dios no se trata de eso. Perfecto significa: “devoto”—un corazón consagrado, dedicado, leal y fiel a Dios—.

    Los errores que cometamos no evitarán que Dios obre en nuestra vida. Sólo nuestra falta de fidelidad puede impedir que Él actúe a nuestro favor.

    ¿Quién es fiel? El que invierte su tiempo haciendo lo que Dios lo ha llamado a hacer. En las propias palabras de Jesús: el que toma su cruz y lo sigue. El que rechaza sus deseos carnales e invierte su vida en las cosas que Dios desea que haga.

    Quizás Dios haya estado exhortándote a que pases más tiempo en Su Palabra y en oración, o que ministres más a las personas que te rodean. Él puede estar llamándote a orar por los enfermos o a enseñar la Palabra. Pero tú estás ocupado, y con muy buenas intenciones continúas con tus quehaceres y le dices a Dios que lo harás después. Bueno… “después” ¡es ahora mismo!

    Proponte hoy a ser un siervo fiel y prudente. Examina aquellas cosas que están consumiendo tu tiempo con el Señor. Pon los intereses del Señor antes que los tuyos.

    ¿Quieres ser un líder en la casa de Dios? ¿Quieres que Él muestre Su poder a favor tuyo? Entonces actúa ahora en los pensamientos de Jesús. Actúa ahora en Sus propósitos y Sus planes. ¡Ahora mismo es tiempo de ser fiel!

    Lectura bíblica: Mateo 24:42-51

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  • «Lo que sí vemos es que Jesús, que fue hecho un poco menor que los ángeles, está coronado de gloria y de honra, a causa de la muerte que sufrió. Dios, en su bondad, quiso que Jesús experimentara la muerte para el bien de todos»
    (Hebreos 2:9)

    La muerte no es un tema popular, ni siquiera entre los creyentes. De hecho, muchos se sienten atemorizados por ella. ¡Ah sí, ellos hablan de tener vida eterna! Sin embargo, cuando el diablo trata de amenazar su subsistencia terrenal con enfermedad o calamidad, se aterran.

    ¿Por qué? Porque no han aprendido a mirar la muerte desde la perspectiva de Dios. Aunque su espíritu se haya hecho inmortal, no han renovado su mente para aceptar esa verdad. Si lo hubieran hecho, cuando el diablo tratara de oprimir su botón de pánico, ellos simplemente se reirían y dirían: “No me puedes atemorizar, diablo. ¡Ya morí todo lo que tenía que haber muerto!”.

    Sabes, eso es muy cierto. La Palabra de Dios dice que como creyente nacido de nuevo nunca verás la muerte (Juan 8:51). Jesús fue tu substituto. Él sufrió la muerte para que tú no tuvieras que hacerlo. En Hebreos 2:14-15 leemos que: «…solo mediante la muerte (Jesús) podía quebrantar el poder del diablo, quien tenía el poder sobre la muerte. Únicamente de esa manera el Hijo podía libertar a todos los que vivían esclavizados por temor a la muerte».

    Si has hecho a Jesús el Señor de tu vida, la única muerte que tenías que experimentar quedó en el pasado; ocurrió en el instante en que recibiste a Cristo. En ese momento, tu vieja naturaleza, aquella cuyo deseo era el de pecar y rebelarse contra Dios, murió. Tu cuerpo no falleció, pero tu hombre espiritual, tu verdadero yo, murió a Satanás y a todas sus obras. Tu fuiste hecho “una nueva criatura” inmortal que jamás morirá (2 Corintios 5:17).

    Cuando termines con tu labor en la Tierra, no morirás. Simplemente te despojarás de tu caparazón terrenal y te reubicarás en un lugar mucho más glorioso.

    Ve a la Palabra y descubre la perspectiva de Dios acerca de la muerte. Haz un estudio al respecto. Una vez que empieces a comprender la realidad de tu inmortalidad, el diablo jamás podrá volver a amenazarte con ella.

