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  • Esta deficiencia resume el amor desmedido de sí mismo, un amor mil veces mayor, incuestionablemente, hacia la personalidad, influenciada por todo lo material, que hacia el espíritu, de cuya existencia y función no se ha tenido nunca conocimiento exacto.

    Conduce al ser a la egolatría, al egocentrismo, y es causa constante de su desubicación doquiera actúe. Éste pretende siempre para sí lo que niega a los demás. Olvida la ley de correspondencia, que obliga a la reciprocidad del amor, del respeto, la consideración y demás deberes entre los seres humanos, y busca en cambio embriagarse con los acentos de la admiración que se tributa.

    Tiene esta deficiencia mucho de pasional y, por consiguiente, mucho de instintivo. Cierra el entendimiento humano a las objeciones de la sensibilidad, y cierra también de un portazo la comunicación del ser con su conciencia, que es arrumbada en el último rincón de su aposento interno.

    El amor propio inferioriza al hombre y dificulta en él toda elevación de mira. Es quizás el factor más perjudicial de la individualidad, el que la esclaviza con prejuicios que anulan su evolución. Es, en otras palabras, el enemigo número uno de la persona humana, porque entorpece cuanto ésta se propone hacer en el sentido de su perfeccionamiento. El sólo hecho de excederse en la apreciación de lo que se es, complaciéndose en el encarecimiento de la propia capacidad y posibilidades, es suficiente obstáculo para no llegar jamás a ser lo que se ha pretendido ser.

    Consideramos por lo tanto esencial que la prodigalidad en el concepto que el ser pueda tener de sí, no haya anulado, como suele acontecer, su razón, impidiéndole entender que lo que cuenta no es el concepto que él se ha forjado de sí, sino el que los demás hayan logrado forjarse de su persona.

    Esta deficiencia se halla estrechamente vinculada a la susceptibilidad, la vanidad, la fatuidad, la petulancia, el engreimiento, etc., de manera que cuando se dispone el ánimo para enfrentarse con ella habrá que tener presente que es a la vez necesario apartarse de todas esas influencias.

    Ceñirse a la antideficiencia que proponemos, o sea a la modestia, implica conjurar los males provenientes del amor propio guardando un comportamiento acorde con la realidad del ser.

    Modestia significa modo de ser sencillo y ecuánime, significa línea de conducta trazada por el propio saber, en oposición a toda exteriorización de endiosamiento personal.

    Si tomáramos a la persona humana tal cual es en su ignorancia, la veríamos a semejanza de un recipiente, un cántaro, por ejemplo, lleno de humo, cuyo contenido, amor propio, es tanto que a veces desborda.

    A medida que logra echar dentro de ese cántaro cosas de valor -conocimientos, digamos-, éstas ocupan el lugar que el humo inútil de la deficiencia va dejando libre al ser desalojado. Esos conocimientos, nos referimos a los que ingresan al patrimonio interno del ser enriqueciendo moral y espiritualmente su vida, se traducen en modestia, que es una de las virtudes que más distinguen a la persona de valer de la que sólo vale en apariencia.

    Cábenos aún agregar, ya que habrá de reforzarse con ello la acción de la antideficiencia, que opuesto al amor propio se halla el verdadero amor al ser real, al ente despersonalizado que surge como entidad perfectible, al ser que evoluciona y ennoblece la vida en tanto pone de manifiesto inapreciables calidades de naturaleza superior. Es un amor sin egoísmo, no limitado por pasión alguna. Es el amor al bien que el ser se hace a sí mismo y al semejante. El amor al ideal de perfección, en el cual concentra sus esfuerzos y encauza su vida. Finalmente, ese amor es el que se transforma en comprensión sublime de todo lo que el individuo es y puede llegar a ser en relación directa con la ley de evolución, que rige para todos como supremo mandato del Creador.


    Del libro "Deficiencias y Propensiones del Ser Humano" pagina 139

  • Es de suma importancia prevenir a quien llevado por sus inquietudes y espontáneo impulso resuelve internarse en nuestros estudios, que una de las más obstinadas dificultades en demorar la comprensión plena de las enseñanzas de Logosofía la ocasionan los prejuicios. En efecto, ¿qué facultad de la inteligencia puede cumplir su cometido, netamente selectivo y analítico, si está trabada por uno o más prejuicios? Nadie podría contestar afirmativamente, por cuanto hay pruebas a montones que al punto la invalidan. El prejuicioso sufre una especie de embrujo que suele durarle toda la vida. Lo aterra el solo hecho de pensar que se podría contradecir lo que le ha sido inculcado o lo que admitió en su ingenuidad.

