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Todos esperamos que un terremoto haga vibrar el suelo bajo nuestros pies; es algo normal, y para medir ese movimiento existen los sismómetros. Sin embargo, estos aparatos detectan muchas otras vibraciones que no tienen nada que ver con movimientos sísmicos: la traca final de las fiestas del pueblo, la euforia de la afición local cuando su equipo marca un gol, los saltos de la multitud en un concierto, el paso de un camión de gran tonelaje, etc. Estos son pequeños movimientos del terreno que se suman a muchos otros, como los generados por las olas del océano, la lluvia, el viento y otros fenómenos naturales. Así, junto a las ondas generadas durante un terremoto, los sismómetros detectan muchas otras vibraciones en forma de un ruido de fondo difícil de interpretar: el ruido sísmico. Hasta hace poco, el ruido sísmico se descartaba en los estudios por considerarse una señal inoportuna, pero ahora, gracias a investigaciones como las de Jordi Díaz, nuestro invitado en Hablando con Científicos, se ha convertido en una fuente de información muy interesante.
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Aunque los euriptéridos no son realmente escorpiones, algunos, como Terropterus, que vivió hace aproximadamente entre 440 millones de años, tenían una gran semejanza con ellos. Poseía una cola en forma de aguijón curvado, que podía proyectar hacia adelante por encima de la cabeza y el tercer par de apéndices recuerda a las pinzas de los escorpiones. Algunos podían salir a tierra firme, como demuestra un rastro fósil de seis metros de largo y 95 centímetros de ancho descubierto en 2005 en rocas del Carbonífero de Escocia. El tamaño y la anatomía de las patas que dejaron el rastro se corresponde con un ejemplar de 1,6 metros de longitud del euriptérido Hibbertopterus. Las patas, de distintos tamaños, se movían a la vez, y el animal reptaba despacio, con movimientos torpes, arrastrando la cola.
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Saknas det avsnitt?
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Hoy hablamos de la empatía. esa capacidad tan social y humana de sentir o, al menos, comprender lo que siente el otro, de ponerse en su lugar, y de anticipar sus deseos y sus acciones. Si la capacidad empática no hubiera aparecido, ya en las especies de animales ancestros de la nuestra, y no se hubiera potenciado más aún a lo largo de nuestra propia evolución, probablemente la especie humana no habría podido sobrevivir hasta nuestros días. Hoy, la empatía por el prójimo sigue siendo una fuerza civilizadora e integradora fundamental, que, por supuesto, radica en la estructura y función de ciertas zonas cerebrales.
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Lo que somos está contenido en nuestro ADN, una inmensa biblioteca distribuida en 23 pares de “salas”, nuestros cromosomas, donde las instrucciones se escriben con un alfabeto de solo cuatro letras. En el ADN hay más de 6.000 millones de estas letras. La información se copia en cada célula desde el embrión, en un proceso que no está exento de errores. Normalmente, estos errores no tienen consecuencias, pero en muy raras ocasiones, el cambio de una sola letra puede tener efectos dramáticos. Ese es el caso de la progeria, una enfermedad genética extremadamente rara que provoca un envejecimiento prematuro. En el Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas, Ignacio Benedicto Español y su equipo buscan nuevas vías para tratar esta enfermedad.
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El doctor Grande Covián, a mediados de los años 80 del pasado siglo, nos informaba de que el ayuno ya había sido estudiado como un medio de alargar la vida. Entre otras cosas, decía lo siguiente: “Muchos de los entusiastas de la dieta macrobiótica parecen creer, equivocadamente, que se trata de una idea nueva. Pero la esperanza de prolongar la vida mediante la moderación en el consumo de alimentos es, en realidad, una idea muy antigua, que fue ya considerada en los escritos de la medicina china (Huang Ti) hace más de tres mil años. Hace unos dos mil quinientos años, Pitágoras de Samos, en un tratado que lleva, precisamente, el título Macrobioi, recomendaba el uso de una dieta frugal como medio de alcanzar una vida larga.” Hoy Jorge Laborda nos invita a escuchar aquel escrito con la voz de Grande Covián clonada por IA.
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Los íberos, una civilización que habitó las regiones costeras orientales y meridionales de la península Ibérica durante la Edad del Hierro (siglos VIII-I a.C.), solían incinerar a sus muertos y enterrar las cenizas en necrópolis. Pero no actuaban así con los recién nacidos. En varias excavaciones se han encontrado restos de bebés enterrados sin incinerar en el interior de las viviendas. ¿Qué sucedió con estos niños? ¿Tuvieron una muerte natural o fueron sacrificados siguiendo algún ritual macabro? La respuesta a este enigma se encuentra en un estudio publicado en Journal of Archaeological Science, cuya autora principal es la estudiante de doctorado Ani Martirosyan, nuestra invitada en Hablando con Científicos.