    Lectura bíblica: Hebreos 2:9-15

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  • «Si ustedes quieren y me hacen caso, comerán de lo mejor de la tierra»
    (Isaías 1:19)

    Un cuerpo sano. Suficiente dinero para pagar las deudas y dinero extra para invertir en la obra del evangelio. Un matrimonio feliz y piadoso, con niños sanos. Paz mental. Dios ha preparado un banquete lleno de bendiciones como éstas para ti.

    Pero esas bendiciones no caerán en tu regazo automáticamente. Debes estar dispuesto —y ser obediente— si quieres comer los manjares de la mesa de Dios.

    Así que ¡ponte dispuesto!

    No estés dispuesto a que Satanás ponga enfermedad en tu cuerpo. Disponte, en cambio, a estar bien. En honor al sacrificio de Jesús en el Calvario, no aceptes nada inferior a la salud divina.

    No estés dispuesto a vivir en escasez, sino en prosperidad y abundancia divinas. Rehúsate a que Satanás detenga el caudal de las bendiciones económicas de Dios para tu vida.

    Disponte a recibir el mejor plan de Dios para tu matrimonio y tus hijos. No aceptes las “normas” del mundo. Vive por encima de ellas en un hogar lleno de amor y armonía, un hogar como Dios quiso que fuera.

    No le permitas a Satanás reemplazar con preocupación y úlceras la paz y la tranquilidad que Jesús ya compró para ti. Proponte echar todas tus ansiedades sobre Dios, porque Él tiene cuidado de ti.

    No dejes que te roben el banquete de bendiciones que te pertenecen desde que te hiciste creyente. ¡Disponte a comer lo mejor de la tierra!

    Lectura bíblica: Deuteronomio 8:5-20

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  • «Uno solo puede ser vencido, pero dos presentan resistencia. El cordón de tres hilos no se rompe fácilmente»
    (Eclesiastés 4:12)

    Hay poder en la unidad. El diablo lo sabe. Por eso, continuamente está luchando contra esa unidad. Él toma las diferencias que hay en nosotros, diferencias que Dios puso para hacernos más fuertes, y trata de usarlas para romper el vínculo que nos une.

    Por ejemplo, los hombres y las mujeres. El diablo nos ha engañado al hacernos creer que uno es superior al otro. Pero puedo resolver ese argumento ahora mismo. Las mujeres son superiores a los hombres. Si no lo crees, como hombre trata de dar a luz un bebé. Pero también, los hombres son superiores a las mujeres. Si no lo crees, como mujer trata de concebir uno sin nosotros.

    ¡Es la combinación de las diferencias la que nos hace fuertes!

    Incluso se ha llegado a discutir si Dios es hombre o mujer. Pero la Biblia nos lo aclara. ¡Él es ambos! Eso es correcto. En el idioma hebreo, todas las palabras tienen género, son masculinas o femeninas. Pero la palabra hebrea Jehová es masculina y femenina a la vez. Dios es tan femenino como masculino y tan masculino como femenino.

    Originalmente, la raza humana era así también. Cuando Dios hizo primero al hombre, era tan femenino como masculino. Luego, Dios separó la parte femenina e hizo a la varona o “varón con vientre”. Después, ambos tuvieron que juntarse para ser perfectamente completos.

    Todavía eso es cierto. Por ejemplo, cuando Dios une al esposo y a la esposa, con frecuencia, junta personas que poseen mayores diferencias de personalidad. Donde uno es débil, el otro es fuerte, y viceversa. Por eso, cuando llegan a ser uno, son más poderosos de lo que eran estando separados.

    Hubo un tiempo en que no lo comprendía. Me molestaba con Dios por haberme enviado una esposa que no se preocupaba por algunas de las cosas que me gustaban. Pero, finalmente, me di cuenta que Dios sabía lo que estaba haciendo. Si Él me hubiera dado una esposa que fuera tan aficionada a la aviación como yo, hubiéramos pasado el resto de nuestra vida en las nubes. No estaríamos predicando la Palabra. Estaríamos en alguna exhibición aérea volando cabeza abajo. Nos llamaríamos el equipo Copeland, o algo parecido.