    Lo cierto es que con esas personas la Logosofía debe realizar una dinámica y profunda labor depuratoria para desarraigar los prejuicios enquistados en sus mentes. Es, si se quiere, algo así como una operación quirúrgica de orden psicológico, necesaria de ser practicada para librar al paciente normal de ese genero de perturbaciones que tanto suelen afectar el curso de su vida.

    Si no tuviéramos en nuestras manos el testimonio de centenares de casos, no hablaríamos con la convicción y seguridad con que lo hacemos. Hemos visto a muchos, libres ya de sus prejuicios, gustar las delicias de un bienestar que jamás habían tenido, y hemos escuchado sus confesiones sobre lo mucho que les abrumaba la opresión de tan paralizante deficiencia. ¡Cuánto lucha el hombre por su libertad! Y pensar que por dentro es tan esclavo...

    Lo curioso es que muchos prejuicios provienen de fuentes dudosas, las más veces por haber "creído", el hombre en meros supuestos. Creído de buena fe, sin pensar que en ciertos casos su propia imaginación lo engañaba, y en otros, la imaginación de los demás. De ahí el origen de muchos prejuicios. Sin embargo —he aquí lo paradójico—, el que soporta el engaño es también el más desconfiado cuando a los ojos de su entendimiento y de su razón se le aproxima la verdad misma para que la examine, la estudie y ejercite sobre ella su criterio. Afortunadamente para él nuestra ciencia constituye la panacea ideal del desconfiado, ya que en uno de sus principios declara que nadie debe aceptar a ciegas lo nuevo, sino tras haber comprobado que es mejor que lo que tiene. La comprobación previa de una verdad es, pues, ley en el proceso de evolución consciente.

    Sin extendernos sobre el particular, mencionaremos al paso los prejuicios religiosos y los de carácter intelectual, que son los que más endurecen la mente y el corazón de las personas atrapadas por ellos. La Logosofía, no obstante, ha conseguido desarraigar por completo en muchos casos ese mal psicológico que tanto daña al individuo sin que lo advierta.

    Puede apreciarse, a través de lo expuesto, que es imperiosamente necesario despojarse de prejuicios, porque perturban el buen funcionamiento de las facultades de la inteligencia y dificultan, como ya hemos especificado, el normal desarrollo de las aptitudes superiores. Un saneamiento de prejuicios es, pues, indispensable para todo ser humano que quiera encarar con éxito el proceso de evolución consciente; mucho depende de ello el que pueda disfrutar desde un comienzo de las prerrogativas que le brinda el saber logosófico.

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  • LA AMISTAD - FRAGMENTO DE ARTÍCULO de RL Nro 2 pág 25

    Excelsa expresión que reafirma en la conciencia la maravillosa concepción del principio substancial que alienta nuestra existencia.

    El hombre que no ha rendido culto a la amistad, ha podido vivir como un ente bruto, pero nunca como un ser humano.

    La amistad, tal cual es en su fondo y en su sencillez, equivale al afecto que naciendo en el corazón de los seres humanos se emancipa de toda mezquindad e interés, enalteciendo y ennobleciendo el pensamiento y sentimiento de los hombres.

    No podría concebirse la amistad, si no fuera ésta presidida por el ternario simpatía–confianza–respeto, indispensable para nutrir el sentir que la constituye. Si se admite que el odio es movido por espíritus en discordia que las fuerzas del mal aprovechan para extender su abominación, con mayor convicción aún deberá admitirse que la amistad, encarnando el espíritu de solidaridad por la comprensión del afecto, puede mover fuerzas mucho más potentes que las del mal, pues ella es el gran punto de apoyo sobre el cual se cifran las más grandes esperanzas del mundo.

    Es por el signo de la amistad por el que se unen los hombres, los pueblos y las razas, y es bajo sus auspicios que ha de haber paz en la tierra.

    La amistad entre los hombres logra realizar lo que ninguna otra cosa, por grande que sea. No sería aventurado afirmar que ella es uno de los pocos valores de esencia superior que aún quedan en el hombre, que lo elevan dignifican haciéndole generoso y humanitario.

    Cuando este sublime sentimiento cesa de existir como palanca de entendimiento, la humanidad se desploma por la pendiente de la destrucción. Lo estamos viendo hoy en el Viejo Mundo. La cólera suele reemplazarla a menudo si no se la arraiga profundamente en el alma del ser, consagrándola como parte incorruptible de su propia vida.

    Si bien es cierto que no todos pueden inspirar y aun profesar una verdadera amistad por carecer de sentimientos adecuados para no desvirtuar el significado que substancia su innegable mérito, o por impedírselo, generalmente, características mentales o psicológicas adversas, es de todo punto de vista admisible que puedan, superando sus condiciones personales, alcanzar la gracia de una amistad o de muchas. Los necios, sinónimo de insensatos, los hipócritas, los vanidosos y los cínicos, sólo crean enemistades.

