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En Romanos 10:1-3, Pablo expresa su profundo deseo de que los israelitas sean salvos. Reconoce que ellos tienen celo por Dios, pero es un celo mal dirigido, ya que desconocen la justicia de Dios y, en su lugar, buscan establecer su propia justicia. Al hacerlo, no se someten a la justicia que proviene de Dios, la cual es alcanzada por la fe en Cristo. Este pasaje subraya la diferencia entre la justicia basada en obras y la justicia que es por fe.
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Romanos 9:30-33 trata sobre la justicia de Dios y la diferencia entre cómo los gentiles y los judíos intentaron alcanzarla. Pablo explica que los gentiles, aunque no buscaban la justicia de Dios, la obtuvieron por medio de la fe. Por otro lado, los judíos, que perseguían una justicia basada en las obras de la ley, no la lograron alcanzar. Esto ocurrió porque tropezaron con “la piedra de tropiezo”, que es Cristo. Pablo señala que la verdadera justicia proviene de la fe en Cristo, no de cumplir la ley, cumpliendo así la profecía de que quienes confían en Él no serán avergonzados.
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En Romanos 9:24-29, Pablo enfatiza que la misericordia de Dios no está limitada al pueblo de Israel, sino que también incluye a los gentiles. Dios, en su soberana elección, llama a su pueblo tanto de entre los judíos como de los gentiles. Pablo apoya esta verdad citando a Oseas, mostrando que aquellos que no eran considerados su pueblo ahora son llamados “hijos del Dios viviente”. También menciona a Isaías, destacando que solo un remanente de Israel será salvo, lo cual enfatiza que la salvación depende de la gracia y el propósito divino, no de la ascendencia o el mérito humano.
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El capítulo 18 de la Confesión de Londres de 1689 aborda la seguridad de la salvación, afirmando que los creyentes verdaderos pueden tener certeza infalible de su estado de gracia y salvación eterna. Esta seguridad no proviene de revelaciones especiales, sino del testimonio del Espíritu Santo, la evidencia de la fe genuina y el fruto de la obediencia. Aunque los creyentes pueden experimentar dudas temporales, su salvación está firmemente asegurada en Cristo.
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Romanos 9:19-23 enfatiza la soberanía de Dios como el alfarero que moldea a Su creación según Su propósito. Pablo destaca Su derecho de mostrar justicia y misericordia, revelando Su gloria tanto en los vasos de ira como en los de gloria, llamando a la sumisión ante Su voluntad divina.
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En Romanos 9:14-18, el apóstol Pablo aborda la soberanía de Dios en la elección, enfatizando que Dios no es injusto en su actuar, pues su misericordia y compasión dependen únicamente de su voluntad, no de los méritos humanos. Pablo cita el caso de Moisés, donde Dios muestra su gracia, y el de Faraón, a quien endureció para manifestar su poder y glorificar su nombre. El pasaje magnifica que Dios tiene el derecho de actuar según su propósito, otorgando misericordia o endurecimiento conforme a su voluntad divina. Esto demuestra su justicia soberana y su autoridad absoluta sobre la humanidad.
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En Romanos 9:17-18, Pablo cita el ejemplo del faraón para ilustrar la soberanía de Dios en su elección. Explica que Dios puede usar tanto la obediencia como la obstinación humana para cumplir sus propósitos. En estos versículos, se destaca que Dios muestra misericordia a quien quiere y endurece a quien quiere, enfatizando su autoridad suprema en la redención y el juicio, sin que esto comprometa su justicia.
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Este mensaje explora el significado profundo de la Navidad desde una perspectiva teológica, enfocándose en la natividad de Jesús como la “teología de la vulnerabilidad”.
Se reflexiona sobre cómo Cristo, siendo Dios, eligió despojarse de Su gloria (kenosis) para asumir nuestra condición humana.
El nacimiento en un humilde pesebre simboliza Su identificación con los más débiles y marginados, demostrando Su cercanía y amor incondicional.
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El capítulo 17 de la Confesión Bautista de Fe de 1689 trata sobre la perseverancia de los santos y afirma que aquellos que han sido elegidos por Dios y unidos a Cristo a través de la fe nunca perderán su salvación. Esto no depende de sus propias fuerzas, sino de la inmutable elección de Dios, la eficacia del sacrificio e intercesión de Cristo, y la obra continua del Espíritu Santo. Aunque los creyentes pueden caer en pecados temporales, su seguridad eterna está garantizada porque Dios los preserva y les concede perseverar hasta el fin.
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La idea central de Romanos 9:15-16 es que la misericordia y la elección de Dios dependen únicamente de Su voluntad soberana, no del esfuerzo ni del deseo humano.
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El capítulo 16 de la Confesión Bautista de Fe de 1689 enseña que las buenas obras son aquellas ordenadas por Dios en Su Palabra. Son fruto de la regeneración, no el medio para la salvación. Los creyentes las realizan por la gracia de Dios, mostrando su fe y gratitud. Aunque no son perfectas ni meritorias, glorifican a Dios y benefician al prójimo. Confiar en ellas para la salvación es un error, pero también lo es despreciarlas.