    ¿Existen en tu vida personas que son irritantemente diferentes a ti? No dejes que el diablo use esas diferencias para separarte de ellas. Por el contrario, ¡agradécele a Dios por esas personas! Deja que Él te enseñe cómo apreciarlas y ¡lo poderoso que pueden ser… juntos!

    Lectura bíblica: Eclesiastés 4:9-12

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  • «…Las palabras que yo les he hablado son espíritu y son vida»
    (Juan 6:63)

    Hemos visto algunos adelantos médicos sorprendentes en nuestra generación, como “drogas milagrosas” que pueden vencer muchos tipos de enfermedades y dolencias.

    Pero, sabes, en los más de 40 años que he sido creyente, he descubierto una clase de medicina mucho más eficaz: la Palabra de Dios. Nunca ha existido una droga tan milagrosa que la pueda igualar. La medicina de Dios es la respuesta a toda necesidad. Es vida. Es salud. Es el poder de Dios. Y si la pones en tu corazón y la pones en práctica, sencillamente sanarás.

    A veces la gente pregunta: “Si la medicina de Dios siempre funciona, ¿por qué hay tantos creyentes que están todavía enfermos?”. Hay dos razones. Primero, porque no toman el tiempo para sembrar la Palabra profundamente en su corazón en lo que respecta a la sanidad. Segundo, porque no obedecen lo que la Palabra les dice.

    Míralo desde esta perspectiva: si un médico te receta una medicina por vía oral para ingerirla diariamente y tú decides en cambio frotártela en el pecho, esa medicina no te servirá de nada. Debes seguir las instrucciones y tomarla según las indicaciones si quieres mejorarte, ¿no es cierto? Del mismo modo, si lees la receta de Dios para la salud y no la pones en práctica, no cosecharás ninguno de sus beneficios.

    En Proverbios 4:22 leemos que las Palabras de Dios son vida y salud para ti. Por lo tanto, no esperes hasta que te enfermes para comenzar a usarlas. Empieza hoy mismo a depositar la Palabra de Dios en tu corazón en abundancia y será difícil que te enfermes. Esa Palabra mantendrá activo el poder sanador de Dios en tu interior en forma constante.

    Y no te preocupes. No hay una dosis límite para la medicina de Dios. No existe riesgo de sobredosis. Cuanto más la tomes, más fuerte serás.

    Empieza a fortalecerte hoy.

    Lectura bíblica: Proverbios 4:20-27

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  • «El comienzo de un conflicto se equipara con las primeras gotas de agua [en la grieta de una represa]; es mejor controlarlo, antes de que se desborde y se salga completamente de control»
    (Proverbios 17:14; AMP)

    En las Escrituras Dios nos advierte contra el peligro de la contienda. No obstante, es uno de los problemas más comunes entre los creyentes. Permitimos que se introduzca en nuestro hogar, en nuestro trabajo, en la iglesia… ¡y en todas partes!

    Por supuesto, no la dejamos entrar intencionalmente. No nos despertamos por la mañana y decimos: “Hoy tengo ganas de empezar una gran contienda”. Al contrario, dejamos que se introduzca de forma sutil entre nosotros, como una pequeña irritación.

    Por eso, te urjo hoy a levantarte decididamente contra esas pequeñas oportunidades de iniciar una contienda. Si tiendes a permitir que las cosas te irriten, decide vencer esa tendencia. Lucha en contra de ella con el conocimiento de que este mundo no es perfecto, pues habrá personas que no se comportarán de manera amable contigo. Habrá personas que te fastidiarán y molestarán, a propósito o inconscientemente.

    Decide que, por el poder de Dios, no permitirás que te roben tu paz. Esa paz es muy importante para tu bienestar. Ella mantendrá tu cuerpo sano y guardará tus relaciones saludables. Te pondrá en un lugar donde Dios pueda orientar tus pasos y librarte de algunos errores garrafales. Si te has pasado la vida con los nervios alterados por cosas sin importancia, puede tomarte tiempo deshacerte de ese hábito. Quizás debas trabajar en ese problema a cada instante. Pero al final, lo lograrás.