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Todos estamos condicionados por los tiempos en que hemos vivido y la educación recibida, y eso hace que cataloguemos determinados asuntos como buenos o malos, o incluso como temas prohibidos. Uno de los que caen dentro de esta categoría, al menos para muchos y muchas, es el tema de lo que Jorge Laborda llama el autoservicio sexual, eufemismo con el que me refiero a la masturbación. Hoy analiza el tema desde una perspectiva evolutiva, preguntándose si este comportamiento tiene ventajas adaptativas o reproductivas en el reino animal, o si se trata de una patología.
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Venus, nuestro planeta vecino y el segundo en orden de distancia al Sol, ha sido objeto de fascinación para los seres humanos debido a su brillo y movimiento en el firmamento. Aunque similar a la Tierra en cuanto a tamaño, las condiciones en Venus son extremas: su atmósfera densa y rica en dióxido de carbono genera un efecto invernadero descontrolado, con temperaturas superficiales que superan los 450 °C y una presión atmosférica aplastante. A pesar de estos desafíos, numerosas misiones espaciales han intentado desentrañar sus misterios. Ahora, la Agencia Espacial Europea (ESA) se prepara para su próxima misión: EnVision. Una de las personas involucradas en la misión es Gabriella Gilli, investigadora del Instituto de Astrofísica de Andalucía, quien hoy nos acompaña en Hablando con Científicos.
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Esta semana os ofrecemos un nuevo episodio de la serie In Memoriam, que, como sabéis, pretende mantener viva la memoria del gran científico Francisco Grande Covián, del que Jorge Laborda tuvo el privilegio de ser su alumno y del que ha podido recuperar su voz y su estilo gracias a la inteligencia artificial. En esta ocasión, el Dr. Grande Covián, en su artículo titulado del Hambre a la Abundancia, nos habla de los peligros con los que, tanto la una como la otra, amenazan a la humanidad.
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La visión de nuestra galaxia ha cambiado radicalmente desde que en 1995 se descubrió el primer planeta orbitando alrededor de una estrella distinta al Sol. Desde entonces, el número de exoplanetas descubiertos crece a tal ritmo que la posibilidad de encontrar alguno semejante a la Tierra, y con alguna forma de vida, ha dejado de ser una idea descabellada. ¿Por dónde empezar la búsqueda? Parece lógico pensar que debería comenzar por las estrellas situadas más cerca del Sol. En 2016, se descubrió un planeta del tamaño de la Tierra, situado en la zona habitable, alrededor de Próxima Centauri, la estrella más cercana a nosotros. Ahora le toca el turno a la siguiente: la estrella de Barnard, situada a tan solo 6 años luz del Sol. Un artículo publicado en Astronomy & Astrophysics, cuyo primer autor es Jonay I. González Hernández, investigador del IAC, revela la existencia de un exoplaneta con un tamaño tres veces superior al de Marte alrededor de la estrella de Barnard, además de la posible presencia de otros tres candidatos más.
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Megatherium americanum era uno de los mayores perezosos terrestres, con una longitud de seis metros, una altura en la cruz de cerca de dos metros y un peso de unas cuatro toneladas. La cabeza es relativamente pequeña, parecida a la de un oso, con el hocico estrecho. El labio superior es largo y prensil, como el del rinoceronte negro, capaz de asir y arrancar hojas y ramas. Los dientes, grandes, crecen durante toda la vida; carecen de esmalte y tienen crestas afiladas que encajan entre sí y se afilan unos con otros, como los de los roedores. Solo tiene diez en la mandíbula superior y ocho en la inferior. Los músculos de las mandíbulas son fuertes, y el cerebro es pequeño. Las patas delanteras, más esbeltas que las traseras, terminan en manos con garras de unos treinta centímetros de largo en los tres dedos centrales.
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Hoy nos adentraremos en unos experimentos de psicología social, realizados hace alrededor de cuarenta años. Los experimentos estudian algunos factores, normalmente ocultos en la comunicación humana, que inciden de manera inconsciente, pero significativa, en nuestras preferencias de voto en democracia. Experimentos similares podrían haber sido realizados ayer mismo, me temo que con idénticos resultados. Los bulos, las fake news, las mentiras en las redes sociales parecen ser lo único que preocupa a los responsables políticos, pero existen mensajes invisibles que ejercen un efecto tan grande o mayor que el ejercido por las más sofisticadas de las mentiras.
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En los confines del universo, cuando éste apenas estaba en su más tierna infancia, una galaxia ha llamado la atención de los científicos. Se conoce como GS-10578, aunque entre el grupo que la estudia es más conocida como “la galaxia de Pablo”, en honor a la persona que lleva años investigándola, Pablo G. Pérez González, investigador del Centro de Astrobiología (CAB) y nuestro invitado en Hablando con Científicos. Se trata de una galaxia poco corriente porque la mayoría de sus más de 200 mil millones de soles se formaron muy temprano en la historia del universo y pronto dejó de crear nuevas estrellas, un signo inequívoco de vejez. Utilizando los datos obtenidos por el telescopio James Webb, Pablo G. Pérez González y un grupo internacional de investigadores han detectado que el agujero negro supermasivo que hay en el centro galáctico está expulsando el gas y el polvo, privando a la galaxia del “alimento” necesario para la formación de nuevas estrellas.