    Pero, una cosa que no saben los que destruyen francas y nobles amistades, es que la corriente de altruista afecto que bruscamente corta el que defrauda a su semejante, encuentra siempre sólidos puntos de apoyo en el corazón de los demás, de aquellos que más próximos estuvieron de esa amistad.

    Por lo general, los hombres olvidan en qué circunstancias nació ese sentimiento y cómo fue aumentando gradualmente, hasta los límites del mayor aprecio. De ahí también, que aparezca en el alma de los que la tronchan sin justificación alguna, el tan despreciable estigma de la ingratitud.

    Fácil será deducir a través de lo expuesto, que la humanidad sólo dejará de existir como tal, si la amistad se extinguiese por completo en el corazón de los hombres.

  • ¿A que se llama libertad de pensar?

    No nos referimos a la libertad de emitir opiniones, consagrada por nuestras leyes, sino a la libertad de pensar, en su íntimo sentido: la posibilidad de reflexionar y obrar, en todo momento, con independencia de prejuicios, de ideas ajenas, del qué dirán", etc., y asimismo, no hacer, pensar, ni decir lo que no debemos.
    En este sentido, ¿quién se supone ampliamente libre?
    En diversas oportunidades hicimos notar que casi todos creemos obrar conforme a nuestra voluntad y ser dueños de nuestra mente, sin advertir que tercian en tal circunstancia factores que son ajenos a nuestro propósito –algunos de ellos del más dudoso origen–, cuales serían los muchos pensamientos que suelen adueñarse de la mente y obran burlando el control del hombre.
    Observe el lector a esas personas cuya vida es el reflejo del torbellino psicológico que reina en su mente. Cambian sin cesar de dirección, de ruta, de propósito; jamás se sienten seguras de nada; aquí y allá, tratan de adquirir, prestada, la convicción o la certeza que nunca pueden lograr por sí mismas. Hoy le piden a un libro, mañana a un conferencista, después a una ideología, a una religión, a un partido, etc.
    ¿Tienen estas personas libertad de pensamiento? ¿Piensan obran de acuerdo a su voluntad? Fácil es la respuesta: la voluntad se encuentra, en ellas dominada por conciliábulos de pensamientos ajenos que, a cierta altura de la vida, llegan a serles tan necesarios como el alcaloide al toxicómano. "No puedo darle mi opinión sobre este punto; todavía no he leído los diarios..." Esta sutileza de Bernard Shaw encierra, desgraciadamente, una verdad común.
    Y obsérvese también el caso de aquellos que están absorbidos por un pensamiento, en forma que llega casi a constituir su obsesión. En circunstancias como ésta, el individuo termina muchas veces, por adquirir las características del pensamiento que lo embarga, y hasta su nombre; se dice, “fulano es un bebedor”, “es un maniático”, “es un amargado”.
    En el primero de los ejemplos que hemos expuesto, es decir, cuando los pensamientos se suceden sin orden ni concierto en la mente, hablar de la libertad que se tiene para satisfacer los de seos, es un contrasentido. Estas personas no hacen lo que “quieren” sino lo que "pueden"; lo poco que pueden alcanzar entre los vaivenes y los tumbos que les produce la heterogénea mezcla de pensamientos que llevan en su interior. En el segundo ejemplo, es bien claro que no es la voluntad de la persona la que actúa, sino el pensamiento que lo obsesiona. El gobierno del individuo está ejercido –dictatorialmente– por uno o varios pensamientos que forman un deseo, el cual instiga a los instintos hasta obligarlos a satisfacer las exigencias de los mismos.
    Mientras el ser viva ajeno por completo a cuanto ocurre en su región mental y no conozca la clave mediante la cual pueda obtener un severo control sobre ella, no podrá jamás alegar que es dueño de si mismo y por tanto, no podrá pensar libremente.

    Revista Logosofía Nº1 pág 19

  • REFLEXIONES QUE INVITAN A LA REVISION DE CIERTOS CONCEPTOS

    Creer y saber

    76. Vamos a examinar el concepto relativo al vocablo"creencia", por ser uno de los que más han entorpecido el curso evolutivo del hombre. En efecto, al inculcársele que basta creer para dejar satisfecho cualquier interrogante o inquietud interna, se lo ha llevado a admitir sin previo análisis, sin reflexión alguna, hasta las cosas más inverosímiles. Esa actitud pasiva de la inteligencia es la que ha sumergido al individuo en una desorientación en extremo lamentable. El caos moral y espiritual en que se halla la humanidad es de por sí muy elocuente y no se necesita ningún argumento probatorio para comprender la magnitud del desacierto en el manejo de su evolución.