    Lo sé por experiencia propia. Tuve que vencer la preocupación de la misma manera. Me había afanado por tantos años y provenía de una familia que se preocupaba con facilidad—tanto que lo hacía casi sin pensar. Cuando aprendí que preocuparse era contrario a la Palabra de Dios, tuve que dejar ese hábito de lado minuto a minuto. Con la ayuda del Espíritu Santo, cada vez que un pensamiento de preocupación venía a mi mente, yo lo vencía con la Palabra de Dios; y lo hice hasta que erradiqué ese hábito de la preocupación para siempre.

    Tú puedes hacer lo mismo con la discordia. Pídele al Espíritu Santo que te ayude a empezar a reconocerla y a superarla en cada momento. Entonces, cada vez que comiences a enojarte por algo, repréndela en el Nombre de Jesús y resístela. Di en voz alta: Hoy vivo en la paz de Dios.

    Te sorprenderás al ver cuán maravillosa puede ser la vida.

    Lectura bíblica: Mateo 5:21-26, 43-48

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  • «Estas palabras que hoy te mando cumplir estarán en tu corazón, y se las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando estés en tu casa, y cuando vayas por el camino, y cuando te acuestes y cuando te levantes… y las pondrás entre tus ojos como frontales»
    (Deuteronomio 6:6-8)

    Una de las razones por la que Gloria y yo hemos visto los resultados que tenemos en nuestra vida y en nuestro ministerio, se debe a que cuando descubrimos lo que la Palabra de Dios haría en nuestras vidas, literalmente nos sumergimos en ella. Apagamos la radio y el televisor, dejamos a un lado el periódico, e invertimos cada momento de nuestro tiempo disponible leyendo la Palabra, escuchando enseñanzas acerca de la Palabra o meditando en ella.

    Al final, todo ese tiempo en la Palabra obró un poderoso efecto en nosotros. Empezó a revolucionar por completo nuestra vida, y a convertir el fracaso en éxito.

    Sin embargo, eso no sucedió de la noche a la mañana. Llevó tiempo. Muchos creyentes no comprenden ese proceso. Empiezan muy devotos en la Palabra, pero cometen el error de esperar resultados milagrosos instantáneos y cuando no se materializan, se desilusionan y se apartan.

    No hagas eso. Se paciente. Dale tiempo a la Palabra para que haga Su obra.

    Jesús dijo una vez: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mateo 4:4). La Palabra de Dios alimenta el espíritu así como el pan alimenta al cuerpo. El alimento tiene que ser absorbido por el cuerpo. Las vitaminas y los minerales que hay en los alimentos ejercen un efecto acumulativo en el cuerpo, ¿no es cierto? Además, casi todo lo que afecta a tu cuerpo en forma instantánea se considera como peligroso.

    Gran parte de ese proceso natural es similar con la Palabra de Dios. Ella posee un efecto acumulativo. Sí, a veces Dios actuará instantáneamente y hará un milagro, pero sólo para enderezar las cosas. Su propósito realmente es que te alimentes de Su Palabra para que crezcas en fortaleza y fe, y produzcas fruto a su debido tiempo.

    Así que no te apresures tanto. Permanece en la Palabra. Se paciente. ¡Los resultados vendrán!

    Lectura bíblica: Deuteronomio 7:11-23

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  • «El que ama la lengua comerá de sus frutos; ella tiene poder sobre la vida y la muerte»
    (Proverbios 18:21)

    Las palabras son un asunto serio. Como creyentes, debemos considerar seriamente cómo usarlas. Necesitamos que las palabras empiecen a actuar a nuestro favor, así como Dios lo hace. La Biblia dice que el Señor usa palabras para llamar a las cosas que no son como si fueran (Romanos 4:17).

    La mayoría de nosotros no tenemos la menor idea de cómo hacerlo. Hemos pasado nuestra vida describiendo las cosas como las vemos. Constantemente hemos usado nuestra boca para informar acerca del estado lamentable de la situación a nuestro alrededor. Bajo esas circunstancias, el solo pensamiento de llamar las cosas que no son como si fueran parece un poco descabellado.