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En el programa de hoy os ofrecemos un nuevo episodio In memoriam de Francisco Grande Covián. En esta ocasión, el Dr. Grande Covián se erige como defensor de las ideas de Thomas Robert Malthus, uno de los principales pensadores del siglo dieciocho, sobre el futuro de la humanidad, y en particular de su capacidad para alimentarse adecuadamente utilizando los limitados recursos del planeta Tierra. El Dr. Grande contrapone las ideas de Malthus, teñidas de un cierto pesimismo, con las más bien optimistas, por no decir utópicas, ideas de otros dos importantes pensadores de ese mismo siglo, el inglés William Godwin y el marqués de Condorcet, de nacionalidad francesa.
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La mayor extinción de la historia sucedió hace 252 millones de años, cuando la Tierra era muy diferente a como la conocemos hoy, con un inmenso continente solitario y un extenso océano a su alrededor. Los científicos la llaman la extinción masiva del Pérmico-Triásico, pero también la conocen como “La Gran Mortandad”, porque casi todas las criaturas que vivían en aquel momento desaparecieron. ¿Cuál fue la causa de tal desastre para la vida? ¿Cómo los hemos descubierto? ¿Qué nos enseña de cara al futuro? José López Gómez, científico del CSIC responde a estas preguntas en un libro titulado “La vida al borde del abismo”, cuyo contenido comenta hoy con nosotros en este nuevo capítulo de Hablando con Científicos.
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En esta ocasión, puesto que se ha producido un interesante avance en un área de la astronomía planetaria de la que Jorge Laborda ya hablaba en 2011, le ha parecido oportuno elaborar un programa de la modalidad vintage que, en lugar de retrotraerse más de veinte años en el pasado, lo hará tan solo algo más de trece. Su intención es, además de explicar en qué consiste el nuevo descubrimiento, cómo se ha producido y qué consecuencias tiene para el campo de la astronomía, comparar la tecnología actual con la de hace solo algo más de una década para que podamos apreciar igualmente los avances tecnológicos que se han realizado en relativamente tan poco tiempo.
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Posiblemente no hayas oído hablar, hasta ahora, de que muchas plantas tienen capacidad para elevar su temperatura por encima del ambiente. Esa capacidad para generar calor se denomina termogénesis, un fenómeno fascinante que ha jugado un papel crucial en la evolución de la polinización por insectos. Un estudio publicado en Nature Plants y firmado en primer lugar por David Peris, nuestro invitado en Hablando con Científicos, ha examinado las características de las plantas termogénicas actuales y las ha comparado con los linajes de plantas fósiles. El resultado indica que la capacidad para generar calor en algunas plantas es un fenómeno que se remonta 200 millones de años atrás, mucho antes de que tuviera lugar la aparición de las primeras plantas con flores.
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A lo largo de las últimas décadas, la investigación ha dejado claro que la restricción calórica, o el ayuno intermitente, teniendo cuidado de obtener todos los nutrientes necesarios, están asociados a numerosas ventajas para la salud, al menos para la salud de los animales de laboratorio utilizados en los estudios que han revelado este hecho. Uno de los hallazgos más impactantes es que la restricción calórica aumenta significativamente la longevidad. Nuevos experimentos con ratones, publicados en la revista Nature el 21 de agosto de 2024, demuestran que, tras el ayuno, la realimentación ayuda a regenerar mejor los tejidos, pero también aumenta el riesgo de cáncer.
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Cerca de Antequera existe un monumento que rivaliza con las construcciones megalíticas más emblemáticas del mundo: el Dolmen de Menga. Mientras que las piedras más grandes utilizadas en la Gran Pirámide de Egipto alcanzan las 70 toneladas, y las de Stonehenge llegan a 40 toneladas, los pobladores neolíticos del sur de la península ibérica, mil años antes, colocaron una enorme losa de 150 toneladas que forma el techo de la cámara principal del Dolmen de Menga. ¿Os podéis imaginar el volumen de conocimiento y la capacidad técnica de las personas que diseñaron, esculpieron, transportaron y colocaron semejante roca hace entre 5800 y 5600 años? Un artículo publicado en Science Advances, cuyo primer autor es José Antonio Lozano Rodríguez, nuestro invitado en Hablando con Científicos, propone una interpretación completamente innovadora de cómo se construyó este monumento colosal.
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Hoy, en un nuevo programa de Quilo de Ciencia en su modalidad “in Memoriam”, el Dr. Grande Covián, con su voz clonada por IA, nos habla de los problemas de la alimentación mundial allá por el año 1984, ciento cincuenta años después de la muerte de Thomas Robert Malthus, y se adentra por lo que en esos años se preveía que podía ser el futuro de la alimentación de la humanidad. Como siempre, sus enseñanzas son sabias y sus análisis, muy interesantes y todavía de actualidad, en particular en relación con la polémica que continúa habiendo sobre el consumo de carne. A continuación, Jorge Laborda compara los datos actuales con los que pronosticaba la Organización Mundial de la Salud en los años 80 del pasado siglo, que el Dr. Grande Covián nos resumía.
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