    77. La Logosofía ha instituido como principio que la palabra "creer" debe ser reemplazada por la palabra saber, porque sabiendo, no creyendo, es como el hombre alcanza a ser verdaderamente consciente del gobierno de su vida, es decir, de lo que piensa y hace. Por otra parte, el hecho de creer -bien lo sabemos -produce cierto grado de inhibición mental que entorpece y aun anula la función de razonar. Así es como el hombre queda expuesto al engaño y mala fe de quienes sacan partido de esa situación.

    78. La creencia puede enseñorearse en la ignorancia, pero es inadmisible en toda persona inteligente que sinceramente anhele el conocimiento de la verdad. Las gentes de cortos alcances mentales son propensas a la credulidad, porque nadie las ha ilustrado debidamente sobre los beneficios que representa para sus vidas el hecho de pensar y, sobre todo, de saber. Sensiblemente, forzoso es reconocer que una gran parte de la humanidad Se halla en esas condiciones y padece la misma propensión. De ahí que desde tiempos remotos se explote su candidez y se la mantenga en el más lamentable oscurantismo.

    79. Nadie podría sostener jamás, so pena de que se lo tenga por desequilibrado, que haya que privar al hombre de conocimientos para que sea feliz. Sin saber a ciencia cierta lo que la vida y su destino le exigen saber, ¿cómo podrá cumplir su cometido de ser racional y libre? ¿Cómo· podrá satisfacer las angustiosas ansias de su espíritu, si se lo priva de la única posibilidad de colmarlas, o sea, de las fuentes del saber?

    80. La única concesión posible al acto de creer, sin que invalide un ápice lo expuesto, es la que espontáneamente surge como anticipo del saber; vale decir, sólo habrá de admitirse aquello de lo cual no se tiene aún conocimiento, más el tiempo mínimo que requiera su verificación por la propia razón y sensibilidad.

  • ¿Qué importancia atribuye ud. al pensamiento dentro de su vida? ¿Ha pensado que el hombre puede ser feliz o desdichado según sean sus pensamientos? ¿Que si opta por los mejores tendrá ventura y se ahorrará muchos padecimientos, si elige los peores, su vida se tornará amarga? ¿Cree ud. imposible poder diferenciar unos de otros?

    En nuestro concepto, no sólo es posible, sino que constituye la prerrogativa más grande que pueda tener el ser humano.

    Para llevarla a cabo debe comenzarse, lógicamente, por estudiar los propios pensamientos hasta conocer cuáles son los más habituales; de qué clase son; a qué acciones inducen; qué fruto han dejado aquellos que con mayor empeño se han alimentado, etc.

    Tal vez este examen muestre a Ud., lector, que uno de sus más persistentes Pensamientos, es supongamos, el que le induce a jugar a los dados una o dos horas por día Y a Ud., lectora, a dedicar dos o tres tardes de la semana a la crítica de la vestimenta u otra frivolidad similar.-Y bien; ¿qué se ha ganado con ello? ¿Para qué ha servido? ¿Qué beneficios se han recogido para el futuro?

    Igualmente pásese revista a otras compañías que frecuentan la mente, y se verá que no son más que un inútil lastre que retarda las propias actividades, o -Un foco de, inquietudes de irritabilidad o quisquillosidad que constantemente lleva, a situaciones difíciles. Por ejemplo, este pensamiento nos aconseja enojarnos al menor, rozamiento; aquél, a pensar que quién sabe lo, que va a sucedernos mañana; este otro nos sugiere que más vale disfrutar ociosamente del presente, que preocuparnos por el mañana. Y pongamos aquí un largo etcétera, que cada lector completará discretamente.

    Prosiguiendo este estudio, veamos qué sucede cuando se debe afrontar una situación poco común como ser un examen o un concurso. Es frecuente que en estos casos aparezcan en la mente pensamientos de impotencia o de temor, que inhiben o paralizan en esa emergencia el uso de las facultades. ¿Cuántas veces se ha visto fracasar al estudiante mejor preparado sólo porque un pensamiento inhibitorio le impidió utilizar todo el acervo de imágenes que llevaba como bagaje de conocimiento? En estos casos, siempre se nota que apenas pasado el momento crítico, una vez tranquilizado el estudiante, advierte con estupor que para todas las preguntas que le hicieron tenía una respuesta satisfactoria; no pudo darlas, simplemente, porque un pensamiento de cortedad o de temor paralizó el movimiento de esas imágenes mentales.

    De modo, pues, que el estudio de los pensamientos, su clasificación y selección, constituye una primordial necesidad humana. Es imprescindible saber qué pensamientos hay dentro de la mente; apartar sin demora a aquellos cuya influencia resulta inútil o perjudicial, y cultivar los de índole sana y constructiva. Así comienza el verdadero arte de forjar una nueva individualidad.