    “¿Estás diciendo que se supone que diga: ‘¡Estoy sano!’, cuándo me siento enfermo… o ‘¡Soy próspero!’ cuando no tengo dinero?. Me parece que estaría mintiendo”.

    No, no. Hay una gran diferencia entre mentir y hablar por fe. La mentira se dice con la intención de engañar a alguien, de hacerle creer algo que no es cierto. Pero hablar por fe es simplemente decir palabras que están de acuerdo con la Palabra de Dios, no con las circunstancias a tu alrededor. Es hablar con tu espíritu y no con tu mente.

    Como el apóstol Pablo dijo en 2 Corintios 4:13: “Tenemos el mismo espíritu de fe, conforme a lo que está escrito: «He creído, por lo tanto he hablado». También hemos creído, por lo tanto hemos hablado” (AMP).

    Eso es importante. Lee ese versículo de nuevo: “He creído, por lo tanto he hablado”.

    Hay personas que hablan las palabras, pero no tienen la fe para respaldarlas, y como resultado fracasan en su vida espiritual. No llamaron las cosas que no son como si fueran, sino que las llamaron de la manera que deseaban que fueran.

    Estos son dos aspectos muy diferentes. Las palabras pueden ser las mismas. Pero el sólo desear y esperar no cumplirán la tarea; hay que creer.

    Empieza hoy a poner tanto tu boca como tu corazón en armonía con la Palabra. Deja de hablar según lo que ves y comienza a declarar y a creer las promesas de Dios. Haz que el poder de las palabras actúe a tu favor.

    Lectura bíblica: Proverbios 15

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  • «Nosotros nos parecía que éramos como langostas; y a ellos también así les parecíamos»
    (Números 13:33)

    Según el diablo, ¿cómo eres? ¿Creerá que eres un valiente y poderoso guerrero de Dios… o un debilucho a quien pueda darle una paliza cuando se le antoje?

    La respuesta a esa pregunta depende de ti. Lo comprendí cuando estaba estudiando acerca del pueblo de Israel, y de cómo fracasaron al no entrar en la Tierra Prometida. La clave de su fracaso se encuentra en las palabras: «Nosotros nos parecía que éramos como langostas; y a ellos también así les parecíamos» (Números 13:33).

    La razón por la cual los israelitas estaban tan aterrorizados de pelear contra los gigantes de Canaán no era porque esos gigantes fueran tan grandes, sino porque los israelitas se veían a sí mismos como enanos. La imagen que tenían de sí mismos fue la que los derrotó.

    El mismo principio se aplica en tu vida como creyente. La imagen que tengas de ti mismo es la que cuenta. Si a tus ojos eres un cristiano débil y sin poder, el diablo te atropellará tres, cuatro o más veces al día si no está ocupado. Pero cuando empieces a verte como un hijo de Dios, un conquistador del Dios todopoderoso, equipado con el mismo poder de Dios, el diablo querrá esfumarse al instante en el que te vea.

    El diablo preferirá hacer cualquier cosa antes que venir contra alguien que es valiente y osado, porque él mismo es un cobarde. A decir verdad, desde que Jesús se levantó de la tumba, el corazón de Satanás se ha turbado al escuchar ese nombre de la boca del que tiene fe en Cristo.

    Si no te ves fuerte en el Señor, necesitas cambiar tu opinión de ti mismo. Debes llenarte por completo de la Palabra de Dios y del Espíritu Santo para que vivas como un gigante espiritual. Cámbiale la perspectiva al diablo y deja que él descubra por sí mismo lo que se siente ser una langosta.

    Lectura bíblica: Números 13:17-33

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  • «Den, y se les dará una medida buena, incluso apretada, remecida y desbordante. Porque con la misma medida con que ustedes midan, serán medidos»
    (Lucas 6:38)

    Den, y se les dará. Esas palabras salieron directamente de la boca de Jesús. No obstante, hay muchos creyentes que se niegan por completo a creerlas. Tienen la idea equivocada de que es un error esperar recibir cuando se da.