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Romanos 9:14 aborda la cuestión de la justicia divina. Pablo pregunta: ”¿Hay injusticia en Dios?” y responde con firmeza: “De ninguna manera.” Esto subraya que Dios actúa soberanamente según su propósito, mostrando misericordia o endureciendo corazones conforme a su voluntad perfecta y justa.
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El capítulo 15 de la Confesión Bautista de Londres enseña que el arrepentimiento es un don de Dios, necesario para todos, que lleva al pecador a odiar su pecado, volverse a Dios con fe en Cristo y vivir en obediencia. Es una práctica continua en la vida cristiana, motivada por la Palabra y acompañada de restauración cuando es necesario.
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En Romanos 9:9-13, Pablo enfatiza la soberanía de Dios en la elección divina, mostrando que esta no depende de obras humanas ni de méritos, sino de Su propósito eterno. Utilizando los ejemplos de Isaac e Ismael, y de Jacob y Esaú, Pablo revela que Dios escoge según Su voluntad, independientemente de las circunstancias humanas, incluso antes del nacimiento.
El texto cita específicamente la declaración divina: “Al mayor servirá el menor” y “A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí”.
Esto ilustra que la elección no es un acto arbitrario, sino una manifestación de la gracia soberana de Dios, conforme a Su propósito de redención. La elección divina es fundamental para comprender la relación entre la promesa y la fe, y resalta que la salvación es enteramente un acto de Dios, diseñado para magnificar Su misericordia y Su gloria.
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El capítulo 14 de la Confesión Bautista de Londres de 1689, titulado “De la Fe Salvadora”, trata sobre la naturaleza y el origen de la fe que salva. Este capítulo explica que:
1. La fe salvadora es un don de Dios: No es inherente al hombre, sino que es producida por la obra del Espíritu Santo a través de la Palabra de Dios.
2. Medio de salvación: La fe es el instrumento por el cual el creyente recibe y descansa en Cristo para su justificación, santificación y vida eterna.
3. Grados y crecimiento: Esta fe no es siempre igual en todos los creyentes. Puede ser más fuerte o más débil, pero siempre tiene como objeto central a Cristo y es suficiente para la salvación, creciendo a medida que el creyente se alimenta de las Escrituras y los medios de gracia.
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En Romanos 9:6-8, Pablo aborda una preocupación clave: ¿ha fallado la promesa de Dios a Israel? Él aclara que no todos los que son descendientes físicos de Israel son verdaderos israelitas en el sentido espiritual. La verdadera descendencia de Abraham no se define por la línea biológica, sino por la promesa de Dios. Los hijos de la carne (descendientes físicos) no son necesariamente hijos de Dios, sino que los hijos de la promesa (aquellos que participan por fe en las bendiciones prometidas) son considerados la verdadera descendencia. Pablo enfatiza así que la elección soberana de Dios es la base de Su plan de salvación.
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La santificación en la Confesión de Londres (1689) es una obra de gracia de Dios que transforma progresivamente al creyente, renovándolo para vivir en santidad mientras lucha contra el pecado, asegurando su crecimiento espiritual hasta la victoria final.
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En estos versículos, Pablo expresa su profundo dolor y sinceridad al afirmar que estaría dispuesto a ser separado de Cristo si eso significara la salvación de su pueblo, los israelitas. Reconoce los privilegios únicos que Dios les otorgó, como la adopción, la gloria, los pactos, la ley, el culto y las promesas. Además, destaca que de ellos procede Cristo según la carne, quien es sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Este pasaje refleja el amor sincero de Pablo por su nación y enfatiza la importancia del plan redentor de Dios a través de Israel.
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El estudio del ordo salutis (orden de la salvación) en relación con la adopción, según la Confesión Bautista de Londres, es esencial para comprender cómo Dios obra la salvación en el creyente de forma organizada y coherente. La adopción en el ordo salutis resalta que, después de la regeneración y la justificación, Dios otorga a los creyentes el estatus de hijos e hijas, dándoles acceso a todos los privilegios de su familia espiritual. Este orden revela no solo el proceso mediante el cual Dios atrae a sus escogidos, sino también la seguridad de su pertenencia y permanencia en la familia de Dios, subrayando el amor paternal de Dios y el sentido de identidad y herencia espiritual para el creyente.
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Aunque Pablo se entristeció por el número relativamente pequeño de israelitas que habían aceptado el Evangelio en su época, esta situación lamentable no desacreditaba ni al Evangelio, en el cual había expresado tanta confianza, ni a las Escrituras. La palabra de Dios no ha naufragado en las rocas de la incredulidad de Israel. Más bien, la configuración étnica actual del pueblo de Dios es coherente con la representación de Dios en las Escrituras, donde Él es libre de elegir quién pertenecerá a su pueblo y quién será endurecido en su rebeldía contra Él, y también es libre de hacer elecciones que, desde una perspectiva humana, pueden parecer poco convencionales sobre aquellos a quienes mostrará misericordia.
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