    Pero la verdad es que ¡es un error no hacerlo!

    ¿Qué pensarías de un agricultor que siembra las semillas y luego deja que su cosecha se pudra en el campo? Creerías que es un tonto, ¿no es así? Y si lo hubiera hecho cuando otros sufrían de hambre, pensarías además que ese agricultor ha cometido un crimen.

    Bueno, es igual de irresponsable dar semillas (en términos económicos), y no esperar la cosecha que Dios te ha prometido. Especialmente cuando esa cosecha podría fomentar la propagación del evangelio a gente que tiene hambre espiritual. Tan equivocado está el que hace caso omiso al principio de la prosperidad compartido por Jesús, como lo está el que deja que una cosecha de trigo se pudra en el campo.

    Dios quiere que cosechemos financieramente de las semillas que sembramos. Él desea que estemos preparados para no tener que pedir por ayuda, sino que además tengamos: “…siempre y en toda circunstancia… todo lo necesario, y abunde en nosotros toda buena obra;” (2 Corintios 9:8). Su deseo es que tengamos en abundancia, no para que lo guardemos con egoísmo, sino para que demos con generosidad.

    La próxima vez que des, no tengas miedo de esperar una cosecha. Espera con fe las recompensas económicas que Jesús prometió. Luego, cuando vengan, vuélvelas a sembrar. Mantén en constante circulación el principio de dar y recibir para que el Señor pueda bendecir al mundo a través tuyo.

    Lectura bíblica: 2 Corintios 9:6-15

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  • «[Lo principal es la sabiduría hábil y divina]”… Recompensen y exalten la sabiduría, y ella les exaltará y promoverá; y les honrará cuando la hayan abrazado”»
    (Proverbios 4:7-8, AMP)

    Quiero contarte el único secreto verdadero para obtener victoria en esta vida. Es fácil: coloca la Palabra de Dios en primer lugar en Tu vida diaria.

    Quizás digas: “Bueno, ya lo he oído antes. No es ningún secreto”. Pero cuando comprendas lo que en realidad quiero decir, se convertirá en una revelación para tu vida.

    La Biblia no es tan sólo un libro de texto, histórico o de relatos. Es un manual de vida. Es la sabiduría del Dios omnipotente escrita para que puedas aplicarla en las situaciones que enfrentas a diario.

    Dios dice que la sabiduría “es lo principal”. La palabra principal significa: “lo primero en importancia”. Eso quiere decir que la Palabra de Dios debe ocupar el lugar más importante en todas nuestras actividades. Sé por experiencia propia el impacto que eso puede tener en tu vida.

    Hace veinte años que decidí leer los Evangelios y el libro de los Hechos de los Apóstoles tres veces en 30 días. En ese tiempo parecía una tarea imposible. Teníamos dos niños pequeños y la casa patas arriba después de una mudanza reciente; no veía cómo podía pasar todo ese tiempo leyendo la Palabra y además, hacer el resto de las tareas en el hogar. Pero me propuse dejar de lado otras cosas, y hacerlo. Me sorprendió sobremanera el final del primer día: había logrado más de lo que hubiera hecho en circunstancias normales.

    Sorprendentemente, al final de esos 30 días, no sólo había leído los evangelios y el libro de los Hechos tres veces, sino que había hecho todos los quehaceres domésticos incluyendo mis niños, y además, había aplicado un nuevo acabado a varios muebles. Estaba asombrada.

    Tú también te asombrarás de lo que puede suceder en tu vida si colocas la Palabra de Dios en primer lugar. Pero déjame advertirte: no esperes hasta creer que tienes el tiempo para hacerlo, porque Satanás se encargará de que nunca lo tengas.

    Haz lo que yo hice: deja las otras cosas a un lado. Invierte tu tiempo primero en la Palabra, y muy pronto podrás ver los resultados de esa inversión en todas las áreas de tu vida.

    Lectura bíblica: Proverbios 3:1-9

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